lunes, 27 de abril de 2009

UN VIAJECITO CAPRICHOSAMENTE ERÓTICO

El autobús cubría el trayecto entre Villaverde Bajo y Madrid-Atocha, la línea 85. Autobuses rojos, lentos y ruidosos. En ocasiones la capacidad excedía tanto del máximo que, como dice el tópico, parecíamos anchoas en bote, en esa especie de caja de zapatos gigantesca, con ventanitas y ruedas grasientas, que desparramaba humo con cada arrancada. Año 1980 y poco.
En la parte trasera del vehículo, diáfana a excepción de las oportunas barras redondas verticales de acero que favorecían la sujeción, hallé hueco, por decir algo, para meter mi veinteañero brazo hasta el fondo y sujetar el resto del cuerpo en un asidero. Mi posición: erguido para no molestar y de paso evitar roces inoportunos, mi mano izquierda al bolsillo y el brazo derecho casi estirado del todo ayudando a la otra mano y así poder seguir aferrado. Rodeado de humanidad por todas partes me armé de paciencia a sabiendas que el viaje iba para largo, una hora al menos, seis kilómetros con más de veinte paradas hacia una entrada a Madrid, Legazpi y Delicias, donde confluían todas las líneas del Sur de Madrid, con tráfico intensísimo. Casi nada.
En la siguiente parada, en una nueva arrancada del dichoso BUS que quería llevarse mi cabeza si no es por el cuello, ya que la parte trasera con cada curva en aceleración era una diversión de feria donde los cuerpos se tropezarían al mínimo descuido, uno de ellos buscó refugio entre mi brazo y otro viajero, su mano no tardó en tropezarse con la mía al palpar el asidero; ya que me había pellizcado los dedos, e instantánea fue la frase cordial de perdón, con un giro de cabeza tan rápido que me metió parte de su rubia melena en la boca. Era ella, ¡increíble!, mi compañera de instituto en 2º de BUP, estaba allí con todas esas circunstancias. Fue la segunda chica que me besó con lengua, gesto bautizado como un “muerdo” por aquellos barrios. La primera fue una muchacha bastante mayor que yo y me lo propinó en mi pueblo andaluz natal cuando era algo más que un crío. En efecto, era inmigrante interno nacional, al igual que ella. Ahora voy a ser claro (aunque gane enemigos, como siempre): me empalmé conforme le decía “no pasa nada”. Imaginen el ruido, las pocas ganas de hablar y los recuerdos que a ambos nos inundaron la mente. O sea, todo lo acontecido a partir de ahora fue sin palabras; eso sí, adornadas con algún que otro gemido camuflado. En su momento no pasamos de unos pocos tocamientos que favorecieron alguna masturbación por mi parte, y quiero pensar que también por la suya. Después las asignaturas elegidas por cada uno nos hicieron cambiar de clase y cada cuál conoció nuevos compañeros y amigos. No se inició la historia de amor en aquel momento simplemente porque la adolescencia es tan antojadiza con algunos que hizo que unos pocos estuviéramos enamorados todo el rato de distintas jovencitas y muy, pero muy, despistados. Ésa es otra historia.
Ella (sí recuerdo su nombre, pero lo omitiré) apoyó su culito en el prominente bolsillo de mi pantalón, donde alojé mi mano minutos antes. Su faldita veraniega, ligera y con gran vuelo, tapaba su fisonomía pero permitía que el muñón que formaba mi puño captara todos los detalles allá dónde tentaba. Por fortuna (eso digo ahora aunque en su momento los nervios iban a hacer que me estallara el corazón) un señor grandote incluyó la parte trasera de su cuerpo entre nosotros y el resto de los viajeros y se agarró dónde pudo de tal manera que era inamovible. Nos regaló la intimidad necesaria. Y éste que relata tuvo la feliz idea de girar el cuerpo para proteger a mi compañera de viaje de cualquier eventualidad y/o roce con el individuo. Ella agradeció el gesto y se refugió unos centímetros más cerca de mí. Mi pene recibió un asalto de sangre que casi me mareo, y ella debió notarlo y aceptarlo, ya que sus nalgas me las restregó en un sinuoso baile al compás del movimiento del autobús. Entonces, ahora, me dije que sí que adelante con todo, justo en la siguiente parada (sitio al que algunos viajeros desistieron de intentar subir) ella siguió restregando mi bulto del pantalón como si continuáramos en movimiento. Había que decidir. Y lo hice, vaya que sí, saqué mi mano izquierda para fingir atusarme el pelo y aproveché pata tocarle una tetilla y recalé en su pezón, tieso como un trocito de polohelado. Noté un pellizco en mi otra mano, de nuevo. No puede haber duda, me está animando para que siga. Ella debía de estar escuchando los latidos de mi corazón sin duda, y notando como mi polla quería salir a saludarla, pero claro, yo no me atrevía. A lo máximo que me lancé es a tocarle sus partes más íntimas, por encima de la falda, al realizar el gesto de vuelta de mi mano izquierda. Si me llega a besar en ese momento estoy seguro de que la abrazo con tal intensidad que hubiéramos tirado al suelo a todo aquél que nos rodeaba. En eso, ella sujeta mi dedo índice a la altura de su clítoris y me da a entender que lo restriegue mientras se sube la falda lo justo para que yo acceda a sus braguitas (que aún hoy no sé ni de qué color eran) con todos mis dedos libres. El viaje se transformó en una sucesión de roces y gemidos camuflados, hasta tal punto que me desabrochó la bragueta e introdujo su delicada mano y me tocó el glande, después los testículos, donde yo soportaba los pellizcos y los toques dolorosos, ya que me daban igual por no decir que me gustaron, y me masajeó, hasta que eyaculé y le manché la mano. Mientras ella hacía esos ademanes conmigo de compinche, le metí dos dedos en su coño, pero pareció no gustarle demasiado por lo que volví a manosearle el clítoris. Gemí y le mordisqueé una oreja mientras me corría.
Pasaron los minutos sin darme cuenta. Los cuerpos igual de pegados pero ya sin inquietudes sexuales. Se despidió dos paradas después, sonriéndome.
Media hora tardé en llegar a mi destino, donde me esperaban un par de colegas del curro para ver si ligábamos algo por los PUbs de la zona, o echar unas risas en su defecto. Como se puede comprender me tiró más lo segundo.
En alguna ocasión, me la he meneado pensando en aquello. Con la edad me voy volviendo un poco más pornográfico en cada recuerdo. Cuando falta el amor, buen sustituto es el sexo, aunque sea con uno mismo. ¿Sí o no?

sábado, 11 de abril de 2009

TU DESAFECTO

Te busco y no hallo
te miro y me esquivas
te hablo y no oigo.
Entonces el frágil timón
de mi existencia se ennoria
incontrolado a merced de dicha tormenta.
¿Por qué no agarrarlo con bríos?,
si contemplarlo huérfano me lastima.
¿Qué misterioso yugo se me inculca?,
si hasta hace bien poco
bien aferrado lo prendía.
Del paseo al trote,
de ahí avanza rápido,
y de allí al galope.
Mi montura dislocada
el camino estrechado
el día nublado
la duda amarrada
y tu afecto agazapado.
¡Cuánto malestar!
tanto te cuesta mimar
o será nuestro vínculo que te ha fallado.
Compañera distraída,
tú, alejada amiga
tú, persona compungida
qué miedo me da el pensar…
¿¡qué!?, perdona que te diga:
¿no será un nuevo amor que, ya, te domina?