domingo, 28 de agosto de 2011

UNAS LLAVES CAPRICHOSAMENTE REBELDES

Teresa recibe la invitación por parte de su marido Manolo para ir al cine esa tarde a disfrutar de la precuela de El Planeta de los Simios y la acoge con entusiasmo. Ella está embarazada de seis meses. Ambos llevan varias jornadas de mudanza para habilitar su nuevo domicilio. Él carga con el peso para dejar que su mujer lo haga con la ubicación de elementos. De modo que para los dos el trabajo es algo angustioso. El cine los relajará.
Se ponen de acuerdo: ella bajará con las llaves del coche mientras él se deshace de unas bolsas de basura que irán a parar directamente al contenedor de enfrente de su portal donde la esperará.
- Manolo, ábreme la tapa del contenedor que voy a aprovechar para deshacernos de estas dos bolsas de porquería que estaban arriba en el piso.
Teresa no se da cuenta que porta el llavero del coche en la misma mano que sujeta las dos bolsas que piensa tirar, ya que con la otra agarra su bolso con afán. La tía consigue encestar de pleno las bolsas dentro del contenedor, pero, qué lástima, el llavero también. Al percatarse del suceso la embarazada rompe a reír, por puro nervio. El marido la contempla atónito, y expresa:
- ¿Qué has hecho?, encima te ríes. Y me tocará a mí entrar ahí.
JAJEJEJAJEJIJAJAJA...jejjiiiijajajaja
Manolo comienza a desencajarse, pero su mujer espera su hijito...
Bueno, venga, platican en el portal, subo, dice él, a por un palo para remover las bolsas del contenedor y luego intentaré recuperar las llaves.
Teresa vuelve al lugar del desasosiego para contemplar que dentro del contenedor se halla una gitana rumana, jovencita, hurgando entre las bolsas de basura. Decide solicitarle ayuda para rescatar el llavero pero el intento es infructuoso ya que la rumanilla no ha recibido estímulo alguno para ayudar o quería quedarse con el llavero, quizá ya encontrado. Una llave que al pulsarla en las inmediaciones del coche esté abriría automáticamente. Teresa observa, con la cara roja, alejarse a la chica.
Vuelve el marido, se mete en el contenedor y no encuentra el llavero. El matrimonio se pone nervioso, y ella espeta:
- Tú tienes la culpa por invitarme al cine.
A Manolo se le hincha la frente pero se calla.
Marcharon para el cine arrancando el coche con el otro juego de llaves. Al terminar la sesión, debido al miedo que tenían por si localizaban su coche y lo abrían con el juego de llaves perdido decidieron aparcarlo en un lugar seguro a casi tres kilómetros de su casa. A caminar. Y a no dormir.
A los pocos días Teresa me lo contó, sí, a mí, a su compañero. Comenzó por decirme que el arreglo para subsanar que no pudieran abrirle el coche a traición le supondría un gasto de unos 150 euros y siguió el relato, más o menos, como lo he narrado en las líneas de arriba. Y, claro...
Vislumbré la posibilidad de echarle la culpa a ella, por bromear un rato, ya que de vez en cuando lo hacemos por diversión, y de paso volver a insistirle sobre la habilidad que tienen algunas mujeres para culpar a algún hombre cercano; y si es novio, marido, hermano y demás, mucho mejor. Y le endiñé el concepto.
- Te preocupa más el dinero que tu pobre marido, tan atento él.
- Eso no es verdad, y eres un imbécil, jajajajejejiji…
Entonces le platiqué que en toda esa secuencia la que peor lo había hecho era ella por varios motivos. Aproveché que se marchaba de vacaciones en un par de horas. Que no se había asegurado de sujetar las llaves con sus dedos, que no supo reaccionar a tiempo y buscarlas de inmediato, que al encontrarse con la muchacha rumana no le ofreció un estipendio adecuado por recibir su ayuda, que desagradeció la invitación de su marido y por último no llamó al 092 mientras la rumana se hallaba dentro del contenedor de basura. No se lo tomó muy a mal. Qué alivio.
Cuando Teresa me insistió en la mala noche que había pasado al pensar que su coche podría ser secuestrado y lo preocupada que la tenía el arreglo del vehículo, por incordio más que por economía, la alivié un poco.
Le dije que la incluiría en mi blog como anécdota ciudadana en un tipo de escritura que me gustaría abundar y así elevar a relato la anécdota.
Pero ella ya estaba pensando en sus vacaciones más que en nada.
Nos despedíamos hasta otra y le dije que no sabría qué final ponerle a la situación vivida. Bueno, sólo deseo que la futura criatura no nazca con un antojo en forma de contenedor para la basura de la marca Ford.
Seguro que no.
SUERTE.

sábado, 6 de agosto de 2011

EL CURRITO Y LA MUCHACHA DE LAS BLANQUÍSIMAS BRAGAS

El otro día salí del taller con la vestimenta de trabajos en la vía (pantalón y blusa todo amarillo y con franjas grises reflectantes) donde tiene la sede la brigada de trabajos eléctricos ferroviarios en Granada, a la que pertenezco. Y allí estaba ella, sola, sentada en el descansillo de la breve subida de escaleras. Una viajera con una gran maleta de ruedecillas. Ese detalle me valió pero pronto pasó al olvido debido a la minifalda vaquera que la muchacha mostraba y que tenía aposentada junto a su culo y con sus muslos, muy morenos, todo ello bien apoyado contra el firme.
Como soy de natural cachondo (también se puede definir como salido) no se me ocurre otro juego que mirar con un gran reojo las piernas de ella, muy musculadas y con la postura apretada para no dejar resquicio alguno. Mi idea era que se viera en la obligación de cerrar un poco más sus rodillas y se sintiera incómoda. ¿Por qué? Son los vestigios de las travesuras de la adolescencia. El caso es que me salió la jugada. Ella se cerró de tal forma que su coñito se debió sentir prisionero. Al acabar el lance nos miramos a los ojos y le brindé una sonrisa camuflada.
Varios minutos después tenía de nuevo la intención de pasar por su lado y esta vez sólo mirarla para intentar desvelarle algún pensamiento. De súbito, sonó mi teléfono de empresa justo cuando me encontraba a la altura de tan guapa hembra. Fue una llamada de un compañero de trabajo para consultar y confirmar unos datos. Me hice el interesante y como si la conversación me tuviera absorto me paré frente a la chica y me quedé observándola y con la pose indicadora de que no me iba a mover de allí mientras no quisiera. Al fin y al cabo estábamos en la calle en un sitio público de paso peatonal y la que se había puesto la falda más pequeña que encontró había sido ella. Y ahí estábamos.
En plena conversación veo, observo, contemplo, admiro, como aquellas rodillas se abren hasta el extremo que le permitía la faldita. Apareció ante mis ojos el final del túnel con una estela blanquísima en forma de braguitas que indicaba el tesoro que allí se ocultaba. Oigo por el auricular: “tío, ¿estás ahí? ” ¡Yo qué pollas iba a escuchar! Bastante tenía con sujetarme las bolillas de los ojos para que no se me salieran de sus órbitas. Al fin reacciono y contesto: “sí, colega, perdona pero estoy concentrado en un detalle de primera necesidad”
Tres segundos más tarde, la muchacha exhibe un bostezo al que acompaña con un estiramiento de ambos brazos poniendo de relieve el ombligo y sus pechos, separados, redondos y clamando al cielo. Con este gesto sus muslos se abrieron del todo y me mostraron las bragas, bien definidas sobre el monte de Venus que dejaba escapar algún pelillo rebelde. La prenda dibujaba una cenefa rosácea. La chica me sonrió y abrió los ojazos en un gesto que yo interpreté como si era esto lo que querías ver machote. Se me cayó el móvil al suelo con tan mala pata que se destrozó el display (la pantallita) con la punta de una piedra. Joder. Ahora ya no tenía comunicación con la brigada que es de lo peor que te puede pasar en mi oficio. Tendría que ir deprisa y corriendo a por otro móvil y cambiarle la tarjetita. Lo recogí del suelo. En ese instante la muchacha cerró sus piernas.
Le dije: “qué cara me va a salir tu bromita”. Eres tú el que la ha empezado, contestó. “Podrías regalarme tus braguitas, así cada vez que las viera me recordaría esta lección”
La recordarás cada vez que veas tú móvil roto, replicó al marcharse.