miércoles, 14 de marzo de 2012

BLUE" S" MOON

El Blue”s” Moon. Ya les adelanto que le añadí una ese al letrero, nombre, del bareto en cuestión como propina al vistazo raudo que le regalé. Yo tendría por ese tiempo la edad de Cristo más o menos (qué tendrá que ver ese hombre aquí ahora, el pobre). Tras unos meses calamitosos, económicamente hablando, recibí el pago por la mitad de un negocio, un bar de copas nocturno y roquero (para que se entienda mejor esta anécdota) que ostentaba en solitario, para corregentar por parte de mi nuevo socio. Me había ganado y merecido unas breves vacaciones. ¿Dónde? Qué más me daba. Sólo quería evadirme y fundir algo de dinerillo al que tanto había estado echando de menos. ¿Con quién? Tampoco me importaba demasiado siempre que fuera una fémina. De modo, y al cabo de un par de días de juergas varias y poco dormitar, o sea, que me encontraba con la mente totalmente aniquilada, apareció por el bar una conocida de toda la vida con la que había mantenido atrás una relación, con el tiempo comprobado, basada en la sexualidad. Sólo nos entendíamos para follar. Como ambos demostramos tener muchas ganas de estar relacionarnos, de beber mucho, de fumar cositas, y sobre todo de pasarlo bien, pues bien, decidimos pasar juntos el fin de semana venidero. Acabamos en las Islas Canarias (desde Madrid), Tenerife, en el Puerto de la Cruz. Sitio afortunado, como lo definió Cristóbal Colón, donde las haya. Allí en la isla al poco de aterrizar y coger habitación en uno de los mejores hoteles del lugar cuidamos nuestra higiene y nos marchamos de inmediato a beber. El polvazo podría esperar. Lo primero es lo primero. Deambulando, me fijé en el letrero mencionado y le dije a ella que hacia dentro que vamos a escuchar un poquito de música guitarrera de la buena. De acuerdo, entonces. Venga. Oiga, por favor, pónganos dos chupitos de Jack´s Daniel´s y un par de cervezas. Ale, a bebérselas casi sin mirar para ningún lado y pedir otra ronda. Oye, tronca, te has fijado lo fea que es la camarera, pobrecita, la de cosas horribles que oirá de los borrachuzos. Pues, parece muy contenta de estar aquí. Joder, qué pedazo de nuez tiene en la garganta la amiga. Oye, tío, has visto el video que están poniendo en esa pantalla gigante. Coño qué clase película es esa, tía. Espera que me fije. ¡¡El trenecito!! Saben ustedes lo qué es. Muy sencillo: cuatro tipos dándose por el culo en cascada. Uno hace de maquinista y el de atrás es el primer vagón que lo encula y así sucesivamente hasta que el vagón de cola, el furgón, se la mete al de delante. Sólo le faltaban a este último tipo las luces de cola (es un símil ferroviario). Desde luego el más tonto, ¿o no?, es el primero. Cuanto lo menos el de atrás debería masturbarlo, exclamé. Por supuesto que la camarera era un travestido. Nos sentimos incómodos, pero claro, la bebida estaba recién servida. Así que decidimos continuar. La verdad es que el video recabó nuestra curiosidad. Y, sí, nos invitaron a otra ronda. Nos marchamos y seguimos con la borrachera hasta la madrugada. Una vez en la cama, desnudos, ella decidió vacilarme y me picó el alma con que no pude apartar la vista del susodicho trenecito. Me hice el triste y la increpé de que estaba sacando a relucir mi faceta homosexual, que no sé si pasaría “la prueba”. ¿Qué prueba?, replicó. Si te sodomizo y me acuerdo del video más que de tu cuerpo, disfrutando del mío. Accedió. No sin pensárselo un par de minutos. Al terminar me preguntó que si había pasado la prueba sin problemas, pero yo ya estaba profundamente dormido. Cuando nos levantamos, sospeché por qué, no quiso insistir en ninguna curiosidad sobre prácticas y tendencias sexuales nocturnas. Al volver a mi vida normal y comprobar el golpe traicionero que le perpetré a la Visa me acordé de todo el dios que me hizo. Una vez más.