viernes, 20 de febrero de 2009

UNA JAMONERA MANIOBRA DE HEIMLICH

En cierta ocasión, al Rubio y a un compañero suyo en la carrera de Derecho, al que bautizo ahora con el sobrenombre de Dandy (carrera, por cierto, de “derecho” que alguno la desarrolla “tumbado” la mayor parte del tiempo). Pues bien, habían quedado los dos para tapear por el centro de Granada y alimentar a base de bien esos cuerpazos treintañeros hartos de trabajar ocho horas diarias, o más, y después estudiar otro tanto casi a diario. El Rubio marchaba muerto de hambre; y, el Dandy, a lo suyo.
El aprecio que el Rubio le tenía al jamón desde chico lo anima a pedirse un plato que contenga tan magnífico alimento, y el Dandy a lo suyo. Pues nada, la mano temeraria del tipo coge una loncha de jamón y la enrolla con mucho cariño y celeridad para llevársela directamente al estómago, ya que apenas la masticó. Eso del bolo alimenticio no iba con él. Debido al éxito del primer envite con el jamón, el Rubio vuelve a la carga esta vez más confiado, ante la mirada incrédula del Dandy.
Sólo veinte segundos después el Rubio comienza a ponerse rojo, más que una bombilla de feria de barrio, y a mostrar espasmos por todo el cuerpo en especial por el contorno de la garganta. Los ojos se le quieren salir de las órbitas. El Dandy se levanta preocupado y algo asustado, a la par el Rubio se mete los dedos hasta la epiglotis para tratar de trincar el jamón atrancado y mandarlo a los infiernos mientras piensa: “Ouhj… si me muero de ésta qué pensará mi madre y todos los míos, vaya tela, muerto por comer jamón, se reirán de mi”.
Unos brazos poderosos agarran al Rubio por su torso en una especie de abrazo del oso por atrás (maniobra de Heimlich) que le atenazan el final del esternón buscando su diafragma y ejercen con decisión y un golpe seco el apriete, y repiten acción. El Rubio escupe una ponzoñosa loncha de jamón arrugada contra la mesa de comensales cercana. Su compañero, el Dandy, acaba de salvarle el pellejo de seguro. El afectado recupera el fuelle y el color después de toser varias veces y se dirige a abrazar al Dandy en agradecimiento eterno, pero éste pensando que le va a vomitar encima lo rechaza de un empujón y se gira para mirarse en un espejo cercano y acomodarse la ropa; vamos, a lo suyo.
Ya no le gusta tanto el jamón, al Rubio. Y el Dandy es cojonudo.

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