domingo, 31 de agosto de 2008

EL DECAPITADOR DE SAN BERNARDO

Los chillidos de los viajeros se hacían oír por todo El Prado, en gran parte de la Plaza de España y en el perímetro más cercano del parque de María Luisa. Los primeros procedieron del interior de la estación de ferrocarril de San Bernardo. Se propagaron tan rápido y eficaz por el ambiente, a lo que contribuyó sobremanera la simpatía humana que tenemos las personas para acogernos a lo que hace la mayoría sin sopesarlo, aunque en este cruento suceso el miedo del personal fue protagonista absoluto, entonces, como las ondas sucesivas de un estanque al golpe seco de una gran piedra, todo el mundo que oía un grito le daba una réplica a modo de eco. Y así uno tras otro.
Sevilla preparaba sus mejores prendas para el gran acontecimiento: la primera línea de Alta Velocidad Española (AVE), donde los trenes circularían a más de trescientos kilómetros por hora, uniendo para la posteridad la capital hispalense con Madrid. La Exposición Universal de 1992 (EXPO´92, Sevilla) estaba a punto de inaugurarse. Gente por todas partes, viajeros, comerciantes, ojeadores de otros países, turistas, curiosos, familiares gorrones, parejas en su primer viaje juntos, pandillas de chavales con más energía que un volcán, viajes de novios, autobuses llenos de jubilados del Inserso; vamos: la humanidad al completo estaba allí, corriendo y chillando.
Esto fue.
Un tren abarrotado de viajeros hizo una parada técnica (no formaba parte del itinerario) en el andén de la estación de S. Bernardo-Sevilla, a punto de anochecer. El día era espléndido, con la mejor de las temperaturas para pasear despacio o disfrutar de una buena terracita. En eso, algunos viajeros vieron bajarse de la delantera del tren a los conductores, el maquinista y su ayudante, y les pudo la curiosidad. Después de diez horas de viaje sin paradas de más de tres o cuatro minutos todo el mundo, como si estuvieran atados por una guita invisible, acabó en el andén y con la mirada puesta hacia la máquina del tren y hacia las vías que le indicaban el camino a seguir. Algo sucede por allí, decían algunos, al comprobar que una luz roja se movía, a unos cincuenta metros, manifestándose como el péndulo de un reloj al principio y en movimientos caóticos un minuto después. Y la luz se agrandaba por momentos, se acercaba lentamente en dirección al andén y con ello a los calmados viajeros.
Y ahora la visión.
Alguien, más de uno con seguridad, vio salir de entre las brumas de la oscuridad, salpicadas de claros y lóbregos, rojizos y blanquecinos, todos intermitentes, como declararían más tarde, una figura, se diría, humana cuya repentina aparición les recordó algún cuento de miedo gótico infantil, por lo menos, y que observaron a un cuerpo con movimientos en zig-zag de color verdoso donde se distinguía muy poco del contorno general, a medida que avanza y con la vislumbre de estar creyendo que un fantasma se acerca, de la gabardina asoma un rostro con frente y ojos salpicados de grasa y un cabello húmedo, a modo de crin en forma de rasta, deslizándose firme sobre una oreja, y también dos brazos caídos con sus respectivas manos, ambas ocupadas. En una lleva asida una rasqueta con una extensión de palo redondo; ¡es un hacha!, gritan una o dos mujeres, y en la otra, ¡madre mía!, lleva la cabeza bamboleada, arrancada con brusquedad de un cuerpo de una mujer; ¡por Dios!, ¡viene a por nosotros!, ¡corred! El posible decapitador sigue avanzando impertérrito. Los viajeros corren, al principio sólo dos, luego tres, luego diez, y al final todos, buscando afanosamente la salida. Y, una vez fuera, ocurre lo que se ha detallado al principio.
Esa noche en casa de un trabajador de RENFE de S. Bernardo, un matrimonio comenta la noticia.
- Has visto la que se ha líao en la estación. – Dice la mujer.
- Sí, ya ves que si lo he visto. He tenío que recoger la cabeza de la vía de una mujer que se ha suicidao al paso y llevarla a la comisaría del andén. El cuerpo no estaba por allí, ya aparecerá. Estaba limpiando todas las agujas de los cambios de vía cuando ha ocurrío y me han dao el aviso, con la mierda de impermeable verde que tengo para la humedad de las dichosas obras. No quería decírtelo porque he pasao muy mal rato. !Vaya tela¡
La mujer mira a su marido con el mayor de los cariños. Él es un ayudante ferroviario y últimamente con la amenaza del gobierno socialista de que sobra casi todo el mundo en la empresa sabe lo mal que lo está pasando y la de trabajos desagradecidos y fuera de horario que le obligan a desarrollar.
- Y oye, -reclama él la atención de ella-, encima han debido de dar aviso de bomba porque la gente ha salío corriendo y chillando de allí como si fuera a estallar de pronto, ¿¡o... yo qué sé!?, ¡Qué jharto estoy!

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.


(Inspirado por Mariano Sebastián).

2 comentarios:

MANUELO dijo...

Este relato está basado en una anécdota ocurrida por fechas parecidas y que es la inspiradora, básicamente es la de un operario de RENFE que portaba la cabeza de una suicida por el andén de la estación de S.Bernardo-Sevilla y que fue visto por la gente desde la ventanilla del tren y alguna que otra persona más.

Anónimo dijo...

Muy buen relato
te felicito muy buen estilo tienes
saludos y suerte