No veas tú. Se me ha olvidado hasta su nombre. La llamaremos Aquella. Yo soy yo,
el que relata. También se hallaba en esa mañana de sábado soleado y primaveral
en la exquisita ciudad de Granada el otro personaje que me condujo hasta el
hotel de reunión en lo que pretendía ser una terapia en grupo para sacar de
nuestro interior los rencores fraternales; ese es el Marano, venga. Cualquier
cosa.
¿Rencores
fraternales?, pensé cuando me propuso que nos pasáramos juntos por allí. Qué mal
que me sonó el asunto. Pero qué curiosidad la mía y, por qué no decirlo, las
ganas de gorronear (significa beber gratis pero que mal suena, jolines)
alguna que otra invitación a ser posible cerveza 1904 de la casa Alhambra.
Yo
dirigía, por decir algo, un programa de radio altruista en una emisora
municipal del lugar y el Marano era un asiduo invitado, con sección propia
(sindicalismo), normalmente al teléfono. Pues bien, me propuso que entrevistáramos
a Aquella (los tres en línea) para publicitar la reunión del sábado y a cambio
yo podría asistir sin pagar los 20 pavos que costaría. Ya en la conversación,
al escucharla después en diferido, capté que me estaba captando. Es una secta
aligeré a pensar con mi inquietud siempre fantasiosa. Tengo que ir.
Me
senté conformando una esfera con treinta personas más y nosotros tres
intercalados entre los presentes. Había un par de chavalas con cuerpos
fantásticos y marcando tipo. Todo va estupendo, medité. Ya solamente faltaba la
consabida cerveza gratuita. Y el Marano con cara de alucinado como todos los
demás excepto el que escribe que era de asombro cuando me fijé en Aquella que
debería pesar ciento cincuenta kilos. Pues sí, me causó sorpresa no sé muy bien
la causa ahora mismo.
Al
lío. Aquella eligió a una chica con trastorno bipolar que se desahogo en
público y nos transmitió una gran tristeza a los asistentes.
De
inmediato, eligió a otros tres muchachos tocándoles la cabeza y obligándolos a
juntarse en el centro del círculo. Iban a actuar. Serían hijo, padre y abuelo.
El tema consistiría en que no tendrían que fijarse en los rostros si no en los
recuerdos y sentimientos que les podrían transmitir los verdaderos familiares.
Es una idea un tanto absurda. Para abstraerse no es necesario tanta
parafernalia y menos con tantos ojos escudriñándote la cabeza. Comenzaron a
decirse, en cascada, hechos íntimos pasados, improvisados, lloriqueos, abrazos,
revelaciones personales, y acabó cuando Aquella se levantó y nos pidió que
aplaudiéramos. Ya estaban curados, por lo visto.
Ahora
salieron a escena, elegidos por Aquella, dos chicas y un chico. Más de lo
mismo. Habría una tercera escena en unos minutos. Me eligió.
Entonces
sí que tuve motivos de sorpresa. No supe negarme. Me sentía ridículo allí en el
centro mirando fijamente a un tipo que era la primera vez que lo veía en mi toda
mi vida y que, según parecía, iba a ser mi padre. Pero si mi padre llevaba
cuatro años muerto, cómo es posible. No pude hacer nada en lo que consideraba
teatro y del malo. Entonces Aquella invirtió los papeles. Ahora era el hijo de
un tipo menor que yo. La jefa Aquella insistió en que él transmitiera de viva
voz sus sentimientos hacia mí en ese momento y va y suelta por su boquita que
tiene ganas de pegarme dos puñetazos, a mí, digo a su padre, pero claro los
golpes los recibiría yo. De eso nada. Si me tocas te mato, que era una frase
que le escuché a Bruce Willis en una escena y siempre tuve ganas de decirla. Al
parecer el tío se quedó sin habla. Pues venga, a invertir de nuevo los papeles,
otra vez era él mi padre. Aquella se acerca a mí por detrás y me conmina a que
me arrodille y le pida perdón a mi padre, digo al otro. No sé. Durante unos
segundos sentí que la secta se quería apoderar de mi personalidad bajo la
premisa de la humillación (así actúan en verdad).
De rodillas
se va a poner suputamadre, oiga. Y me marché raudo.
A ti ya te veré por el barrio y hablaremos de esto, chaval.
Me
largué buscando una 1904 bien fría para calmarme el calentón. Por lo que
respecta al Marano, bueno, ése se metía en todos los charcos.
Nunca
supe ni quise saber como acabaron esas reuniones. Pero a mí todo me olía a
estafa. Pero yo no soy nada más que yo.
SUERTE.
1 comentario:
Esto es bastante verídico. Siempre pensé que si me llego a arrodillar igual acaban dándome una paliza o algo peor. Bueno, el susto fue mutuo.
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