sábado, 6 de agosto de 2011

EL CURRITO Y LA MUCHACHA DE LAS BLANQUÍSIMAS BRAGAS

El otro día salí del taller con la vestimenta de trabajos en la vía (pantalón y blusa todo amarillo y con franjas grises reflectantes) donde tiene la sede la brigada de trabajos eléctricos ferroviarios en Granada, a la que pertenezco. Y allí estaba ella, sola, sentada en el descansillo de la breve subida de escaleras. Una viajera con una gran maleta de ruedecillas. Ese detalle me valió pero pronto pasó al olvido debido a la minifalda vaquera que la muchacha mostraba y que tenía aposentada junto a su culo y con sus muslos, muy morenos, todo ello bien apoyado contra el firme.
Como soy de natural cachondo (también se puede definir como salido) no se me ocurre otro juego que mirar con un gran reojo las piernas de ella, muy musculadas y con la postura apretada para no dejar resquicio alguno. Mi idea era que se viera en la obligación de cerrar un poco más sus rodillas y se sintiera incómoda. ¿Por qué? Son los vestigios de las travesuras de la adolescencia. El caso es que me salió la jugada. Ella se cerró de tal forma que su coñito se debió sentir prisionero. Al acabar el lance nos miramos a los ojos y le brindé una sonrisa camuflada.
Varios minutos después tenía de nuevo la intención de pasar por su lado y esta vez sólo mirarla para intentar desvelarle algún pensamiento. De súbito, sonó mi teléfono de empresa justo cuando me encontraba a la altura de tan guapa hembra. Fue una llamada de un compañero de trabajo para consultar y confirmar unos datos. Me hice el interesante y como si la conversación me tuviera absorto me paré frente a la chica y me quedé observándola y con la pose indicadora de que no me iba a mover de allí mientras no quisiera. Al fin y al cabo estábamos en la calle en un sitio público de paso peatonal y la que se había puesto la falda más pequeña que encontró había sido ella. Y ahí estábamos.
En plena conversación veo, observo, contemplo, admiro, como aquellas rodillas se abren hasta el extremo que le permitía la faldita. Apareció ante mis ojos el final del túnel con una estela blanquísima en forma de braguitas que indicaba el tesoro que allí se ocultaba. Oigo por el auricular: “tío, ¿estás ahí? ” ¡Yo qué pollas iba a escuchar! Bastante tenía con sujetarme las bolillas de los ojos para que no se me salieran de sus órbitas. Al fin reacciono y contesto: “sí, colega, perdona pero estoy concentrado en un detalle de primera necesidad”
Tres segundos más tarde, la muchacha exhibe un bostezo al que acompaña con un estiramiento de ambos brazos poniendo de relieve el ombligo y sus pechos, separados, redondos y clamando al cielo. Con este gesto sus muslos se abrieron del todo y me mostraron las bragas, bien definidas sobre el monte de Venus que dejaba escapar algún pelillo rebelde. La prenda dibujaba una cenefa rosácea. La chica me sonrió y abrió los ojazos en un gesto que yo interpreté como si era esto lo que querías ver machote. Se me cayó el móvil al suelo con tan mala pata que se destrozó el display (la pantallita) con la punta de una piedra. Joder. Ahora ya no tenía comunicación con la brigada que es de lo peor que te puede pasar en mi oficio. Tendría que ir deprisa y corriendo a por otro móvil y cambiarle la tarjetita. Lo recogí del suelo. En ese instante la muchacha cerró sus piernas.
Le dije: “qué cara me va a salir tu bromita”. Eres tú el que la ha empezado, contestó. “Podrías regalarme tus braguitas, así cada vez que las viera me recordaría esta lección”
La recordarás cada vez que veas tú móvil roto, replicó al marcharse.

1 comentario:

MANUELO dijo...

A la chica pareció divertirle el jueguecito. Lástima que yo no.