viernes, 6 de marzo de 2009

CITA CASI A CIEGAS

Una cita casi a ciegas que adorna un plato de natillas con un condimento inusual y remata una decisión loca. Así podría titularse este relatus. Ya llegaremos al final que engarzará con este principio.
Con el nickname de guapeton40 en un Chat de Internet para buscar compañía si te sientes solitario, o para el simple liguoteo, según se vea, conocí a gatitacachonda, en un momento dado. Las conversaciones que solía sostener con las muchachas cada vez se me antojaban más y más aburridas, de modo que a veces suelo ir al grano para una cita personal y ver qué pasa. De no ser así, abandono el chateo pronto. Es una especie de ansiedad que me domina en ocasiones. Ella debía opinar algo parecido.
Me envió su primer correo a las dos de la tarde y tardé pocos minutos en confirmarla en mi Messenger. Chateamos diez minutos, más o menos. Ella libraba de su trabajo esa noche y yo estaba de vacaciones. La conclusión a la que nos llevaron esos datos a los dos fue que iba a ser un buen momento para conocernos personalmente. Quedamos frente a la estación de Adif de Granada a las nueve de la noche.
Ocupé mi tarde en cocinarme un plato de natillas, dejarlas enfriar en la nevera (era el mes de Julio), y metérmelas entre pecho y espalda luego a la noche. Y ahora, creo que ya viene bien aportar el dato caprichoso: en vez de aliñar con canela las natillas me equivoqué de tarro y le endiñé un buen golpe de colorante para el arroz, sucedáneo de azafrán. Se quedaron las natillas más secas y más coloradas que un caribeño en Sierra Nevada. No quise tirarlas, al pronto, porque soy partidario de: “quién guarda, haya”.
Llegaron las nueve de la noche y bajo previo afeitado y acicalamiento general partí en busca de Gatitacachonda. Enseguida me percaté de que ella había echado cuentas de que yo era más joven. A mí me pareció un poco alocada porque nada más presentarnos comentó que había mojado su móvil en la piscina, esa misma tarde, por hablar y bañarse a la par. Físicamente no éramos para concedernos un premio a ninguno, aunque ella iba apretada. Tampoco nos echarían de ningún sitio por feos.
Enseguida ocurrió la primera anécdota. Quiso aparcar bien protegido su coche, que denominó como deportivo porque mostraba un alerón trasero. Le indiqué un sitio que conocía y que podría dar solución. El aparcamiento de los ferroviarios, al que supuse a esas horas no presentaría problema alguno. Allí se quedó el coche tranquilo y ella aun más. La segunda anécdota es que le propuse llamarnos por nuestros apodos del Chat durante un rato hasta que nos conociéramos un poco más, dándole de esa forma categoría y misterio a nuestros nombres verdaderos.
Ella debía llamarme “guapetón” y yo debía llamarla “gatita”. Accedió encantada. Joder, deputamadre.
Sucumbimos ante una terracita veraniega para hablar con calma. Gatita era charlatana. Y mi menda, en el rol de Guapetón, decidió poner los oídos a punto y sondear la situación.
Esta historia requiere que vaya al grano. La conversación llevó a ambos rápidamente a la conclusión de que el atractivo físico sólo surgiría con una noche de fiesta y borrachera, que es una especialidad bien conocida por mi persona y, por los visos, también por ella.
Pero no era la ocasión, ya que acarreaba un problema médico que solucionar y un fiestón me podría crear un gran inconveniente. Ella lo captó y, me temo, como no se iba a ver invitada a la juerga, desechó esa idea.
Dedicó más de una hora a criticar a su exmarido y a sus últimas citas. “Cómo me va a poner a mi ésta en cuanto me vaya”, pensé con ahínco.
Sobre las doce de la noche dimos fin al encuentro. Venga, de vuelta al aparcamiento de la estación para la despedida y que ella se pudiera marchar y yo a mi casa a seguir con la disciplina. Y tercera anécdota.
Habían echado el cierre a la cancela del aparcamiento y no se podía acceder a los coches aparcados allí. Gatita se puso blanca y por mi parte mantuve la calma suficiente como para no montar ningún dispositivo de ayuda. No existía ningún apuro. No era momento de estar solicitando una llave de un aparcamiento bastante particular a medianoche y con una persona que acababa de conocer. Tampoco le pasaría nada a su coche.
Imaginemos cómo sonó mi propuesta: “Gatita, si quieres te puedes quedar en mi casa, aquí al lado, y mañana a primera hora venimos a por tu coche, yo te acompañaría”. Lo pensó un minuto y respondió: “Bueno, Guapetón, no va a ser la primera vez”. Le regalé mi habitación de invitados, algo parecido a la cabaña del Tío Tom en versión moderna.
Nada más abrirle la puerta y hacer lo posible para que se sintiera cómoda le ofrecí mi ordenador y mi teléfono para que le dijera a quien ella quisiera dónde se encontraba y con quién. Se enganchó a chatear ipso-facto. Al observar que se sintió como en su casa me dediqué a fregar la pila y de paso dar aspecto de formalidad, por si al Sexo le daba por aparecer.
Cuarta anécdota. Gatita parecía saber chatear más que el que lo inventó. Se olvidó hasta de mi presencia. Y por ello, para todo mi futuro, fui testigo en la sombra de lo que una mujer escribe en los correos del Chat y lo que piensa de verdad, ya que ella se soltó la lengua. Es fácil de imaginar asimismo como escribía cualquier cosa picantona para seguir animando al otro a que le escriba “cositas” y exclamar en voz alta cosas del corte de: “fíjate el calvo este qué se creerá” y “a éste lo pongo cachondo y luego que se haga una paja si quiere, qué feo”, “¿si tuviera 29 años como mucho?, anda que no es viejo” (Ella tendría unos 35 ó 36 años). Y así.
Me reclamó que le había entrado hambre. Quinta anécdota. Ahora es la mía, me digo, y le ofrezco el plato de natillas, con pose de camarero y con el torso desnudo. Le metió un tiento bárbaro a las natillas con suma alegría por mi parte. “Saben a algo raro, ¿no?,”; “qué va, qué va, son las galletas que le he echado, come, come”. No sé si mi semidesnudo le gustó o no, el caso es que conoció a otro Internauta y quedó con él más ligero que el AVE DE Madrid / Málaga.
Sexta y última anécdota. Veinte minutos después dijo que se marchaba con el otro tipo. Me pidió que si podía bajar a escondidas y cogerle la matrícula al coche de él, y que la llevaría a la playa. “¡JAJEJI!”
Comprendí que la chica no estaba en poder de un gran conocimiento estable, o era de raciocinio débil, o yo qué sé. El caso es que le recrimino su acción, ya que conmigo iba a estar protegida y que no se puede ir una mujer a la aventura y con algo de miedo. Pero no hizo caso. Le respondí que me enviara por SMS la matrícula del coche, que eso era mejor remedio que hacer yo de detective. Estuvo conforme y se largó.
No recibí noticias suyas ni en ese instante ni en ningún otro.
Me preparé otro plato de natillas al día siguiente, esta vez bien hechas. Confirmé que su coche no estaba en el aparcamiento. Mejor.

A los dos días comprobé que estaba conectada al Messenger y que chateaba de nuevo. Le rogué que me enseñara sus tetas y me eliminó.

1 comentario:

MANUELO dijo...

Se le quitan a uno las ganas de tener ganas como decía GOMAESPUMA.