martes, 25 de agosto de 2009

PEPE, PEPA Y JOSE

Un cortés aroma a café espesito atraía las glándulas olorosas de Pepe. Su atenta mujer se lo servía con un semblante risueño. Algo que no era habitual en los últimos meses. Pepe decide tomarse otra taza y así lo comunica.
- María. Ponme otra.
Lo hace recalcando la mirada en una pegatina que observa pegada en la puerta de la nevera. A él no le suena de haberla visto por allí. Era el nombre de ella, conformado en una flor.
Pepe gira la cabeza y se fija en el zizzagueoso paso de su compañera.
Ella es de andares exquisitos. La noche anterior estuvieron haciendo el amor durante un buen rato. Un polvo con tesón. Pepe lo tiene para todo. Y ella para ciertas cosas. El café vuela, de nuevo, hasta el rincón de la mesa de cocina.
Él se comienza a fumar otro cigarrillo.
Ella no lo mira cuando le sirve la taza. Anoche, a última hora, sucedió algo causal. Un tema le tenía sobrecogido los nervios en la boca del estómago, y sospecha que a su marido también.
Es algo que la hace refugiarse, aún más, en ese halo de tranquilidad que debe rodear a cualquier matrimonio normal. Ocurrió al termino del pasional acto sexual que cumplimentaron justo después de una película en la tele. Fue un pequeño desliz, de esos que el subconsciente nos brinda siempre en el peor lugar para el caso, el muy jodido.
Pepe se toma tres tazas seguidas y no para de fumar
Ella no quiere sentarse con él, como lo hubiera hecho con la cotidianidad. Esquiva su mirada. Llevan diez años casados y no tienen hijos.
Pepe acabó con los cafés y, coge, se empina, la botella de ponche y enciende otro cigarrillo. Ella continúa limpiando la salita y repasando los ceniceros como si alguien se estuviera fumando en esos momentos un tremebundo puro cubano que desbordara la ceniza. Pepe acaba con la botella de ponche en menos de veinte minutos y llama a su mujer.
- ¿¡Quién es Jose!? - Le dijo vehemente, a sabiendas de que esa pregunta no la habría dejado dormir, aun sin habérsela propuesto hasta ese preciso momento.
Ésa había sido la promesa horas antes.
- Déjame dormir, no sé qué dices...hummm... mañana.
Él decidió dejar el tema para otro momento. Una terrible eyaculación le había pasaportado al mundo de los sueños. Ocurrió después de haber oído la palabra Jose, un par de veces. Así lo llamaba ella de novios, cuando esquivaba el arrebato sexual de él, y lo consolaba con una masturbación esporádica detrás de la planta alta que adornaba el portal donde residía con sus padres.
Anoche su mujer le hizo una mamada final y la pregunta quedó en el aire.
Y el sueño en la cama.
Ahora ella comprende que hay ciertas cosas del corazón que el cerebro humano nunca debe saber. Y ciertas cosas de la pasión que un marido nunca debe conocer.
A eso, algunos, lo llaman incompatibilidad.
- ¿¡Quién coño es Jose!? - Repite el marido con el aliento nepaloso.
Él es un borrachín empedernido, camuflado al amparo de otros tantos como él. "¡No!, pero fulano sí que bebe y es peor".
Dejó de llamarse Jose hace un montón de años, justo, cuando los compañeros de la obra lo rebautizaron. Ahora es Pepe y así lo ha llamado su mujer en los últimos años. Jose y Pepe.
El consciente cognoscitivo en constante lucha con el inconsciente concupiscibo; que no puede evitar que lo físico termine por dominar a lo moral, explican otros.
- ¿¡Quién es Jose, ...cabrona!? Te crees que soy tonto o ¿¡qué!?
Pepa se refugia en el cuarto de baño. Tiene un cuerpo exquisito. Eso siempre ha mantenido a JosePepe con un ramillete de celos, colgándole de la chepa, desde que la conoció. Lleva reprimiéndoselos tantos años que ya no lo soporta.
Entonces, a los pocos segundos vuelve a abrir una nueva botella y vuelve a mirar la pegatina de la nevera. Y vuelve a beber con ansia.
No es la primera vez que él bebe sin mesura y ella lo sabe, y se encierra en el baño bajo llave. La pregunta le retumba en los tímpanos como aquella bofetada mal dada de aquel profesor hijoputa. Jose y Pepe y Pepa.
Una pegatina sátrapeando el centro de la puerta de la nevera.
A él no le gusta como le llaman. Pero ya se había habituado a ser Pepe.
Entonces su mujer lo llama Jose. ¡Anda!, ahora a qué viene ese nombre, no te jode. Sigue bebiendo. De repente chilla:
- ¿Por qué no me llamaste por mi nombre?, ...desgraciada.
Brrruuuppp.
La mujer le da la réplica y le grita que ése es su nombre, ¡idiota!
Y PepeJose le besa el culo a la botella de ponche. Se la acaba. Comienza a ingerir cerveza y el estómago termina de revolvérsele. Se dirige al baño raudo.
Él siente una necesidad imperiosa de expulsar todo elemento ajeno a su organismo. Pero no puede expulsar a Jose. Y Pepe echa el bofe en la misma taza del water que más adelante ella tendrá que limpiar, y le abre la puerta y sale a saltos de allí con un mínimo planteamiento metafísico, sí, sobre que la vida es una pota mal echada.
Y PepeJosePepe le chilla, entre insultos y amenazas, que le diga, ya de una puñetera vez, lo que desea saber. Y termina de evacuar por la boca una maloliente masa semilíquida con un horrible sabor a café, castigado por los demonios elaboradores del ponche. Y grita:
- ¿!Quién cojones es ese Pepe¡?, malaputa...brrruuuppp.
- ¡Pero si eres tú, loco! Estás jodido y me estas amargando la vida.
Se oye la voz de su mujer, ecoagónica.
A él se le queda la lengua pegada en el paladar antes de darse un morrudo batacazo contra la plaqueta imitación de mármol del suelo de su cuarto de baño.
Y Pepa, la mujer de Pepe y amante de Jose, no pierde tiempo alguno para quitar la pegatina de la nevera, ésa que le ha regalado su tendero.
Ella recuerda el día de su boda y fantasea con el día de su divorcio.

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