jueves, 28 de agosto de 2008

ALGO MÁS QUE UNA DEPENDIENTA

Con los pasos dubitativos, el rumbo hundido, entre bares perdidos, sin obligaciones venideras, excepto las humanas, pero viven encerradas en las mazmorras del descorazonamiento y vigiladas por alguno de los ayudantes del demonio. Avanzo por calles de una ciudad, que algo es algo, me arropa, aunque poco más puede hacer. Una única idea quiere ganar la batalla a todas las demás, todo el mundo, todas las cosas tienen la culpa de mis fracasos. Qué hacer para recomponerme, prácticamente nada, pues ya los balbuceos mentales van a ser imparables hasta un nuevo día. ¡Qué pollas!, a la mierda. Todos son una pandilla de mamones. Él único importante soy yo. Pero si es así por qué estoy solo, y sin hablar con nadie durante horas. Eso revela absolutamente lo contrario. De repente, sin saber cómo ni por qué, estoy andando por el SUPERCOR. Deambulo por los pasillos buscando el alimento milagroso, la pócima, que haga de la ansiedad una broma. No la encuentro, no sé si la busco del todo. Y recorro de nuevo el pasillo, ahora en dirección contraria. También está solo. Vacío.
Una voz femenina, agradable como el de una niña curiosa, requiere mi atención. Me giro. Es una muchacha granaína, como yo, de algo más de veinte años, la mitad que yo. Me suena su cara de algo, probablemente de otra incursión al supermercado en condiciones parecidas. Es extraño, creo que desea charlar conmigo, cuando mi condición, mi estado, podría requerir su rechazo. Es muy guapa. Ahora sí, ahora distingo su uniforme. Es la dependienta de la panadería. Es morena, delgada, de melena larga y lisa, con un gorrito blanco en la cabeza. Hace juego con el escaparate.
Ya me cuesta recordar exactamente de lo qué
hablamos, pero recibí un ratillo de compañía y comprensión que en aquel momento me sorprendió, y que agradecí como una felicitación ante un trabajo bien hecho. Fue sobre las dificultades que a veces nos invaden, que ella entendía, que lo había visto antes. Me deseó suerte al marcharme. Vaya, encontré mi alimento que, no sé si, buscaba, donde menos lo esperaba.
A los pocos metros, paré de andar y me giré para preguntarle su nombre, a lo que ella me respondió con una gran sonrisa.
Ya en mi refugio, de nuevo creció mi deseo de que llegara un nuevo día, una nueva jornada, y seguir con un gran interés para que reinen en mi vida las obligaciones humanas, honestas y bien firmes.
Gracias Sandra, por tu breve dedicación, espero que siempre seas feliz.

1 comentario:

MANUELO dijo...

Deseo incluir este hecho real en el apartado ÁNIMO, aunque podría considerar algún otro, ya que opino que en cuanto menos te lo esperes otro ser humano te echará un cable aunque no se de ni cuenta.