jueves, 26 de diciembre de 2013

TERTULIANOS ECONOMISTAS FRAUDULENTOS

Imagínense al Hombre del Tiempo de la Tele, lo invitan a un programa televisivo como tertuliano para hablar sobre el clima. Este señor sólo se limitare a describir la situación actual del planeta sin aportar el más mínimo gesto que nos indique que de verdad conoce el tema a fondo a no ser que le pongan un mapa de isobaras y lo defina con un lenguaje algo técnico. ¿Nos importa de verdad esa explicación? Lo que queremos es que nos diga claramente que ropa vamos a necesitar en los próximos días y en qué zonas. Este hombre tiene las manos atadas ya que el clima no depende del ser humano en un enorme porcentaje, hay fuerzas mayores que en esto nos superan. Pero sí valoraríamos una eficaz previsión por su parte como comunicador. Una previsión que nos proponga preparar el “paraguas” muy a tiempo y evitar, entre otras cosas, que malgastemos nuestros ahorros en unas vacaciones fallidas. Ese ser es beneficioso para todos, ¿verdad?
Ahora viene la analogía con los tertulianos economistas, asesores financieros, profesores de Económicas, y jefes en jubilación política. Estos tertulianos, caraduras, suelen tener en el currículum casi todo el bagaje propuesto en la frase anterior. No debo ser preciso en esto, ya se me entiende. Estos tiparracos, últimamente van acompañados de una pizarra explicativa. ¿Pero qué es exactamente lo que nos explican?
Esto es: se limitan a decir que la Crisis Financiera ha surgido por fuerzas mayores (los Mercados). Es decir, una gran tormenta creada en mitad del océano. Que gran parte de culpa se ha debido al consumo exagerado de la población (por tener un inmueble, vamos). O sea, por vivir a la orilla de ese océano. Y dicha crisis fomentada por un abuso del préstamo bancario. O, no construir los inmuebles con fuertes cimientos para así lucir las fachadas.
CRISIS FINANCIERA: La Tormenta destruye la costa y el bienestar.
Pues bien, de una forma u otra los fraudulentos tertulianos economistas describen ese suceso durante varios años que dura el clímax de la crisis.
Aportan soluciones generales, como los líderes políticos en mítines, REDUCIR GASTOS (eso es lo primero que recomiendan a los empresarios que bajan sus ingresos. El problema es a lo qué se considera gasto dispensable: las nóminas y por consiguiente a despedir); TRABAJAR MÁS Y COBRAR MENOS; y todo tipo de reformas que benefician al empresario, más o menos golfo, pero beneficiado hasta el fin.
¿Y saben por qué?
Porque la inmensa mayoría de ellos son asesores en ingeniería financiera de los empresarios que invierten en Bolsa. Por eso, para ellos los trabajadores son indispensables (que, por cierto, son los que soportan el consumo poblacional y, por ende, los productos de los empresarios) ya que no invierten en su negocio y no les aportarían las golosas comisiones por asesoramiento financiero que SÍ les ceden los empresarios. El empresario no debe reducir sus ingresos bajo ningún concepto.
Una mierdapincháenunpalo para todos ellos.
Es como si el del tiempo estuviera pagado por los hoteles vacacionales. ¿Creen que este tipo pronosticaría lluvia alguna vez? Pues No. Se limitaría a decir que hay posibilidades de lluvia. Algo que todo nacido sabe.
De modo que estos tertulianos pueden verse como humoristas a cuyas palabras no hay que tener en cuenta excepto para el cachondeo y tener firme que se ríen de nosotros, y no al revés que es lo que debería ser.
Y no resulta difícil hacerlo debido a que todos ellos (los estafadores tertulianos economistas, por si lo han olvidado), claramente los de las derechas que son los que tienen el dinero bien agarrado tradicionalmente, desarrollan una declamación torpe, rara, irrisoria, no entendible.
Parecen tontosdelapolla hablando. Prueben a enfocarlos de esta forma y verán que bien se lo pasan. Por fin sirven para algo a favor de las clases bajas y media: les harán reír.
SUERTE.

domingo, 3 de noviembre de 2013

UNA CUESTIÓN MUY HIGIÉNICA (II) (+18)

El tipo se fija en las blancas bragas de la muchacha; son grandes, amplias y cubren todas sus partes íntimas de sobra. Le recuerdan a las que se le veían, en la adolescencia, a sus vecinitas al saltar a la comba.
La chica clava sus pupilas con los ojos entreabiertos y mirada picarona hacia el hombre. Ella agita su negra melena, cabello muy suelto y recién peinado. Apenas cumplidos los treinta años es una hermosa joven cuya folclórica vestimenta de mendiga la afeaba. Se sube la falda hasta el ombligo para descubrirle sus encantos femeninos, al tipo. Se le vislumbran unos pechos pequeños pero muy bien puestos, al cielo. ¿Te gustan? Joder, sí. ¿Qué significa: joder? Lo que me gustaría que hiciéramos los dos ahora mismo en mi cama de matrimonio. Ah, ya sé, lo que quieres es follarme. Claro, pero podríamos empezar haciendo el amor.
Siéntate aquí, reclama él, que te voy a dar el mejor beso de tu vida. Así sucede, con la falda remangada se aposenta junto a él con los muslos abiertos como si quisiera airearse el monte de Venus. Él la abraza con su izquierda y con la derecha le palpa el coño por encima de las bragas mientras la besa en los labios regalándole un breve mordisquito antes de meterle la lengua. Ella responde al beso girando su cuerpo para favorecer el roce de sus tetitas contra el pecho del tipo y aprovecha para devolverle el mordisco. Ahora la postura es muy cómoda para ambos y favorece que él pueda seguir besándola, meterle dos dedos en la vagina, apartando las bragas hacia abajo, y masajearle el clítoris con el pulgar. Pronto la muchacha comienza a gemir. Descansan los besos. Los dos dedos entran hasta el fondo y el clítoris sale del escondite. Él recibe un bocadito en el cuello. ¿Quieres que te chupe tu polla?, sé que a los españoles os gusta mucho. Te aseguro que a los esquimales también. No se sabe de dónde sale un cojín para que ella se arrodille. Él se desnuda de ombligo para abajo y deja respirar su miembro más personal. La tienes más guapa que mi marido. ¿¡Cómo!?, ¿estás casada?, mecagoeneldemonio. No te preocupes, no se va a enterar, es un cabrón asqueroso que se acuesta con todas. Siendo así, podemos seguir. Me la has puesto más dura que el roble, chica. Se introduce el glande en la boca mediante una suave fricción con sus carnosos labios. Él tipo nota como el calor se confunde con sus jugos sexuales y tiene que hacer esfuerzos para no correrse en ese justo momento. Cariño, sigue así. ¿Puedes rozarme con tu lengua todo a lo largo de mi polla? Claro, cariño, haré todo contigo. La chica entonces se mete el pene completamente en la boca. Dicha frase es crucial. Eyacula en su garganta, sin poder evitarlo. Ella se aparta rápidamente y tose durante varios segundos. Tiene los labios manchados de semen. Él se los limpia dulcemente con los dedos. La besa en los labios y después en la mejilla. Luego la masturba con maestría durante varios minutos.

La chica se retiró a lavarse de nuevo. 
Salió completamente vestida.
Él le ofreció como obsequio treinta euros para que ya no tuviera que sentarse a pedir comida en la puerta del supermercado más, durante ese día, y comprara.
La acompañó hasta el portal. Gracias. Gracias.
El tipo retornó a su hogar para disfrutar de una buena película de acción.  
Jamás volvieron a verse.

martes, 22 de octubre de 2013

UNA CUESTIÓN MUY HIGIÉNICA (I)

¿Te quieres duchar? Esa fue la pregunta.
La muchacha sudaba de lo lindo. Imagínense 44º a la sombra en pleno mes de agosto en algún lugar de Andalucía. Ella es una de esas chicas, presumiblemente rumana, que piden limosna o comida en la puerta de apertura automática de algún centro comercial de barrio. Un pañuelo oscuro le arropa el cabello. Un vestido largo muy colorido como el de gitana sevillana pero con mangas largas y, con seguridad, unas sayas con adornos le protegen el cuerpo. Vamos, que una sauna es poco para comparar. Son las cuatro de la tarde y el comercio no abrirá hasta las cinco y media.
Pasa un tipo cuarentón, aunque de aspecto general juvenil, que porta una bolsa con varias cervezas casi congeladas pactadas con su camarero favorito. Una de esas cervezas estaba cayéndole por el gaznate cuando contempló a la bella hembra, más joven que él, y su mirada. El sudor de la frente y un pañuelo empapado delatan la incomodidad y el sufrimiento de ella. Y llegó la pregunta.
Contestó que sí, esgrimiendo una media sonrisa. El tipo la ayudó a levantarse agarrándola del codo. Sígueme, pues vivo muy cerca de aquí. Allí al retorcer la esquina. Ella mantiene la distancia. Debe estar acostumbrada al rechazo por parte de los lugareños. Él la ayuda ya que le arrebata la bolsa de plástico con comida que la chica había conseguido a lo largo de la mañana. ¿Quieres una cerveza?, ahora o esperamos a que te duches. Esperamos, mejor. Muy bien, la higiene es lo primero.
El tipo vive solo en un piso con tres habitaciones. Podría decirse que lo mantiene con algo de limpieza, mas por no manchar que por limpiar.
Mete las cervezas en el congelador de la nevera. Busca una toalla limpia para ella y le señala un bote de gel de baño. Pero ella prefiere, al observar el armario, una pastilla de jabón redonda y perfumada sin estrenar. Puedo utilizar ésta. Pues claro, mujer, tú eres la jefa aquí. Dice, sintiéndose algo temerario por meter en su casa a una desconocida. Inaugura una cerveza casi congelada mientras ella se ducha.
Veinte minutos después aparece con el pelo suelto, una melena negrísima y reluciente reposada sobre sus hombros buscando su espalda, mojada. El tipo se percata: sólo lleva puesto el vestido agradecido a un contraluz que deja entrever sus grandes bragas bien ceñidas al cuerpo. ¿De qué color serán? Joder, pues se lo pregunto.
Blancas, son blancas. Míralas…

martes, 24 de septiembre de 2013

la sangre de la confianza


Ya han pasado cuatro meses desde su primer beso, y con cada nuevo sus corazones regurgitan sangre a raudales cuya prueba la delatan sus mejillas. Viajan por una autopista roja a gran velocidad.
Dos adolescentes, ¿enamorados? Sexualmente sólo se han provocado unos calentones tan impactantes como para manchar la ropa interior con la ilusionante alegría que a la próxima se verán aumentados.
¿Eres virgen?, inquiría él; ¿y tú?, replicaba ella. El chico recibe la contestación, una y otra vez, con la sensación de un reproche. ¿No te fías de mi palabra?, insistía ella. Si no lo dudo pero me encanta oírla, es que… las novias de mis amigos todas eran vírgenes. Entonces ella dirige la mirada a los cielos y luego le zarandea el flequillo.
El gran día se acerca, es el amanecer en una noche de conducción.
Hicieron el amor muy unidos, torpes, dulces, extraños, cómplices, ansiosos, impactados, silenciosos, quejumbrosos, forzados, en el sofá de un amigo íntimo.
A las nueve y media de la noche caminan de la mano hacia la vivienda de ella con el silencio como protagonista.
Al fin pregunta él: ¿has sangrado? Sí, claro. Más silencio. ¿Seguro? ¿Acaso no te fías de mi palabra?
Y esa duda perduró durante toda la relación, finiquitada cuando apareció otro muchacho algo más mayor en sus vidas.

viernes, 13 de septiembre de 2013

SOBRE PRINCESOS AZULES

PRINCESO AZUL: el amor soñado. Vale para el masculino y el femenino. 
Durante la adolescencia, antes de los fracasos amorosos venideros, cuando nuestras hormonas nos impiden razonar y nos enamoramos catorce o quince veces al día o, en su defecto, catorce o quince días de la misma persona, una chica en mi caso, los conceptos de amor normalmente pasan por creer que llegará algún día el Princeso Azul.
Ahora demos un buen salto. Ya hemos pasado de adolescentes a treintañeros. 
Supongamos que seguimos esperando al amor azul, al príncipe, princesa, o sea: el Princeso. ¿Por qué tarda tanto en llegar? ¿En verdad existe?
Algunos damos por muerta esa opción. No existe la princesa azul, y si existe no nos merecemos su compañía. Debido a que ella sí se merecería un príncipe azul. Y esa es una cualidad de la que no dispongo, por no ejercer más que por otra cosa.
He sido testigo de mujeres, bien cumplidos los treinta años, que sin actuar como princesas azules siguen esperando al princeso. Cómo si aquél fuera tonto perdido. Chica, para que te toque la lotería hay que arrimar el hombro, hay que jugar. Hay que currárselo. Pórtate como una princesa y tus posibilidades crecerán a tope.
  
El Princeso Azul necesita alguien que dé su perfil. No se va con cualquiera. Y huye descaradamente de todo tipo de pedorras y pedorros. Y huye de drogas, de noches baratas de borrachera, de chicas fáciles que por no estar solas se van con tipejos pelanas.
El Princeso Azul es omnisciente. Lo ve todo. Lo sabe todo de ti.
El paso de adolescentes a los treintaypico requiere de un proceso ecuánime. Si ese proceso te sorprende con un hogar montado todo es paulatino y con treinta años tu princeso será precisamente ése: un hogar feliz. Pero en ocasiones, normalmente por divorcios, a algunas personas les pillan los treinta años en un cambio de coyuntura emocional. Es decir, han pasado de tener un hogar montado hacia una soltería galopante. Y la memoria sensitiva improntada en el cerebro desarrolla el lapsus en forma de puente para enlazar aquella soltería con esta soltería en tu nueva vida. Vuelven a ser adolescentes. Y a esperar a su princeso. Normalmente a esperarlo sentados, sin esforzarnos. Pero no llega. Por cierto, los princesos no follan. Sólo hacen el amor.
Creo que el concepto está claro. 
Los Princesos Azules sí que existen.
Están dentro de nosotros. Nada más hay que sacarlos a la luz.
SUERTE.

miércoles, 28 de agosto de 2013

COMPARTIDORES DE PISO

Medianoche en Valencia capital. Estas cinco personas, Rafaela (austriaca), yo (sí, el de la cabeza más gorda, granadino), Alexia (italiana), Elena (italiana) y Jose (murciano) se acaban de conocer. Ellas tres por su lado comparten piso y nosotros dos por el nuestro también. La temperatura, con amenaza de tormenta incluida, es de una apacibilidad soñada. Jose y yo nos equivocamos de terraza con las consumiciones de la otra de al lado, de modo que nos dijeron amablemente que nos marcháramos, circunstancia que aprovechamos para sentarnos, pidiendo el consabido permiso, en las únicas sillas libres que distinguimos los dos, en la misma mesa que Rafaela y Alexia. Son estudiantes extranjeras aquí en España. Jose y yo somos dos trabajadores poco más que mileuristas en un mes flojo. Más adelante se incorporaría Elena. Debido a la diferencia de edad lo de ligar con ellas lo teníamos poco claro, sobre todo yo, de modo que nos dejamos de imbecilidades y procuramos que se rieran y practicaran el español profundo, el cordial de la calle. Conseguido.
Nos divertimos escribiendo una creación literaria que a veces podría considerarse un poema. Una persona escribe una frase, la siguiente otra, y así sucesivamente hasta que todos los presentes lo culminan. Luego se le busca un título y se guarda como recuerdo. 
Esto fue: 
Sobre los verdes campos (Yo)
Me encantan las verduras verdes (Rafaela)
Y la tranquilidad que hay en este lugar (Alexia)
Cuando estoy junto a ti (Jose)
Disfrutar la vida (tituló Elena)
Desde luego como poema es una calamidad pero como confraternización la situación fue estupenda.
Al despedirnos, con gran besuqueo, prometí incluirlas en este blog para poder tener un lazo común y un recuerdo de esa velada.
Y con la promesa de que haríamos algún comentario, abajo.

martes, 13 de agosto de 2013

UN PLATICO DE HAMBRE Y JAMÓN

Primeros de los años 60 del siglo XX. Manuel prepara un nuevo día de trabajo que le conducirá durante toda la jornada a la estación del tren de Almazán, provincia de Soria. Él trabaja como titular allí de la empresa nacional de ferrocarriles: la RENFE, al igual que su padre, su abuelo y todos sus hermanos, y algún primo. Esparcidos por el resto de España. Su recién formada familia, ignorante a morir y joven a resucitar, duerme.
         Se levanta al sonido de un despertador de campanilla, con un ruido pesado e hilarante, para acto seguido enchufar la radio. Su emisora favorita le valdrá como ánimo para afrontar los primeros albores del día; Onda Pirenaica, cadena que emitía constantes mensajes en contra de la dictadura vigente, la del General Franco. Los punzantes discursos de Dolores Ibarruri, "La Pasionaria", le alegraban lo más interno de su alma. Corría el año de 1962 en España. Esos cantos de esperanza procedentes de la zona roja de Europa eran reconfortantes para su futuro. En algún momento de los próximos años tendrá que acabar la dictadura, pensaba... como la inmensa mayoría de los ciudadanos, casi en extremo pobres y desilusionados.
         Recién casado con una guapa moza, morena y de ojos grandes, andaluza al igual que él. Son de un pueblecito situado en la falda de Sierra Nevada, uno de los pueblos más antiguos de Europa; Guadix, de Granada.
         Allí se conocieron, y allí decidieron casarse un año antes, como su edad y su ámbito social lo requería. Eran muy jóvenes pero en edad casadera de sobra, 25 y 23 años. Ahora, y debido al desarraigo que el ferrocarril regala a la inmensa mayoría de sus trabajadores que empiezan, vivían temporalmente en Almazán.
         Manuel tendría el tiempo justo de calentarse un cafelillo bien cargado, antes de agarrar su vieja bicicleta. Con ella, el camino se le acortaría en unas cuantos preciosos minutos; los cuales, aprovechaba al amparo de las blancas sábanas, y el cariñoso abrazo de su mujer.
         Una pequeña canastilla de mimbre trenzado, con una mano de tinte rojizo, le valdría para transportar su almuerzo; con seguridad, las sobras de la cena anterior. Alimentos que él mismo habría propiciado, en un intento por contribuir a la economía familiar. Su mujer y cuñada, a la que dan cobijo, apenas si querían nunca tocar nada de la cena, para que sobrara la mayor cantidad de comida posible. Pensaban que el hombre de la casa y el hombre que tenía que salir a trabajar se lo merecía y necesitaba. Eso nunca estaba claro. Pues por su parte, Manuel opinaba que no necesita alimento tanto como su mujer. Ella debe amamantar a Manolito; su hijo recién nacido, dos meses atrás. Soledad, la hermana de Carmen, de unos trece años, también morena y muy delgada, tanto por unos como por otros, procuraba no comer nada más que lo imprescindible. O sea, casi nada.    
         Así que, entre unas cosas y otras, más de una vez se les estropeó alguna sobra de algún filete de carne en salsa o algún que otro huevo fritillo. Y por no mencionar algún vaso de leche con café.
Llegó la hora de marcharse. Antes, ojeó la cuna de Manolito. Se acercó hasta la cama de matrimonio y le propinó un beso en la cara a su mujer. Luego la arropó. Por fin partió; como única compañía la del gélido viento otoñal azotándole la cara. Veía pasar ante sus ojos los firmes pinos a ambos lados del empedrado camino, fieles compañeros guardianes. En la cabeza un único pensamiento: acabar la jornada cuanto antes para regresar.                
"No me extrañaría que los lobos bajaran aquí con bufanda, hostias”
         Un par de horas después, Carmen ya se levanta dispuesta a realizar su papel de ama de casa Novata en tales menesteres, aunque no se le caerían los anillos por llevar una casa adelante. Nacida en el seno de una familia numerosa, de seis hermanos, siempre, desde muy jovencita, le había tocado ayudar en tales menesteres a su madre Primitiva; "Mama", para todos. Lo tuvo que hacer hasta tal punto que la crianza de alguna de sus hermanas había recaído sobre ella, casi al completo. Entre ellas Soledad.
         Hecho que se agravó al fallecer, en un desgraciado accidente, su hermano Antonio; el primogénito de la familia. Dejándola a ella, con todos los honores, de hermana mayor.
         Los miembros de la familia Huertas Romero descendían de gentes del campo. Propietarios de alguna fanega de tierra, por allí, dentro de la vega de Guadix-Baza, de raza fuerte y con energía en la sangre. Todas las hermanas, las cinco, se parecían físicamente; con una mezcolanza de su madre Mama, y de su padre Antonio. Casado en segundas nupcias con Primitiva. Hombre rudo, silencioso, pero muy trabajador.
         Carmen mezclaba en los entresijos de su consciente la felicidad por la reciente boda y la amargura por la miseria en la que estaban viviendo. No era motivo de susto fuerte para ella. La pobreza formaba parte de la familia Huertas, desde siempre. Pero, en Guadix sus padres eran regentes, por esos tiempos, de una fonda, tanto para personas como animales. Esos ingresos y los productos manufacturados que sacaban de su campo hacían que nunca faltara la mesa puesta a sus horas. Nada de manjares, pero sí un plato caliente. Y cuanto menos, una buena panzada de los productos de matanza gracias al sacrificio de tres o cuatro marranos.
         Fiesta que ellos practicaban religiosamente todos los años.
         Tanto Carmen como Soledad y el propio Manuel son conscientes de que esa situación es pasajera. Algún día, no muy lejano, esperaban volver al pueblo, donde con el sueldo fijo de la RENFE no tendrían problema en ir consiguiendo comodidades en sus vidas.
         Ahora, deberían de aguantar el tirón como fuere. Motivo por el que Soledad los había acompañado, que Carmen y el revoltoso Manolito no se sintieran solos más de lo necesario. Amén de aliviar carga en Guadix.
           Carmen se acercó hasta la pequeña cama de soledad. Quería preguntarle si deseaba beberse un vaso de leche caliente. Ella no estaba. Por desgracia empalmaba diarrea tras diarrea, debido a problemas estomacales. Carmen imaginó que estaría en el pequeño corralillo de la parte de atrás de su pequeña casa. Ésta era de una única planta, con dos habitaciones y una suscinta cocina aparte. Si hubiera estado en lo alto de un edificio de una capital sería una buhardilla.
         Una vez con la certeza de que su hermana hacía lo que se había imaginado, Carmen se sacó la teta derecha. Antes metió las manos en la cuna de su hijo para cogerlo y sentárselo en sus muslos.
        Renqueando, Manolito ya mamaba y mamaba; el mamón.
        Hoy pretende ser un buen día para las hermanas Romero. Una vecina del lugar las había invitado, el día anterior, a una merienda en su casa.
El cielo despierta grisáceo. Soledad ayuda a Carmen en las labores domésticas, cuando recuerdan el detalle tan colosal que les había ofrecido la señorica María; esposa de Macario, compañero de Manuel.
         "Qué bien, Sole", allí siempre tiene cosas mú buenas pá comer. Hoy nos hinchamos, si Dios quiere". "Qué alegría... Carmen.... ahora, que como me de la cagalera allí... ya verás tú...je,je,ja...". Se replican la una a la otra. "Yo estoy por no comer ná al mediodía y tó"; "Yo, tampoco... mira ésta". "Pues nos hacemos una sopa de sobre y ya está", dice la mayor.
         La verdad, es que la ilusión de la invitación les va creciendo a lo largo de su andadura diurna. María les dijo que no se pasaran muy tarde, que enseguida anochecía.
         María se había percatado de la extrema delgadez de las dos jóvenes, recién llegadas, vecinas andaluzas. Y sin comprender por qué un casorio tan temprano y llevado directamente a penalidades, se le llenaba el alma de pena cada vez que las miraba a la cara. Las costumbres de esa zona y de las que procedía la familia Martínez Huertas eran muy diferentes; distintos climas, distintos conceptos de la vida, familias de diferentes componentes. En Andalucía primaban las numerosas; lo normal era tener siete u ocho componentes. En Soria eso no era tan normal y evidente.
         El caso, fue que María acababa de adquirir un par de jamones y un lote de quesos, y se ofreció a obsequiarles a todos los integrantes de la familia, para una exquisita merienda. Un buen plato de jamón; otro igual, de queso, y un enorme trozo de pan de pueblo; ¡ah! y un tomatito rajado, con sal. Y para terminar un sabroso café, recién hecho.
Un buen ágape les esperaría a media tarde.
         "Carmela, venid todos, ¡eh! Al niño ya le haremos algo para que nos acompañe", insistía María. "No se preocupe Vd. señora, que le da un taco de jamón y ya lo chupa él", le replicaba Sole, con su espontáneo salero granadino.
         Una vez concluidas las labores de la casa, Carmen y Sole, quieren aprovechar la salida hasta la tienda de alimentos, para recrearse con un primoroso paseo. El río Duero es una buena opción. Allí, los pescadores llenan sus cestas con los salmones que remontan sus frías aguas. Desde sus bordes, las dos hermanas fantasean con los recuerdos del río de su pueblo; el río Verde, afluente del Genil, en la vega granadina. Una nimiez en comparación con el Duero.
         Ahora, que por otra parte, es un gran consuelo pensar que las riadas del río Verde, aun siendo muy desastrosas, no serían nada comparadas con alguna del Duero. Eso ellas lo saben muy bien. Saben de riadas.
         Los pescadores les brindan algún esporádico piropo a su paso, hecho reconfortante. La delgadez les vale para agrandar la innata belleza de sus caras. Es época de lluvias y las aguas bajan plenas en su capacidad. Un pescador saca, entonces, una trucha de un par de kilos. ¡Qué rico debía de estar después de un par de vueltas en la sartén!
         Este detalle recuerda a Carmen la necesidad de amamantar a su raleoso hijo. Y al igual que en otros tantos momentos, Manolito no admite el pecho, el muy vándalo. Ello acarrea a Carmen un sufrimiento añadido. Su primer hijo no comía. El hecho de sentirse culpable por otro problema contribuye a que ninguna de las dos ingiriera nada. Una nueva preocupación que barre todas las anteriores. La salud de su, de momento, único hijo la apabulla. Y nota una falta en su menstruación. ¡Ah, el amor!
         Si el destino había dictado la llegada de un nuevo bebé, debería de cuidar al máximo el que ya había engendrado. Una carga más va a ser demasiado para la familia. "Manolito, espabila".
         El dichoso reloj marca las cinco de la tarde. El inocente crío no se alimenta con ninguna de las soluciones tomadas por las hermanas. Solamente cabe una que hará feliz a la mayoría. Desplazarse hasta la casa de la señorica María y esperar que el destino, con su eje caprichoso, entre medias, deje que Manolito admita algún tipo de alimento animado al ver comer a las mujeres que tanto cuidan por él.
         Carmen no es partidaria de dar el pecho en público. Pero si fuera así el mejor remedio a tan catastrófica situación bienvenido sea.
         Se atavían ambas con sus mejores atuendos; únicos y muy limpios, muy blanquitas por dónde se les mire.
         Lo primero que pregunta la señorica María es por la ausencia de Manuel. Él les cae en gracia al desusado matrimonio.
         La verdadera disculpa ante la falta del joven marido se la explican sin tapujos. Esa tarde, improvisadamente, debe de echar un doble a uno de los compañeros de trabajo. Ello hará que continuara cuatro horas más de su jornada normal; una práctica habitual y constante.
         "No os dé vergüenza, pasad y acomodaros donde os guste".
         Mensaje que contribuye a la calma y felicidad por parte de las dos mujeres. Entraron y se aposentaron lo más cerca la una de la otra.
         Sole debe apañarse la falda para no enseñar sus braguitas.
         Las tres vecinas entablan una conversación dicharachera. La ingente cantidad de preguntas con las que bombardea María a sus visitantes hace que ellas den un repaso a sus vidas, y a la trayectoria de los últimos meses. Pero unos providenciales llantos de Manolito las libran del afligido relato.
        Las nubes otoñales, procedentes del Moncayo, provocan que comience a anochecer antes de lo previsto. Así que, María no tarda en sacar varios platos de aquel meditado festín.
         Los ojos que se le pusieron a Soledad nada más ver el enorme plato de jamón bien podrían representar el encanto de la esperanza. O sea, ...ojos como platos... de jamón, en este caso. Carmen hasta llega a lanzar un estruendoso suspiro. María pregunta el motivo de éste y es contestada con los agobios de una vida muy ajetreada.
         "Muy bien....ya, ya...".
         Al ratillo, ya ha puesto la señorica María varios platos sobre la mesa camilla. Digno hubiera sido pintar un bodegón con aquellas expectativas.
         Para Carmen y Soledad el paisaje que contemplan sus ojos no tiene parangón. El jamón cantaba. El queso acompañaba. Y el hambre...  ¡ah!, el hambre... eso... ¡pinchaba!
         María les concede permiso para comer cuánto se les antoje.
         La pena va a ser no poder compartir el banquete con su su marido y cuñado. Él tiene que trabajar hasta el límite de lo permitido.
         Ojala pudiera compartir con todos esta ocasión. Con seguridad, no hubiera cogido un taco hasta verlas a ellas bien hinchadas.
         Carmen lo sabe. Lo presiente. Soledad, también lo intuye. Las dos dejan de masticar a la vez. Sus respectivas almas no se lo permiten.
         Manolito tiene la feliz idea de llorar con desparpajo. Al parecer, él llega a oler el jamón y lo pone nervioso.  "¡Dios mío!, haz un milagro... y que mi marío venga ahora mismo",  medio reza Carmen.
        Suena un estruendoso trueno, y después otro. Luego una sacudida de luz. Y por último el sorpresivo apagón. Y más tarde... el pensamiento de la novata esposa... "pues... si él no ha podido venir a comer jamón... ¡yo se lo llevo!" Acto seguido, agarra dos tacos y se los mete entre los pechos.
        Soledad se acuerda de su cuñado si es que, alguna vez hubo dejado de pensar en él y coge otros dos tacos para introducirlos directos entre la comisura de sus tetillas.
        Con un gran disimulo ambas llenan sus bocas con otros dos tacos.
         Manolito llora, todavía con más fuerza, atrayendo la atención de la señorica María que sin dilación corre a atender a tan díscola criatura.
        Las hermanas Huertas repiten hazaña y otros cuantos tacos de jamón para el morral; o sea, al interior de sus vestimentas.
         Atenazadas de nervios por lo sucedido deciden calmar los ánimos.
         En eso, exclama María: "Si estuvieran los hombres aquí, lo solucionarían". Frase que lleva a las dos a agenciarse otros cuatro tacos de jamón, como bien pudieron esconder.
         Manolito parece calmarse. Los dos segundos que tarda su madre en abrazarlo contribuyen a ello. Soledad no pierde tiempo y esconde otros cuatro tacos de jamón, allí mismo, en la comisura de sus bragas.
         El miedo a la oscuridad hace que todos queden inmovilizados, al fin.
         Una hora había durado el apagón eléctrico. Con el retorno del fluido decidieron terminar la reunión. El plato contenía varios tacos más, diríase haberse reproducido. María propuso: "Carmela, llevároslo para tu marido y le dais un beso de mi parte". Las hermanas se miraron fijamente.
         Carmen y Soledad se marcharon muy agradecidas.
         Manolito les escanció unas risas a todos.
         Al día siguiente, Manuel vio los tacos de jamón en la canastilla para su almuerzo. Como siempre, los sacó y reposó en la encimera de la cocina.
         Su pensamiento al irse no varió:
         "Y estas mujeres... que no quieren comer nunca... ¡Ay!"

viernes, 26 de julio de 2013

MÁS GRANDES ESTRENOS (y 3)


LO QUE EL CIERVO SE LLEVO. Un político español cornudo se venga de toda la sociedad robándole a María Santísima hasta que aparece ahorcado en su celda, ¿suicidio? SIN BRAGAS Y A LO LOCO. En un campamento de verano estadounidense las adolescentes ricachonas baten el récord de folleteo nacional y la mitad vuelven a casa de sus padres embarazadas de no se sabe quién. ALGUIEN. Un extraterrestre horroroso camuflado con el rostro de M. Rajoy se come a las personas crudas, el muy cabrón. PENÉTRAME COMO PUEDAS IV. Vuelven  a rodar su nueva película pornográfica unas nietas de R. Reagan y M. Tatcher. BAILANDO CON BOBOS. En su única y gran intervención para todos los públicos, en especial los europeos del sur, la gran Ángela Merkel organiza una enorme fiesta alemana.

lunes, 8 de julio de 2013

ESE DÍA CUALQUIERA

Un día cualquiera
bajo los mantos de algodón
al arropo de los sentidos
entre díscolos pensamientos
despertaré.
Un día cualquiera
avanzando a brazas
apartando la maleza
resistiendo al viento
luchando contra la ecolalia
te hallaré.
Ese día cualquiera
cuando el rumbo nos cruce
cuando los caminos coincidan
si nuestras alas se rozan
y nuestras miradas se imantan
allí mismo y para siempre
te amaré.


viernes, 14 de junio de 2013

MUCHA TELEVISIÓN


Compañía hipnótica perenne
hermanada con nuestra fea soledad
llenadora de huecos sin piedad                        
que a la caletre no dejas indemne.
           
                        Pequeña amiga y verdadera
                        milenaria máquina inventada
                        a todas las demás das la patada
                        y quien te conoce ya te espera.
           
                        Enorme hilera, constante, de fotos
                        milagrosas a través de los ojos
                        nos llenas de alegría y despojos
                        para ponernos a todos como motos.

                        Aquellos, siempre solos, detractores
                        criticones de nuestra caja tonta,
                        que, aburridos, siempre nos la montan
                        seguro, a solas, su cara de colores.
           
                        Televisión, mi televisión
                        imaginativa; si no, siesta.
                        Constantemente estás puesta
                        preparándonos algún alegrón.

                        Televisión, ay, televisión
                        acompáñame completa en mi sillón
                        y dame cantidad de películas 
                        pero a mogollón.

viernes, 3 de mayo de 2013

UN SUSTO DE VIDA

Recién inaugurada la primavera en Valencia capital, 2013. Nuestro Sol pinta rayas blancas entre la amalgama colorida, entresuelo del inmenso azul. No se avista aunque el mar nos regale su aroma cercano.
   Y yo me he quedado sin butano.
   Decido conducir mi automóvil y disfrutar del olor a nuevo que emana en su interior (apenas tiene 1000 kms) hasta la gasolinera más cercana. El maletero cargado con la bombona muerta. Parece que mi existencia va a ser recompensada con un buen día. Excelente mañana y sin jornada laboral de por medio, es sábado. 
   Observo por la zona de El Cabañal (Cabanyal), distrito valenciano de dimensiones considerables, en casi todos los pasos de cebra (qué ocurrencia pobretona llamar así al paso de peatones) se hallan criaturas, normalmente niñas, adornadas con el traje típico fallero valenciano, o sin él, acompañadas de sus padres, la madre de seguro, que ofrecen naranjas, a cambio de una dádiva, a los conductores que parábamos ante el semáforo en rojo. A la tercera parada de la amplia avenida decido aceptar la oferta que he rechazado dos veces debido a que dos niñillas angelicales me regalan esa visual en la que te hacen sentir muy buena persona si atiendes, y con el fin de no arriesgarme a una probable mirada Némesis y desencantadora. Esto último es fantasía mía.
   Son dos carriles hermanados en la misma dirección. El de mi izquierda está completamente libre cuando me detengo del todo para reclamarles su atención y animarlas a que se acerquen hasta mí con un gesto visual y manual. La madre, una morenita de gran belleza, accede.
   Guárdate la naranja prenda que ahora no tengo hambre, les digo.
   Saco varias monedas para repartirlas entre las dos. La primera, la que iba vestida de fallera, alarga la mano y recibe por mi parte tres monedas de veinte céntimos y le pregunto: “¿sabes cuánto hay ahí?” Como debí pillarla por desprevenida su gesto se entristeció y para arreglarlo la conminé a que se marchara hacia su madre dando por zanjada nuestra relación comercial. La madre la espera con los brazos abiertos. La compañera, no sé si había vínculo familiar pero es muy probable, otra niña de unos ocho años, me esperaba con la mano extendida dentro de mi vehículo…
    Se oye la bocina perturbadora de un coche que se acerca a gran velocidad desde nuestra perspectiva. La madre, desde el otro lado del carril en la acera, chilla desesperada. La miro con mi corazón palpitando a doscientos por hora y la boca seca de golpe. Giro mis ojos para ver a la chiquilla y el paso del conductor despistado que ya va frenando con la sensación de que el día se va a transformar en el vestíbulo de un infierno y que la madre pasará del chillido al llanto desconsolado y yo acabaré sirviendo al maldito demonio que de vez en cuando me toca el hombro.
   Pero no. La niña ante el grito de la madre se quedó petrificada sobre la línea que divide los carriles y sólo recibió un arañazo por parte del retrovisor del jodido coche que continuó su marcha como si nada. Entonces la madre la recogió en brazos y al fin la puso a salvo.
   En décimas de segundo agarré la muñeca de la otra niña y la sujeté con firmeza, mientras seguían circulando más coches esta vez a velocidad moderada. Activé las luces de emergencia de mi vehículo y le indiqué tanto verbal como mímicamente a la segunda cría que saliera de la calzada rodeando mi coche muy pegada a la carrocería y accediera a la acera de mi derecha donde el peligro era inexistente. Fue muy obediente. Allí la abrazaron unas personas nada más llegar.
   El maldito color verde, mi favorito, del semáforo se había encendido en el peor momento de todos. Y mi estúpida pregunta casi mata a una niña.
   Decido marcharme de allí ya que todo está normalizado. Escucho a unas personas gritar: “¡PAYASO!” Me lo adjudico. Detrás de mí un motorista, una mierda de moto por cierto, no para de darme las luces para que lo dejara pasar. Al saber que con la segunda niña sí que lo había hecho bien no me sentía despreciable del todo. “¡PAYASO!” De modo que a unos doscientos metros del lugar del incidente pongo las luces de emergencia de nuevo y paro en el carril del autobús para que el motorista de las prisas me dijera payaso de nuevo y me explicara el porqué. Si por mi hubiera sido le doy con la bombona de butano para probar el material. Aunque no tuve ocasión, el tipo de las prisas se marchó en su estilo.
   Una vez en la gasolinera y a la espera de ser atendido me tomé una cerveza de mi marca favorita que me sentó como si abrazaran mi espíritu.
Por el camino de vuelta, por el otro lado de la avenida, cuando llegué a la altura del suceso, distinguí a varias de las personas que me habían insultado y me detuve para aclararlo. Me reconocieron. Les insté a que me explicaran aquello de payaso, ya que yo no me sentía así. Para mi consuelo los insultos proferidos iban dirigidos al gilipollas de la moto, ratificaron, y que me estaban agradecidos por la sangre fría demostrada con la segunda niña. El consuelo que sentí fue enorme.
   En los siguientes segundos pasé de percibir que el susto de muerte había sido sustituido por un susto de vida. Sí, ambas acepciones describen una situación que te hace pensar en un posible fallo cardiaco, pero acordarnos de la muerte es despreciar la vida. No debería ser así.
SUERTE.

sábado, 6 de abril de 2013

UN REENCUENTRO

Las tres de la madrugada,
los momentos de los decibelios,
hora soñada la de esos gélidos dueños.
Mi quinto, o sexto, gín-tónic, y te vi.
Las risas pululantes de tu alrededor
indicándome, una tacha de armonía
y una evidencia: tú afligida.
Lo capté pues bien te conocía.
Un intento valiente, o eso pretendí
y el ánimo alzado por el pasado,
con el corazón caliente
hacia tu remembranza me dirigí.
Cuando mi mirada chocante
en un gesto desinhibido
intentó hermanarse con la tuya
topó contra aquello: lo ya vivido.
Unos momentos de silencio,
unos saludos entrañables,
la soledad acobardada,
los dos del pasado a nado
y tú y yo  entre brazadas culpables.
Unas risas cordiales,
unos tragos felices,
más risas cordiales
y más tragos felices.
Ambos de alterne abrumados.
Tú, mi nocturna protagonista
yo, el héroe reenganchado
y la noche, al amor compinchado.
Una última copa
antes del momento de la despedida
para una ocasión propicia:
"llévame a tu casa", dice ella.
Allí en el pequeño apartamento,
la añoranza se vuelve amena,
la soledad,
unos brotes de cariño,
la soledad,
unos golpes de sexo,
una brizna de soledad,
el recuerdo de la juventud perdida,
la cama que llama
y entonces se aparca la pena.
Madrugada de sexo,
rato de amor confundido,
olores del hombre,
mujer refugiada,
y ambos, del regalo ya aburridos.
El sueño inunda
Olores pasados
dormitando en abrazo falso.
Tú y yo, embriagados
y el Sol, con los rayos tempranos
diafana nuestro mundo, atontado,
a las cabezas, en apagado.
El momento extraño
el sentimiento achantáo.
Se oye: "me visto que me voy".
Frase agradable
las ascuas del astro quemando
y los dos, de nuevo, soleando.
Al rato, solo, como siempre
oliendo melancolía, pena, ansía, aturdes, ojos fríos,
puro sexo camuflado, amor inquisidor  
y otra vez contra el mundo guerreando.
Todos los olores bien mezclados.
Son aromas de vida.