¿Te quieres duchar? Esa fue la pregunta.
La muchacha sudaba de lo lindo. Imagínense 44º a la
sombra en pleno mes de agosto en algún lugar de Andalucía. Ella es una de esas
chicas, presumiblemente rumana, que piden limosna o comida en la puerta de apertura
automática de algún centro comercial de barrio. Un pañuelo oscuro le arropa el
cabello. Un vestido largo muy colorido como el de gitana sevillana pero con
mangas largas y, con seguridad, unas sayas con adornos le protegen el cuerpo.
Vamos, que una sauna es poco para comparar. Son las cuatro de la tarde y el
comercio no abrirá hasta las cinco y media.
Pasa un tipo cuarentón, aunque de aspecto
general juvenil, que porta una bolsa con varias cervezas casi congeladas
pactadas con su camarero favorito. Una de esas cervezas estaba cayéndole por el
gaznate cuando contempló a la bella hembra, más joven que él, y
su mirada. El sudor de la frente y un pañuelo empapado delatan la incomodidad y
el sufrimiento de ella. Y llegó la pregunta.
Contestó que sí, esgrimiendo una media sonrisa. El
tipo la ayudó a levantarse agarrándola del codo. Sígueme, pues vivo muy cerca
de aquí. Allí al retorcer la esquina.
Ella mantiene la distancia. Debe estar acostumbrada al rechazo por parte de los
lugareños. Él la ayuda ya que le arrebata la bolsa de plástico con comida que
la chica había conseguido a lo largo de la mañana. ¿Quieres una cerveza?, ahora
o esperamos a que te duches. Esperamos, mejor. Muy bien, la higiene es lo
primero.
El tipo vive solo en un piso con tres habitaciones.
Podría decirse que lo mantiene con algo de limpieza, mas por no manchar que por
limpiar.
Mete las cervezas en el congelador de la nevera. Busca
una toalla limpia para ella y le señala un bote de gel de baño. Pero ella
prefiere, al observar el armario, una pastilla de jabón redonda y perfumada
sin estrenar. Puedo utilizar ésta. Pues claro, mujer, tú eres la jefa aquí. Dice, sintiéndose algo temerario por meter en su casa a una
desconocida. Inaugura una cerveza casi congelada mientras ella se ducha.
Veinte minutos después aparece con el pelo
suelto, una melena negrísima y reluciente reposada sobre sus hombros buscando
su espalda, mojada. El tipo se percata: sólo lleva puesto el vestido agradecido
a un contraluz que deja entrever sus grandes bragas bien ceñidas al cuerpo. ¿De
qué color serán? Joder, pues se lo pregunto.
Blancas, son blancas. Míralas…