lunes, 22 de septiembre de 2008

UN PIROPO CAPRICHOSO

Hace unos días tuve una de esas experiencias raras que jamás pensaría que te pueden suceder. A media mañana, hube de darme un paseo hasta unas dependencias del trabajo a recoger unos materiales poco pesados. Mi atuendo consistía en una ropa amarilla canario con franjas color aluminio brillo que repelen la luz nocturna y que nos proporcionan seguridad y, de paso, preservan nuestra ropa privada. Pues bien, el paseo requería atravesar unas cuantas calles muy transitadas. Decidí que no merecía la pena cambiarme para tal labor si después con toda probabilidad volvería a enfundarme la ropa de faena. Y ahí iba yo, resaltando entre la multitud bien vestida para cada ocasión. La indumentaria, dando la nota entre los peatones, me hizo recordar que con probabilidad pudiera ir de traje y corbata si no hubiera abandonado la universidad en su momento por mor de cierto trabajo. En fin, una meditación no del todo desagradable pues mirando a los ojos de la gente vi que por mucho que te cambies de ropa lo que hay en tu interior no te lo cambia ni el mejor modisto del mundo. Entonces escuché una voz con gran intensidad que exclamó: "¡Qué bien te queda ese traje tan amarillo, soldado!" Giré la cabeza por curiosidad, sí, eso es, temiéndome que algo inusual me iba a ocurrir, pues la voz era de un tipo treintañero, más o menos. Al clavarle mi mirada, insistió conmigo: ¡Tío bueno, macizo!" Él iba de copiloto en un coche con medio cuerpo fuera y con otro muchacho, el que conducía, de sus mismas formas y arrancaron a toda leche del semáforo en verde que yo tenía que cruzar después. Las demás personas que esperaban junto a mí me miraron y sonrieron. Algunas risitas me sonaron a coña, y me acordé del probable mariquita un momento para haberle dicho que me lo repitiera que no lo había escuchado bien del todo. En fin, no sé a qué vino eso ya que mi aspecto no era de lo más excitante, ni mucho menos. Por unos segundos comprendí a las mujeres cuando les decimos gilipolleces. Aunque reconozco que me fui sonriendo entre la multitud durante unos segundos.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

DETALLITOS CONTRA EL ESTRÉS


Transcribo resumido y algo personalizado un artículo que ha caído en mis manos relacionado con la moderna enfermedad de nombre generalizado como EL ESTRÉS.

Comprobado científicamente que los primeros avisos del estrés provocan cambios en la forma de pensar y de actuar que influyen en nuestra salud.
En distintas investigaciones se ha constatado que realizando cursos de control del estrés, en situaciones complicadas, se permanece mucho más tranquilo que las personas que no los hayan realizado. Su forma de pensar afectaba a sus reacciones físicas: el nivel de la hormona del estrés cortisol se mantuvo mucho más bajo. Las técnicas de control aprendidas también son buenas contra la depresión, la ansiedad, la neurodermitis, la diabetes, la artritis… Hasta algún caso de la hipertensión. Son terapias conductuales cognitivas. Es una batalla emprendida contra el estrés crónico.
El ser humano responde como una batería a esta cuestión; los desafíos y problemas de la vida le quitan energía que se recarga gracias a los buenos momentos, de los que algunos no se aprecian. Fijar los nuevos patrones de pensamiento y conducta necesita de gran paciencia. La clave es perseverar, aceptar el estrés como una experiencia nueva, que sólo es una respuesta física inevitable. El equilibrio interno es no asustarse por reconocer que la vida significa, al 50%, difícil, complicada, agotadora.
ALGUNAS CLAVES.
Sin prisas. ¿Qué tengo que hacer ahora? Contestarse y hacerlo controlada y fluidamente. Corregir los fallos por las prisas es un tonto tiempo perdido.
No se coma la cabeza. “¡Basta!” No des vueltas. Si no puedes evitarlo haz como cuando tienes sueño, piensa en algo distraído, cuenta ovejitas, mira las nubes, etc.
Sin exagerar. Los pensamientos negativos, pesimistas, deben ser anulados. Sustituir: siempre, nunca o todo por: a menudo, rara vez, o mucho.
Distanciarse. Si el estrés es debido a rabia, miedo o decepción, hay que poner distancia de por medio. Haz unas flexiones o abdominales, sube escaleras y respira como si corrieras aunque permanezcas sentado, etc.
ALGUNAS MENTIRAS.
No estoy enfermo sólo estresado. FALSO. El círculo vicioso de malestar irá a más.
Tengo tanto que hacer que no puedo permitirme un poco de tiempo libre. Pequeños descansos, como mínimas siestas despierto (es un oximorón, lo sé), continuamente, son mucho más eficaces que abandonarlo todo un tiempo y volver a la carga después.
No se puede eliminar el estrés sólo con el pensamiento. FALSO. Los pensamientos positivistas regulares son muy eficaces. Tiene solución: no, abandonar el pensamiento; sí, hallar una respuesta al conflicto.
CURSO DE PENSAMIENTO POSITIVO.
PENSAR
GANAR LIBERTAD. Ejemplo: no trates de ser el mejor, sólo lo mejor que puedas, así sólo te tendrás como rival a ti.
ANALIZAR. ¿Cómo calificaría esta situación un observador neutral? ¿Qué pensaré de este momento dentro de un tiempo? ¿Tiene importancia esto?
RELAJARSE. No hay situaciones de complot contra usted. Nadie disfruta con su estrés.
FIJAR OBJETIVOS. No con pequeñeces del día a día, más a largo plazo.
ACTUAR
PLANIFICARSE Y ORGANIZARSE MEJOR. Calcule un tercio de tiempo más, como colchón, para realizar una labor. Una agenda ayuda bastante.
DECIR NO. Negarse siendo amable a algo que nos impida centrarnos en nuestras cosas.
FRENAR Y RECUPERARSE. No consultar el móvil constantemente, abandonarlo en un cajón durante un rato. Ojear revistas. Etc.
DISFRUTAR. Es una enorme fuente de energía. Haz una lista con lo que te gusta y/o diviertete, e intenta tachar conceptos cuando los realices.
REFLEXIONAR. Rememorar por la noche los buenos instantes, disfrute los pequeños y grandes éxitos del día. ¿Qué he conseguido hoy? ¿Qué buenos momentos he pasado?

Michael Stara y Jeens gaab. Científicos, investigadores.

martes, 16 de septiembre de 2008

DOS EXCITADOS MIRONCILLOS

La contemplaba con un tormentoso deseo. Pensábamos darnos el lote (tocamientos por encimilla), sobre todo yo, en un recóndito banco del parque. Los dos éramos lo bastante jóvenes como para pretender ser aprendices de amantes. Llegado el anochecer era cuando las telúricas farolas harían acto de presencia. No era ni muchísimo menos un rincón pornográfico; aunque sí algo lóbrego y solitario, pero bastante diáfano si exceptuáramos los arbustos.
Sólo era el lugar donde los muchachos adolescentes agarrábamos tal calentón que difícilmente podíamos evitar masturbarnos, más tarde, al calor de unas suaves sábanas que nuestra mamá, en su afán de limpieza, nos atizaba. No hay nada como un buen interés hacia una exquisita meta para calmar una pesada ansiedad. Y, cómo no, alguna farola daba siempre fundida y era casi siempre la misma, la nuestra.
Reticente ella a cualquier tipo de amorío que no fuera un beso de tornillo, manteníamos la misma plática de muchas noches. En mi pensamiento la constante idea de comprarme un coche, nada más cobrar mi primer sueldo. ¡Ah, el amor!
- Pero muñeca, déjame aunque sólo sea un poquito. Nada más que te lo toco un poco por encima. Si sabes que me gusta mucho, y a ti también, ¿verdad?
Lo de muñeca, influencia del cine yanqui seguro
- Te he dicho que no, déjame. Nos pueden ver.
Replicaba mi compañera en tan crudo lance, para de nuevo apartar mi mano de un manotazo. Tampoco quería ir a un sitio más oscuro y perdido. Muy comprensible.
- Anda, si yo me aparto así de medio lado y me pongo tal que así, y mira, ¿ves?, ahora hago este movimiento y ya esta fácil. Venga, joder que hace ya una semana, desde que estuvimos en el cine. Fíjate, mira, ¿ves?, ahora ya no podré ni mear, seguro.
- Si te estuvieras quieto, no te pasaría eso… ahí.
- Y ahí, ¿cómo se llama eso? Llámalo por su nombre, anda, muñequita.
- ¡Cállate so guarro!
Seguíamos parloteando de cualquier cosa tonta, hasta que a los dos minutos yo, ya, estaba de vuelta con mi enorme interés de tocarle, aunque solamente fuera un poco por encima, su monte de Venus y la tensa comisura de las braguitas.
- Cuando llegue su hora, y sepamos, ya te haré las cosas qué quieras.
Me animaba ella, un tanto nerviosa y con un punto de jocosidad.
Imaginad nuestra cara, ¿a qué sí? Hay valores universales.
Mi novia lucía en esos instantes unos matices colorados por sus mejillas. Mis distintos toques, aunque nada más que lo fueran por encima del pantalón vaquero, propiciaban tal asunto. Su cara rechoncha, con los labios carnosos, también rojizos, me hacía fantasear con el tiempo, y con las revistas guarras que me tragaba en casa de aquel amigo, de cuándo metería mi colita en su cueva de la hermosura, directo a la gloria.
Siempre cabría, en aquellas deliciosas noches, que después de un desaforado movimiento de breakdance, consiguiera que su delicada manita ejerciera de gentil anfitriona al contacto con mi sexo. Y muy bien estaría darle un descanso a las sábanas de mamá; que de tonta no tenía un pelo, y se iba a terminar pensando que yo sí.
- Pero muñeca, déjame aunque sólo sea un poquito. Nada más que te lo toco un poco por encima.
- ¡Qué pesado!, cuando llegue su hora me enrollaré. Ya lo verás.
- ¿Qué hora?, si no llevamos reloj.
- Bueno, me da igual las tonterías que digas. Además puede pasar mi padre por aquí, y nos puede ver.
Ella sabía muy bien que su padre ya estaría cenando algo.
- ¡Calla! Que es capaz de cortármela, el tío. Menuda cara de bestia tiene. Seguro que se come las latas de atún enteras.
Los nervios me traicionaban.
- ¡Anda!, pues claro que se las come enteras. Como todo el mundo, ¿o es que tú tiras algo?
- No, pero él se las come con atún, lata, y cartón.
En el fondo le gustaba que se desviara el tema principal de nuestra conversación, aun a costa de papá.
Bueno, llegamos a la noche, en cuestión, tan especial. Ambos, reposábamos los cuerpos en la misma posición de siempre. Aquélla que favorecía que ella, si se animaba, me la tocara. Hacía un día espléndido de finales de otoño. Esa noche vestíamos ropas oscuras; la moda aquella de las parkas azules, que dieron tanto juego. Pasábamos muy desapercibidos.
Tanto fue así, que una pareja de adultos ni nos vio mientras caminaban junto al efímero hogar que formábamos el banco y nosotros, y la luz de la luna, y el perro callejero mugriento, y el drogadicto a paso ligero de la misma hora, y una hoja volandera, y el fresquito; y, desde luego, las radiantes estrellas que tanta tortícolis me proporcionaban.
- ¡Niña!, agáchate un poco, que no nos vean éstos. Igual te conocen y se lo dicen a tus viejos, y para qué queremos más.
Entonces, quedamos los dos hechos un bulto, algo sospechoso, tipo estatua.
- Ahora cariño. ¡Vamos!, que ya no aguanto más. Vamos a hacerlo como de novios. ¡Venga!
Oímos decir a la mujer de la inoportuna pareja. El hombre, algo más maduro, de unos cincuenta años, se le acercó, le palpó el culo, que ella le ofrecía generosamente, perdió su mano en excitante parte, acto favorecedor para que ella se empinara más en la postura, resaltando aún más sus glúteos, todo ello adornado con unas deliciosas braguitas negras brillantes.
- Amor mío. Cada día logras ponerme más cachondo. ¡Qué buena estás!
Le expresó el hombre, mientras la desnudaba, de cintura para abajo, y se desabrochaba la bragueta. En un momento la estaba penetrando por detrás. A base de empujarle la columna vertebral, hizo que la mujer se pusiera a cuatro patas en el césped y él, de rodillas, la estuvo poseyendo un rato, con un golpeteo contrarrestado que denotaba un fuerte entendimiento.
Ya se pueden imaginar la potente erección que ofrecí, tan incontenible que corría el peligro de eyacular dentro del pantalón. Me hubiera producido un daño terrible. Así que, ni corto ni perezoso, me la saqué.
- Pero, - susurró mi chica- qué haces, no seas guarro. Mira que me voy.
Escuché de aquellos dulces labios, a los que cada vez veía como un oscuro e irresistible poder de un incontenible antojo que me hechizaba.
- ¿Sabes lo que te digo? Que si te tengo que esperar a que te animes voy a ser tan mayor como esos dos, así que tienes que decidirte ahora mismo. ¿Me lo haces, o no?
- Pero, ¿qué quieres que te haga, tonto?
- Métetela en la boca, por favor, preciosa, guapa.
Sería la primera experiencia para los dos. Me envalentonaron las circunstancias.
Llegó nuestro momento. ¡Vaya sí llegó! Mi pene se hizo adulto en aquel preciso instante, rígido y tembloroso, en el interior de mi compañera. Me contuve cuanto pude. Ella se limitó a mantenerla dentro de su boca, aprisionada con su lengua y su paladar, sin respirar. Aún noto, concentrándome, su aliento.
Se marchó la otra pareja. Me callé. No quería que el acto de jocosidad al que la providencia me había llevado terminase nunca. Pero mi futura esposa decidió que ya había tenido bastante y se levantó. Craso error. Ese movimiento fue lo bastante excitante como para que mi contención estallara, sin tiempo de nada, como una manguerita de riego. A la pobrecita muchacha le cayó la riada en su melena.
El enfado no duró demasiado. Repetiríamos con interés.
Yo hice todos los esfuerzos posibles para tener un cochecito cuanto antes.
Me valía cualquiera, incluso sin motor.

jueves, 11 de septiembre de 2008

EL UNIVERSO Y YO DESBOCADOS

“EL UNIVERSO DESBOCADO” (de PAUL DAVIES)
Y yo también.

¿Quién duda de que viajamos por el Universo con nuestra vida a cuestas? Vida y más vida. Si lo meditamos, acaba uno cansado de las cifras súper gigantescas del Cosmos y conviene refugiarse en el planeta Tierra un tiempo. Hacerlo en ese micro punto del Universo que es la naturaleza terrestre. Ésa, que nos recoge a todos los seres vivos con su verde abrazo. Ésa, que por sí sola puede explicar el motivo de la creación. Es el último punto donde la molécula se ha asociado con otras para un orden superior. De ahí al Ser Humano ya sólo es problema de ir mejorando esa organización. Debe ser muy bueno, para la esperanza, marcharse al campo y gritar a voces: ¡mamá, mamá, mamá!
¡Qué corta es la vida del hombre! ¿Por qué?, si la molécula es eterna. Si apenas nos da tiempo en la vida a uno o dos fracasos y, a un sólo acierto. No es justo. Y menos para el Ser Humano, aposentado en lo más alto del escalafón, sabedor de su existencia y de su muerte. Cuanto menos la mayoría de los humanos tienen tiempo de meditar gracias a la tecnología, y ello va en avance. Corre muchísimo más lo artificial que lo natural. La tecnología nos conduce, a toda prisa, ¿hacia dónde? La Eternidad espera.
Esquivar la pregunta es el método simplón.
La tecnología tiene innumerables ventajas para los estados del bienestar, y eso es de agradecer. Pero es el Hombre quién la debe controlar, y eso, ya, no es tan de agradecer. La destrucción de las civilizaciones ha pendido siempre del Ser Humano y de sus dirigentes. Según las palabras de Paul Davies, cuando el hombre tenga tecnología suficiente para saltar de estrella en estrella, la posibilidad de destruirse a sí mismo sería de un porcentaje altísimo; la de arrasar con la naturaleza superviviente aún mayor. ¿Sería conveniente poner freno a ese avance tecnológico y enfrentarnos a los problemas de convivencia entre nosotros?
Pues seguro, si abrigamos el método no materialista.
Pero echando una mirada al futuro, puede que la Humanidad halle su destino en la exploración del Universo. Todo ello tendría que ser a raíz de haber mejorado sus conceptos de convivencia y hacerse las preguntas necesarias para llevarlo a cabo. Imagínate que vayamos a otros planetas exclusivamente a conquistar. Detalle que a nadie extrañaría. Llevaríamos la tecnología y la implantaríamos como la nueva religión para los alienígenas. Quizá ellos solo pretendan vivir en paz con su planeta, y nosotros vayamos a decirles lo equivocados que están, ¡con dos cojones! Todo esto me lleva a pensar en la vida que los seres no inteligentes, o, por lo menos, no tecnológicamente inteligentes, llevan en la corteza terrestre. Recordemos, como el Hombre domina al súper predador a su antojo. Ése que dominaba, ya no a su antojo sino al de la natura, a la presa. Y ésta sigue el giro hacia otra. Y aquélla cumple otra parte del giro hacia otra que ya vive del verde terrestre. Y llega el Hombre y planta una mole de hormigón en el centro del círculo. No hay que olvidar que hemos salido de ese círculo; a no ser que alguien nos pusiera aquí a capricho, y eso no se lo cree nadie. Ninguna civilización de otro planeta vendría aquí a plantarnos y luego irse, con el frío que debe hacer por el camino. A lo mejor sí que han venido, huyendo de una estrella extinta, refugiándose en el planeta azul, para morir aquí atacados por un extraño virus, como ya tuvo la idea H. G. Wells en su obra La Guerra de los Mundos. O quizá Dios. Pero no, hemos debido salir del círculo animal y, por tanto, debemos respetarlo hasta los confines más humanamente posibles. Esta es mi postura, hasta que me emborrache y la cambie durante un rato.
EL BING BANG. El principio de todo como lo interpretamos por aquí. La hostia el Bing Bang. Menuda explosión más acojonante. Tela marinera el primer segundo de esa explosión, ese minúsculo huevo que albergaba todo el Universo futuro. Se me acopla la mente al infinito. Va muy ligado cualquier cuelgue con la inmensidad del Cosmos. Ab initio, y explota algo más pequeño que un átomo, y 15000 millones de años después nosotros hablamos de ello, tan lejos de ese punto que no podemos comprenderlo y abarcarlo con un solo cerebro; y, aún, hay cosas más lejanas.
“Hay otros mundos pero están en ti”
Me surge un problema a raíz de esa explosión. Hay tantos porqués, que es tontería intentar explicar todo. Es como un niño pequeño que va por primera vez al campo y observa todas las, para él, maravillas. Si le explicas una por una no acabas nunca. Es más relajante exponer la concepción y que el tiempo haga lo demás. Eso me lleva directamente a la creencia de que algo, alguien, alguna cosa, energía pura y dura, hizo estallar ese minúsculo huevo para que creciera y creciera y creciera.
Davies aclara el concepto de la nada. Dice que el Universo conquistó esa nada. No que la llevara con él. ¿Entonces la nada qué es? ¿Y por qué esa explosión?
Se puede creer en un Dios. Es algo temerario no hacerlo. Si no eres tan escéptico como Hume y necesitas esa explicación, y la ciencia no te la proporciona, es Dios. Y lo podría llamar en latín, Dei, acabemos, o por teléfono a cobro revertido. Pero ese primer motor inicial sería Dios y a partir de ahí, todo es causal. Arjé. Claro que con tanto esfuerzo en soliviantar esa espectacular explosión, yo ahora estaría descansando y esperando que el Universo vuelva a reagruparse para iniciar otro ciclo. Lo que el Ser Humano ha pretendido después con la Religión y las creencias divinas, para mí, es arena de otro costal. Tampoco estoy de acuerdo con aquellos listos que manejan a los creyentes a su antojo y a su conveniencia. Pero sin ente superior, no hay Bing Bang... de momento. Ser aristotélico en este aspecto. Que Santo Tomás de Aquino piense algo parecido no me hace a mí ser un santo, también. Creo que se mata buena parte de la curiosidad e incertidumbre echándole el marrón para lo Superior. Además, quién explica el Bing Bang de las almas sin un ente superior. De algún lado han tenido que salir ¿¡No!? Eso sí, se puede pasar de todo y dedicarse a, simplemente, coleccionar sellos, si uno quiere.
Por cierto, que a la pregunta de: "¿Quién es mejor: el que hace menos mal o el que hace más bien?", debo reconocer que opino que es el segundo. El límite es casi imperceptible, pero el sólo hecho de mencionar la palabra bien, ante esta incertidumbre, me avala para inclinarme ante esa segunda postura. Me gustaría que Platón me diera la razón. Él opinaba lo mismo. Un árbol es el que hace menos mal, seguro. Una persona puede, al final de su vida, salirle la cuenta positiva. O sea: más bien. Lo ideal me cuesta trabajo imaginármelo, ni tan siquiera.
Hasta ahora la única evidencia de vida es nuestro planeta, La Tierra. Pero si tratamos con porcentajes, está clarísimo que debe haber mucha vida repartida por el Universo. Un planeta con vida cada 100000 estrellas como mínimo. Una civilización inteligente cada 10000 planetas con vida. Y ahí, de nuevo, me sumerjo en el punto de los E.T. Pero ya está bien; lo tenía despejado antes de desarrollar este escrito, que cambia con cada redacción.
Ya no me toca referir este tema, a fondo, hasta pasados 10 años, justo con el nacimiento de una nueva estrella, según Davies. Quizá la próxima vez haya cambiado algún concepto con un nuevo avance de la técnica, para que arrastre mi futura opinión. Soy partidario de ello, cuando hay razones y nueva información aportada al tema. No soy un muerto viviente. Estoy abierto al cambio. No puedo evitar seguir pensando en las almas. Eso tiene lana que escardar. Lo único claro es que la que nos toca no debiéramos mancharla. Se supone que nos viene inculcada pura y cristalina. Difícil misión. A veces, creo que la abandonamos si nos descuidamos.
¡Pues claro que existen los extraterrestres!, los observo a diario, aunque todavía estoy esperando que algún día me abduzcan para ser tan feliz como tratan de aparentar ellos.
Algunos lo llevan claro, y crudo, conmigo.
SUERTE.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

UN DICHO MANCHEGO

Según me he enterado esta mañana en el trabajo por un compañero que ante una inquisidora propuesta mía para recabar información sobre un refrán muy usado y popular, bien, me dice, lo reflejo, que en tierra manchega a orillas de Albacete, cerca pues de tierra andaluza con la que afinamos cantidad todos por las mañanas laborales, en cierta ocasión, de no se sabe qué año, como en la mayoría de los buenos cuentos añejos, una bestia en forma de mulo de trabajo se desataba para ir a comerse la siembra de un campo cercano, y que ante la insistencia del mulo, como siempre, el vecino dueño del cereal fue a comunicarle al vecino dueño del mulo testarudo que, oye, ten cuidado con tu animal que se escapa casi todos los días y me está dejando sin trigo. Al parecer la contestación que recibió el pobre hombre, con una meta que no encuentro palabra para definirla, fue la de: “no pasa ná”, el mulo está capao”
- ¡Y qué tiene que ver los huevos pá comer trigo!

martes, 2 de septiembre de 2008

¡QUÉ PATATAS CON SABOR A CARNE!

En cierta, y en más de una, ocasión me contaron esta anécdota. Por ser cariñoso lo menciono con algo de eufemismo. Allá por finales de los sesenta un tipo solterón, así se decía en los pueblos a los solitarios cuarentones, tuvo la fortuna de conocer a una mujer viuda, según presumía él con constancia, y, de paso, al hijo de ella de una edad próxima para que el Estado lo llamara a filas en poco tiempo aunque con grandes posibilidades de librarse de la Mili por su carácter “inocentón”. Poco tardaron en juntarse en el piso de ella, hecho que contribuyó el ofrecimiento del hombre para pagar todo el alquiler. Es fácil imaginarse las penalidades de la convivencia con ingresos mínimos para subsistir en paz con el sueldo mísero de un ferroviario y una pírrica paga de viudedad.
Él, muchas de las mañanas a la hora del almuerzo en el trabajo con los compañeros, quería dejar bien claro la suerte que había tenido en conocer a la que con probabilidad llegara a ser su futura mujer. En especial presumía con ahínco de las patatas cocinadas con sabor a carne que comía un buen número de días al mes. Qué suerte tienes, ¡canalla!, condescendían algunos.
Por lo visto, un compañero tenía un hijo de la misma edad que el susodicho y un día le comentó que también había tenido mucha suerte su futuro hijastro, que su chaval escuchaba como aquél hacía alarde de unas tajadas de carne riquísimas con sabor a papas cocinadas por su madre, y que se metía entre pecho y espalda un buen puñado de días al mes.