viernes, 6 de mayo de 2011

UNAS PATATITAS CON SABOR A CARNE

En cierta ocasión me contaron esta curiosa anécdota, que por ser cariñoso la califico eufemísticamente. Allá por finales de los setenta un tipo solterón, así se decía en los pueblos a los solitarios cuarentones, tuvo la fortuna de conocer a una mujer viuda de su misma edad, según presumía él con constancia; y a su hijo, de una edad cercana para que el Estado lo llamara a filas. Poco tardaron en juntarse en el piso de ella, economía a la que él contribuiría pagando el alquiler. Es fácil imaginarse las penalidades de la convivencia con ingresos pírricos para subsistir en paz con el sueldo de un ferroviario de nivel mínimo y una exigua paga de viudedad.
Él, muchas de las mañanas siempre a la misma hora, quería dejar bien claro la suerte que había tenido en conocer a la que con probabilidad llegara a ser su futura mujer. En especial presumía con ahínco de las patatas cocinadas con sabor a carne que comía un buen número de días al mes ante sus compañeros de faena en el momento del almuerzo que a veces compartían.
Por lo visto, uno de ellos tenía un hijo de la misma edad que el susodicho y un buen día le ilustró: resulta que también había tenido mucha suerte su futuro hijastro, que su chaval escuchaba como aquél hacía alarde de unas tajadas de carne riquísimas con sabor a patata cocinadas por su madre que se metía entre pecho y espalda un buen número de días al mes.
No hay nada cómo un buen consuelo personalizado.

2 comentarios:

MANUELO dijo...

Esto me lo contaron a traición. Casi todo en la vida suele suceder así.

MANUELO dijo...

Este escrito lo incluí hace un par de años o tres, pero lo he actualizado de cara al concurso del periódico 20minutos.