domingo, 24 de febrero de 2013

Y QUE ME ARRODILLE, DIJO

No veas tú. Se me ha olvidado hasta su nombre. La llamaremos Aquella. Yo soy yo, el que relata. También se hallaba en esa mañana de sábado soleado y primaveral en la exquisita ciudad de Granada el otro personaje que me condujo hasta el hotel de reunión en lo que pretendía ser una terapia en grupo para sacar de nuestro interior los rencores fraternales; ese es el Marano, venga. Cualquier cosa.
¿Rencores fraternales?, pensé cuando me propuso que nos pasáramos juntos por allí. Qué mal que me sonó el asunto. Pero qué curiosidad la mía y, por qué no decirlo, las ganas de gorronear (significa beber gratis pero que mal suena, jolines) alguna que otra invitación a ser posible cerveza 1904 de la casa Alhambra.
Yo dirigía, por decir algo, un programa de radio altruista en una emisora municipal del lugar y el Marano era un asiduo invitado, con sección propia (sindicalismo), normalmente al teléfono. Pues bien, me propuso que entrevistáramos a Aquella (los tres en línea) para publicitar la reunión del sábado y a cambio yo podría asistir sin pagar los 20 pavos que costaría. Ya en la conversación, al escucharla después en diferido, capté que me estaba captando. Es una secta aligeré a pensar con mi inquietud siempre fantasiosa. Tengo que ir.
Me senté conformando una esfera con treinta personas más y nosotros tres intercalados entre los presentes. Había un par de chavalas con cuerpos fantásticos y marcando tipo. Todo va estupendo, medité. Ya solamente faltaba la consabida cerveza gratuita. Y el Marano con cara de alucinado como todos los demás excepto el que escribe que era de asombro cuando me fijé en Aquella que debería pesar ciento cincuenta kilos. Pues sí, me causó sorpresa no sé muy bien la causa ahora mismo.
Al lío. Aquella eligió a una chica con trastorno bipolar que se desahogo en público y nos transmitió una gran tristeza a los asistentes.
De inmediato, eligió a otros tres muchachos tocándoles la cabeza y obligándolos a juntarse en el centro del círculo. Iban a actuar. Serían hijo, padre y abuelo. El tema consistiría en que no tendrían que fijarse en los rostros si no en los recuerdos y sentimientos que les podrían transmitir los verdaderos familiares. Es una idea un tanto absurda. Para abstraerse no es necesario tanta parafernalia y menos con tantos ojos escudriñándote la cabeza. Comenzaron a decirse, en cascada, hechos íntimos pasados, improvisados, lloriqueos, abrazos, revelaciones personales, y acabó cuando Aquella se levantó y nos pidió que aplaudiéramos. Ya estaban curados, por lo visto.
Ahora salieron a escena, elegidos por Aquella, dos chicas y un chico. Más de lo mismo. Habría una tercera escena en unos minutos. Me eligió.
Entonces sí que tuve motivos de sorpresa. No supe negarme. Me sentía ridículo allí en el centro mirando fijamente a un tipo que era la primera vez que lo veía en mi toda mi vida y que, según parecía, iba a ser mi padre. Pero si mi padre llevaba cuatro años muerto, cómo es posible. No pude hacer nada en lo que consideraba teatro y del malo. Entonces Aquella invirtió los papeles. Ahora era el hijo de un tipo menor que yo. La jefa Aquella insistió en que él transmitiera de viva voz sus sentimientos hacia mí en ese momento y va y suelta por su boquita que tiene ganas de pegarme dos puñetazos, a mí, digo a su padre, pero claro los golpes los recibiría yo. De eso nada. Si me tocas te mato, que era una frase que le escuché a Bruce Willis en una escena y siempre tuve ganas de decirla. Al parecer el tío se quedó sin habla. Pues venga, a invertir de nuevo los papeles, otra vez era él mi padre. Aquella se acerca a mí por detrás y me conmina a que me arrodille y le pida perdón a mi padre, digo al otro. No sé. Durante unos segundos sentí que la secta se quería apoderar de mi personalidad bajo la premisa de la humillación (así actúan en verdad).
De rodillas se  va a poner suputamadre, oiga. Y me marché raudo.
A ti ya te veré por el barrio y hablaremos de esto, chaval.
Me largué buscando una 1904 bien fría para calmarme el calentón. Por lo que respecta al Marano, bueno, ése se metía en todos los charcos.
Nunca supe ni quise saber como acabaron esas reuniones. Pero a mí todo me olía a estafa. Pero yo no soy nada más que yo.
SUERTE.