martes, 1 de julio de 2008

El mundo, humanal, entero, entonces, sería CHAQUETERO

Coincidiendo con el cumplimiento de la mitad de su promesa por parte del gobierno de Zapatero en las Elecciones Generales de 2008 y el ingreso prometido en mi nómina (200 de los 400 euros del total) se ha refrescado mi memoria en cuanto a política se refiere. Aunque no controlo demasiado, sí que a veces me meto en conversaciones, creo que como la mayoría, donde me agrada dar mi opinión y/o tirar por tierra la de algún otro, creo también que como mucha gente.
Bueno. Si todo el mundo votara siempre al partido que benefició por primera vez, a fin de que nunca lo llamen chaquetero (que literalmente solamente significa aquella persona que cambia de opinión, que no es grave), serían absurdas unas elecciones, bastaría con tomar nota cuando la juventud fuera cumpliendo la edad de votar sobre su preferencia política y asunto resuelto, un recuento cada cuatro años por si hay que echar del poder al gobierno y que lo sustituyera otro partido. Suena un poco loco todo, pero a nadie le podrían llamar chaquetero político jamás. Es el voto vitalicio, al que hay muchísima gente abonada, por cierto.
Es un mote despectivo utilizado en política normalmente. Continuamente cambiamos de opinión a lo largo de nuestra existencia (sólo al que comprenda esto, para algunos la existencia se la marcan los que lo rodean con sus comentarios). Me refiero en política porque es algo que escuece cantidad si a uno lo toman por tonto en dicho aspecto. De ahí viene precisamente la palabra idiota, de los esclavos espartanos (los Ilotas) que en Atenas no les era permitido intervenir en la vida política.
Si el que cambia de opinión política es un chaquetero, la persona que se divorcia de su pareja para irse con otra ¿qué es entonces? Para el/la abandonado/a sí será un enorme chaquetero, amén de desgraciado/a. Sólo habrá cambiado de opinión.
El problema de llamar chaquetero a alguien, como otras palabras de relación paradigmática con ésta (machista, borde, etc.) que se pueden utilizar para una buena defensa en una discusión, y/o en algún pormenor con otros seres; es que hay que estar preparado para escucharlas de igual manera intensa al rebote, son palabras de ida y vuelta. Es decir, te lo llamarán para insultarte o cuando hayan agotado los argumentos o para ganarse el apoyo de los concurrentes o todo eso junto. Y a veces lo haces tú.
No se puede cambiar de equipo de fútbol, forma parte de la impronta (excepto en muy contadas ocasiones). No se puede cambiar de familia. No se puede cambiar de alma (eso sí, uno puede transformarla). Pero cambiar de opinión política, que no de ideas, repito: cambiar de voto porque te sientes castigado por el último que echaste, por favor, estaría bueno. Ahora bien, si surge algún papa natas que tiene absorbido el seso por algún politicazo con verborrea adictiva y trata de que tú te sientas mal por tu cambio de opinión, y por la suya de siempre de paso, ni caso, seguro que es de los que está deseando cambiar de pareja y le da igual que lo maltraten políticamente.
El problema es que para el cambio de opinión habría que elegir otro vocablo que no sea el de chaquetero. Insisto no es cambio de ideas. Ni es medrar ni hay que confundir con “trepar”.
Para mí, los que nunca cambian de postura teniendo opciones por temor al que dirán son muertos vivientes. Eso sí, con tal de ganar una discusión la tendencia es utilizar toda la artillería verbal de la que uno disponga, y si se es cortito se utilizará algún vocablo dañino muy rápidamente.
Puestos a pensar y decididos a ganar dicha discusión, normalmente entre un compañero de curro, el típico cuñado de reuniones familiares o el jubilado del ascensor, mi consejo es no justificar nuestro cambio de opinión política, quemar nuestras naves mandándolos a tomar por el culo; y que esos sigan votando al de siempre, haga lo que haga.
No va a tener uno la culpa, encima, por estar desengañado.

No hay comentarios: