miércoles, 26 de marzo de 2008

UNA ENSALADILLA CAPRICHOSA

Dos coleguitas, que identifico ahora mismo: el Tropa y mi menda, llegan de madrugada a la casa del primero, lugar donde vivía con sus padres. Una juerga nocturna de fin de semana en el Madrid de los primeros años ochenta y recién abandonada la adolescencia, con los pulmones llenos de nicotina y otras hierbas, nos presentó en el portal, al abandonar el taxi, con más hambre que Carpanta recién levantado.
Como la costumbre por entonces era ocupar inmediatamente (podría ser con "k"), jején, un sitio en la casa del amigo de turno, en ausencia de los padres, para pernoctar y de ese modo agarrar el colocón sin disimulo alguno, llevábamos ambos haciéndonos compañía dos días con, iba a ser, la segunda y última noche. Es fácil deducir que acabamos con todo alimento que encontramos por la casa durante el periodo de tiempo mencionado. Y, encima, por esa época no hubo manera de encontrar nada abierto, a tiro, para calmar a las cuatro y pico de la mañana, de nuevo, el hambre.
Ocurrió el milagro cuando abrí la puerta de la nevera, para beber agua fría, y hallé una fuente de ensaladilla rusa, "¡Tropa!, mira lo que hay aquí, cómo no me has dicho nada hombre. Eres el mejor". Esperando la respuesta de mi colega le metí mano al alimento como si viniera el enemigo. Recuerdo dicha fuente como una obra de arte que me la hubieran dedicado personalmente. Cayó media ensaladilla del tirón y me acosté. Por lo visto, el Tropa estaba cagando y no vio mi acción, lo que si vio fue media fuente encima de la encimera, y, sin meditar demasiado (supuso que era alguna sobra olvidada) dio buena cuenta del resto de la ensaladilla. Así fue el gustazo que nos dimos por esa sorpresiva comida, que no esperábamos ni por lo más remoto. Ahora bien.
Las doce de la mañana del día siguiente. La vecina de la puerta de enfrente, y gran amiga de la familia, entró con su llave, práctica muy habitual en la periferia de Madrid por aquella época, al no contestar nosotros al timbre. La mujer entró, comprobó que estábamos durmiendo a puerta cerrada, y se dirigió a la cocina. "¡Me cago en la madre que os parió!", chilló enajenada, por lo que pude comprobar en mi repentino despertar.
En fin, la pobre mujer tenía la nevera estropeada y había entrado, mientras nosotros nos jarreábamos por ahí, con su fuente de ensaladilla para que no se le estropeara; en pleno agosto, que era. "¡Sinvergüenzas!"
Qué pena, yo me quedé dormido pensando que un ángel guardián nos había invitado a un banquete. Y la vecina se quedó sin su fuente de ensaladilla que, por lo visto, tenía muchos pretendientes para el día siguiente.
El Tropa y yo acabamos el fin de semana como lo empezamos. En vez de comer y luego fumar que es lo normal, primero fumábamos y luego comíamos.
Qué hambre nos entraba siempre, oye.

1 comentario:

MANUELO dijo...

Es una anécdota totalmente verdadera. Son historias que me sucedieron en Vllaverde Bajo, Madrid, y que me vienen a la cabeza ahora con la intención de incluirlas en este blog. El Tropa, José Arriaza Valero, y yo formábamos parte del entorno de vacile de varias pandillas, o bares con la clientela habitual, con las que nos dábamos las juergas veinte añeras.