lunes, 4 de agosto de 2008

UN MENDICHASCO


Hace unos días recibí una contestación que me dejó durante minutos descoordinado, descuadrado, desorientado. Verán, al mediodía a la salida del trabajo, en esos momentos que una persona que vive sola y desarraigada debe decidir si retornar a su casa de alquiler o no volver nunca más, que era el caso, pensé que un pequeño paseo hasta algún supermercado abierto a esas horas y gastar un poco de dinero en comida, que siempre es un alivio, me sentaría de putamadre, aunque mi cuerpo pidiera otra actividad de índole más golfa donde olvidar la situación y evadirme unas horas de todo. Sucedió que me topé con una señora de vida callejera, siempre con sus carritos llenos de hatos y deambulando por la misma calle vistosa, despeinada y de aspecto envejecido, aunque con una mirada llena de orgullo y dignidad, como comprobaría en pocos segundos. Pues bien, en agradecimiento al recordatorio que su presencia hizo en mi pensamiento sobre las vueltas que puede dar la vida y que "el hato" te puede tocar en cualquier momento, sobre todo si cambias los paseos agradables por otros hábitos más peligrosos e infinitamente peor vistos, quise ofrecerle unas monedas para su apaño, pensando que era el gesto que la mujer estaba deseando de mí o de cualquier viandante. Tome señora para que se tome algo, la espeté. Ella dio un respingo, se levantó del banco donde descansaba y me gritó: "¡te he pedío yo a ti argo, dégraciao, ánda y vete pó rahí a emborrachate tú...!"
Hay qué ver, no sabe uno cómo acertar. Mas al rato medité, y le estoy agradecido, se me había olvidado que las personas quieren lo que ellas quieren y no lo que uno cree que quieren, y que debo rechazar, bastante, los juicios prematuros y casi todos los estereotipos. Confío en poder invitarla a café y tostá algún día.

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