sábado, 21 de mayo de 2011

ELECTOCRACIA... ¿A quién estamos votando?

No hay ninguna prueba de que el griego fuera un lenguaje escrito antes de mediados del siglo VIII a. J.C. Fue cuando aparecieron los papiros, importados, y se empezaron a producir materiales helenos escritos, tratados y registros. El centro de esta actividad era la ciudad de Mileto, que ganó prestigio no sólo como potencia comercial sino también como punto de origen de ideas e inventos. Sobre el año 625 a. J.C. nació allí un hombre inusual e inquieto, su nombre era Tales, convirtiéndose en el primer filósofo, el primer científico de la historia e integrante de los Siete Sabios, donde el resto eran líderes políticos griegos. Tales de Mileto se hizo famoso por ser el primer pensador que propuso un único principio universal para el concepto material (el problema de Tales), un sustrato único que, sin variar el mismo, estaba detrás de todos los cambios. Este sustrato o primer principio sería EL AGUA. Debe de haber algo en todas las cosas que no mute, pues si no: ¿Cómo podríamos reconocer a una cosa determinada a lo largo del tiempo, incluso a pesar de que altere? No es probable que quisiera decir literalmente que todo estaba “hecho” de agua. Quizá quería decir que es el disolvente universal o se refería a su perpetua mutabilidad; y puede ser vapor o hielo, resultado de un buen principio subyacente.
Tales hizo dos cosas extraordinarias: no recurrió a explicaciones animistas (echarle la culpa a los Dioses) y que el mundo (el Cosmos), al ser inteligible, era algo cuyo funcionamiento podría comprender la mente humana. No ha sobrevivido ninguna de las obras de Tales, pero sí se difundió su forma de “pensar a la manera griega”
En fechas venideras, ya muerto Tales, se contemplaría el concepto de Materia y Forma y surgirían los filósofos ontólogos (expertos en el Ser).
Sócrates nació en Atenas hacia el 470 a. J.C. Era un sofista, o profesor de filosofía, y altruista. Sólo sé que no sé nada. Cuestionaba e interrogaba a todos sus conciudadanos y sofistas profesionales. Le obligaron a suicidarse con cicuta por supuesta corrupción de los jóvenes. No escribió nada, pero su discípulo Platón (428 a. J.C.) rescató sus ideas en sus famosos Diálogos conformando un pensamiento único entre ambos.
En el 348 a. J.C. nace el discípulo más famoso de Platón y maestro de Alejandro Magno. Es Aristóteles. Nos enseñó a razonar sobre el mundo que vemos y conocemos: fue él quien inventó la Lógica, que consiste en las reglas del pensamiento, igual que la gramática consiste en las reglas del habla y la escritura. Inventó la idea de la división de las ciencias en campos diferenciados, también el cuidado y observación de la Naturaleza.
Los tres grandes filósofos compartían un desmesurado interés por el “hombre” y una profunda fascinación por la política y la moral. Para Aristóteles el término hombre no incluía a todos los seres humanos; descartaba a los esclavos, las mujeres y los no griegos. Todo ello mediante razonamientos (inferioridad innata y sin cura) que hoy en día serían punibles: para él casi todo el mundo era un ser inferior, excepto los varones aristócratas griegos de los que creía formar parte.
LA FALACIA DEL CONSECUENTE
Un método mejor de decidir ante las elecciones (decisiones) que tenemos que tomar habitualmente es observar los actos de un hombre virtuoso, reconocía Aristóteles. La opción buena es aquella que elige un hombre virtuoso y un hombre virtuoso es aquel que opta por las opciones buenas. Es un divertido círculo vicioso pero con muy poco valor práctico.
Es un razonamiento circular (incluso vigente aún) que quien lo utiliza para menospreciar a mujeres, negros, homosexuales, hispanos, aborígenes, etc. lo justifica por que han nacido inferiores. Es un error lógico que Aristóteles bautizo como la falacia del consecuente. También funciona a la inversa. Se trata a alguien como superior porque lo es. Reina la justicia: lo que tenemos es lo que merecemos, lo que otros no tienen es porque no lo merecen. Llevado al extremo es un ideal que asusta, ¿verdad? A veces se utiliza para elegir a los integrantes/socios de un club. Pero si ese club fuera el de nuestros políticos dirigentes, ¿quién es el jurado selectivo?
Platón defendió la tesis de que los dirigentes sólo merecen gobernar si han recibido una profunda y amplia educación, La República:
Hasta que los filósofos sean reyes, o los reyes y príncipes de este mundo posean el espíritu y el poder de la filosofía, y la grandeza política y la sabiduría se reúnan en uno, y hasta que aquellas naturalezas más comunes que persiguen la una en detrimento de la otra se vean forzadas a hacerse a un lado, las ciudades no podrán librarse de sus males ni tampoco podrá hacerlo, según creo, la zaza humana. SÓCRATES.
El gran maestro continúa diciendo que hasta que llegue ese momento, la humanidad debe contentarse con una especie de sombra de la justicia, caracterizada por una Mentira Real en el sentido de que aquellos que gobiernan merecen gobernar y aquellos que son gobernados merecen ser gobernados. Es irónico, frustrante y con gran dosis de resignación.
Confucio, que fue contemporáneo de Sócrates (aunque sin duda no supieron el uno del otro) también había proclamado que sólo aquellos que se merecieran el liderazgo debían disfrutarlo. Es la meritocracia frente a la aristocracia; parecidas, pero con alguna diferencia. Para Confucio era innato que algunas personas nacían con cualidades superiores y que era tiempo perdido intentar enseñar a los débiles y para Sócrates todos partían de igual posibilidades y sólo se irían descartando a través de una criba (selección por “exámenes”) que reflejaría los méritos. El más inteligente de nacimiento necesitaría menor esfuerzo, pero si basándose en el esfuerzo el menos dotado llega al éxito, entonces, ¿qué importancia tendrían las cualidades innatas?
Las ideas de Sócrates sobre la igualdad humana hoy día harían de él un gran progresista. En su época debió granjearse muchos enemigos procedentes de familias dirigentes bien acomodadas desde generaciones anteriores. Confucio estaba más cerca de Aristóteles sobre utilizar una práctica lógica, una Mentira Real.
Cuando se plantea la falacia del consecuente aristotélica (el superior lo es porque el inferior también lo es) a la doctrina de la Mentira Real surge la ironía. Al hacerlo, la doctrina se convierte en una teoría de la injusticia. Supón que todos los hombres y mujeres no son iguales. Supón también que algunos son gobernantes y otros son gobernados y que se acepta este principio porque los gobernados aceptan la Mentira Real. Según la falacia del consecuente, esto implica asumir que no es una mentira; es decir, una serie de personas (los gobernantes) son de verdad superiores, pues de lo contrario no serían gobernantes. De hecho, Aristóteles permitió que esta falacia le ocultara la verdad socrática de la igualdad de todas las personas, y argumentó que la Mentira Real era cierta. Es fácil imaginar lo admirado que era y lo protegido que estaba este filósofo por los poderosos. Llegó a decir que si llegaba alguno de una clase inferior, a los nacidos innatamente superior, a gobernar un Estado es que éste estaba mal planificado y que debía reformarse. O sea, propugnaba la teoría de la desigualdad. Expuso:
Si todos los hombres fueran amigos no habría necesidad de la justicia.
Se extrae la conclusión de que es necesario un gobierno. Y puede, con fines malignos, desprenderse de ella que los miembros de un club, cribado, no necesitan reglas para gobernarse sólo reglas para mantener a los demás fuera, para excluir a los que no pertenecen al club. La justicia, entonces, solamente es necesaria cuando se trata de los “otros”, habitualmente seres inferiores. La justicia ayuda a mantenerlos en su lugar.
El “mal” se fue apoderando de esta doctrina aristotélica y muchísimos dirigentes venideros (oligarcas) se apoyaron en ella para tiranizar a su pueblo. Sin Aristóteles todos los errores gubernamentales seguramente también hubieran surgido y perdurado pero sin su apoyo explícito hubieran resultado mucho más difíciles de justificar. Aunque su grandeza como filósofo, literato (Arte Poética) y protocientífico es innegable, sus doctrinas ayudaron a justificar la inferioridad femenina y la esclavitud hasta hace bien poco.
Las irónicas confusiones socráticas sobre la Mentira Real todavía nos acompañan. Consideremos esta pregunta:
Cuándo entras en la cabina para votar y escoger al próximo dirigente de tu país, ¿escoges al hombre que crees que es mejor persona o a la que crees que será el mejor dirigente? ¿O ambos conceptos son lo mismo?
¿Escogerías a un hombre o mujer por su virtud o por su experiencia? Se puede estar seguro de que alguien “peor” podría ser mejor gobernante que otro alguien “mejor”, a simple vista. No lo sabremos hasta que se dé la oportunidad. Pero, ¿cómo daríamos esa oportunidad? Nos tenemos que fiar del instinto porque otorgar la experiencia es un proceso demasiado lento y confuso. Acaso, ¿todos estamos cualificados igualmente para ser líderes?
En la antigüedad griega algunas ciudades Estado actuaron siguiendo esta última suposición. Escogían a sus gobernantes a suertes, convencidos de que, entre iguales, no pueden existir cualificaciones especiales para gobernar a los demás. Al mismo tiempo reducían la duración de ese gobierno a unos pocos meses, quizá suponiendo que en tan poco tiempo nadie puede causar demasiados estragos.
Ese tipo de democracia, que Sócrates consideraba radical, lo ponía furioso. Aunque todos seamos iguales no debemos emplear la suerte.
Escogemos a todos los demás por su experiencia y conocimientos expertos: nuestros generales, nuestros doctores y abogados, nuestros cuidadores de caballos y albañiles y nuestros zapateros tienen que ser los mejores en lo que hacen. Y, sin embargo, escogemos a nuestros líderes a suertes. ¡Qué locura! SÓCRATES.

Difícil remedio va a ser encontrar la fórmula que elimine la suerte en la designación de dirigentes para unas elecciones. Más fácil puede ser quitar de en medio, y más en esta sociedad globalizada de primeros S. XXI, a las primeras de cambio a los candidatos que no hayan aprovechado esa oportunidad para ayudar a los demás. Es decir, si te presentas a unas elecciones y fracasas, fallas, debido a la suerte que no han podido esquivar tus votantes y han confiado en ti, esos mismos debieran tener la oportunidad de echarte, eliminarte, de esa posición sin unos nuevos plebiscitos, por simple votación, y poner a otro. Entonces tú como candidato podrás pensar que has tenido mala suerte con tus votantes, que te han salido traidores. Pero en verdad, resultaría que la gente que confió en ti se siente vendida y ha ejercido el derecho a arrebatarte tu privilegio. Y, entonces, político negado, te irías por donde has venido antes de darte oportunidad a que delinques. Pero, si el votante estuviere a gusto seguirías en el puesto en esa labor tan llena de admiración por los demás.
Un buen dirigente eleva la autoestima de su pueblo. MANUELO.
Hoy día con Internet podrían resolverse la mayoría de casos en los que unas elecciones no hayan sido fructíferas. Sólo es cuestión de querer.
SUERTE. A votar, y que esa opción nunca desaparezca.

Charles Van Doren
BREVE HISTORIA DEL SABER
Circulo de
Lectores

1 comentario:

MANUELO dijo...

He recurrido en gran parte al excelente libro de Charles Van Doren publicado en el Círculo de Lectores y de título BREVE HISTORIA DEL SABER