jueves, 3 de abril de 2014

PEPE, PEPA y JOSE

Un cortés aroma a café, espesito, atrae las glándulas olorosas de Pepe. Su mujer, bien atenta, se lo sirve con el semblante risueño. Semblante que había mejorado en los últimos días. El Sol se congracia y regala los primeros rayos potentes del día al trasluz. Pepe decide tomarse otra taza y se lo comunica a ella. "Pepa. Ponme otra, joder, digo, por favor". Lo requiere recalcando la mirada sobre una pegatina, de esas de imán, que observa pegada en la puerta de la nevera. No le suena de haberla visto por allí en los últimos tiempos. Es el nombre PEPA, conformado en una flor. Ella es de andares exquisitos. La noche anterior, estuvieron follando durante un buen rato. Un polvo con tesón. Pepe lo tiene para todo. Y ella para ciertas cosas. Y el café vuela, de nuevo, hasta el rincón de la mesa de cocina. Él se enciende otro cigarrillo. Ella no lo mira cuando le sirve otra taza. Anoche, a última hora, sucedió algo causal; o casual, no lo tiene claro. Algo que la tiene sobrecogida, los nervios en la boca del estómago; y, sospecha que, a su marido también. Ese algo que la hace refugiarse, aún más, en el halo de seguridad que rodea a cualquier matrimonio normal, sin tragedias. Ocurrió al termino del acto sexual que cumplimentaron justo después de la película de la tele. Fue un pequeño desliz, de esos que el subconsciente nos brinda siempre en el peor lugar para el caso, el muy jodido. Pepe se toma tres tazas seguidas y no para de fumar. Pepa no quiere sentarse cerca de él, como lo hubiera deseado en una cotidiana normalidad. Llevan diez años casados y no tienen hijos. Se acercan a la cuarentena. Pepe cambia los cafés por la consecución de copitas de ponche. Pepa trata de disimular y limpia la encimera de la cocina. "¿¡Quién es Jose!?" Inquiere él vehemente, y a sabiendas de que esa pregunta no había dejado dormir a Pepa. Esa fue la promesa de unas horas antes. "Déjame dormir, no sé qué dices...hummm... cuando despertemos me lo repites". Él decidió aparcar el tema para ese momento. La eyaculación lo había pasaportado al mundo de los sueños. Ocurrió después de haber oído la palabra Jose, un par de veces. Así lo llamaba Pepa de novios. Cuando ella esquivaba el arrebato sexual de él, y lo consolaba con una masturbación esporádica detrás de la planta alta que adornaba el portal donde residía con sus padres. Anoche, al final, su mujer se la meneó y la pregunta quedó en el aire. Y el sueño en la cama. Ahora ella comprende que hay asuntos del corazón que el cerebro humano nunca debe saber. Y ciertas cosas de la pasión que un marido nunca debe conocer. A eso, algunos, lo llaman incompatibilidad. "¿¡Quién coño es Jose!?" Repite el marido con el aliento ennegrecido. El consciente cognoscitivo en constante lucha con el inconsciente concupiscible, sin poder evitar que lo físico termine por dominar a lo ético. "¿Quién es Jose?, puta. Te crees que soy tonto o ¿¡qué!?" Pepa se encierra en el cuarto de baño. Las curvas de su cuerpo fulguran. Eso siempre ha mantenido a su marido con un ramillete de celos, colgándole de la chepa, desde que la conoció. Lleva reprimiéndoselos tantos años que ya no sabe ni hablar del tema. Entonces, a los pocos segundos abre una nueva botella del maldito alcohol dulce y vuelve a fijarse en la pegatina de la nevera. Y vuelve a beber con ansia. No es la primera vez que él bebe sin mesura. Ella se refugia bajo llave.La pregunta le retumba en los tímpanos como aquella bofetada mal dada de aquel profesor hijoputa. Una pegatina satrapeando el centro de la puerta de su nevera resalta. Ay, Pepa. Y va su mujer y lo llama Jose. ¡Anda!, y ahora a qué viene ese dichoso nombre, no te jode. Y PepeJose sigue bebiendo, para de repente chillar: "¿Por qué te has equivocado de nombre?, cabrona". Pepa le da la réplica y le grita que ese es su nombre, so gilipollas. Y PepeJose le besa el culo a la botella de ponche. Y se la acaba. Comienza a beber cerveza y el estómago termina de revolvérsele. Va y se dirige al fregadero a toda hostia. Tiene una necesidad imperiosa de expulsar todo elemento ajeno a su organismo. Pero no puede expulsar a Jose. Y Pepe escupe el bofe que más adelante Pepa tendrá que limpiar. Ella le abre la puerta y sale a saltos de allí con un mínimo planteamiento metafísico, sobre que la vida es una pota mal echada. Y PepeJosePepe le chilla, entre insultos y amenazas, que le diga, ya de una puñetera vez, lo que desea saber. Y termina de evacuar por la boca una maloliente masa semilíquida con un horrible sabor a café, castigado por los demonios elaboradores del ponche. Y grita: ¿¡Quién cojones es ese Jose!?, malaputa...brrruuuppp. "Pero si eres tú, ¡desgraciado! Estás loco y me estás amargando la vida". Y a JosePepeJose se le queda la lengua pegada en el paladar antes de darse un batacazo contra la plaqueta gránate del suelo de su cuarto de baño.  
Y Pepa, la mujer de Pepe, amante de Jose, no pierde ni un segundo en esconder la pegatina de la nevera. La que le ha regalado su tendero favorito.