Señor Antonio Banderas:
Con respecto al discurso sobre el
Goya Honorífico que le ha otorgado la academia de cine española, debo
decirle que nunca he visto la gala de los premiados entera, siempre me parecen
un soberano tostón.
Empero
debo comunicarle que la última me la ha salvado.
Su
elocuencia, argumento, fundamento y ternura, con la dedicación a su hija Stella del Carmen por el tiempo perdido,
fueron impresionantes. Hablando del tiempo perdido. Las películas son una
compañía divina. Te pasean por los sentimientos y por el mundo. Ahondan en tu
vida, le dan un motivo o se lo quitan. Te entretienen y nunca te dan la
sensación de haber perdido el tiempo cuando terminan. Algunas, las menos, pasan
sin pena ni gloria por tu estado anímico. Incluso así, merecen la pena.
Volviendo
a su discurso. Tres detalles de enjundia, al menos para mi: sobre el lodo (no
dijiste arcilla, sino lodo) que al moldearlo se convierte en una película (pues
hasta de la ciénaga puede surgir una
flor); sobre que a tu edad (la misma que la mía por dos años más tú) empieza la
segunda parte del partido de tu vida; del reconocimiento que siempre deseaste
con anhelo de los tuyos aunque para ello tuvieras que emigrar a EE.UU como tantos otros talentos de este
país canallesco. También fui inmigrante a Madrid.
Te
digo, Antonio, que me empaté con tus palabras. Antes de que empezaras estuve a
punto de cambiar de cadena, pues, triste de mí, pensé que te ibas a tirar un
cuarto de hora agradeciendo los esfuerzos de las personas que te habían apoyado
y ayudado. Ocurrió que te pusiste esas “gafotas” que dan la sensación de
permitirte escudriñar las letras a un tamaño excepcional. Me dije, este tipo va
a leer algo muy especial para él y a ver si lo es para mí también. Y lo fue.
Tú
estabas delante de miles, muchas, personas escuchándote dentro de una fiesta de
las mejores, si no la mejor ese día, del planeta. Yo estaba solo, a oscuras,
tumbado en un sofá circunstancial (vivo
de alquiler). Tú leías con una enorme dosis de lucidez. Yo acarreaba una resaca
de mil demonios en la que pensar era un esfuerzo increíble. A ti te esperaba tu
familia. A mí nadie. Tú estabas en la cima de tu profesión y yo en una baja de
la mía. En fin, quizá todo sea pura envidia.
Cuando
terminaste la exposición y levantaste la estatuilla para dedicársela a tu hija acababa
de recibir las mismas sensaciones como si hubiera visto una buena película sobre
la redención, la tuya. Y eso es algo en lo que yo siempre he fracasado. Espero
que hasta ahora; pues, Antonio, yo
también empiezo la segunda parte del partido de mi vida.
Fue
cuando decidí escribir sobre ese momento, íntimo entre ambos.
En cierta ocasión quise
ponerme en contacto contigo, con tu productora, para ofrecerte la posibilidad
de que valoraras un proyecto de guión sobre una novela que publiqué (sin apenas
éxito hasta la fecha y ya descatalogada que se puede obtener buscando en la
columna de la derecha). Transcurre en
Granada, junto a tu querida Málaga paisano, en la década de los ochenta y que
bien pudiera enfocarse como una obra de teatro sobre escenarios naturales donde
sobraría cualquier modernez debido a
su ambientación. Nunca recibí contestación, de los más de veinte sitios a los
que me dirigí. Comprendí que la dichosa crisis ya estaba en auge, me consolé.
También le escribí a tu amiga Penélope Cruz, Pe y Oscar (pincha) en otro estilo tirando hacia el relato cuando ganó el
Óscar a mejor actriz secundaria. Pero me resultó imposible contactar.
Ya me
despido, Antoñito, deseándote que ese partido, ese segundo tiempo nos sea
cojonudo, a todos los que lo juguemos con ganas (con dos huevos). Nos vemos por
Málaga, pues le tengo el ojo “echao” hace tiempo.
Postdata:
dale a tu hija Estela mil gracias por haberte compartido con el resto de la
humanidad. Su soledad quedará recompensada por la compañía ofrecida a todos los
demás.
SUERTE.
1 comentario:
Intentaré que le llegué al señor Banderas este escrito. Me gustaría que me diera su opinión sobre mi estilo.
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