jueves, 24 de septiembre de 2015

UN LEGRADO

Se hicieron novios justo al final de la adolescencia. Él era la segunda vez que iba a hacer el amor (aunque siempre reconoció que aquélla otra sólo había sido un puntazo. Es decir, una mínima penetración, de pie, y en algún rincón oscuro con una muchacha cinco años mayor cuando cumplió los quince añitos). Según ella sería su primera vez. Y ocurrió en un local deshabitado, desvencijado y totalmente abandonado situado muy cerquita de la rotonda de Los Anzuelos a un lateral del que sería el nuevo hospital Politécnico y Universitario La Fe de Valencia años más tarde.
“Quieres ver la sangre que me ha salido”, “no hace falta”
Ambos residían en el barrio de La Fonteta. Lugar que les vio nacer. Conocidos de toda la vida, el ardor pasional que sus respectivas hormonas les provocaron los llevó a hacerse más que amigos y a esporádicos encuentros sexuales donde el calentón que daban a sus cuerpos era tal que se avecinaba el gran acto de amor. La unión en armonía. El noviazgo. El coito. “¿De verdad esa es la prueba de amor que necesitas?, si ya sabes que te quiero mucho”, “teta, yo sólo quiero estar seguro y esa es la mejor forma”, “bueno, la semana que viene lo veremos”, “eso mismo dijiste la ultima vez”, “¡pues te esperas!”
El gran día les pareció el más emocionante de toda su vida. El planeta amaneció con más colores de los habituales. Por fin se haría un hombre del todo y dejaría de ser un niñato. Hallaron el rincón que él hubo limpiado el día antes. Al atardecer consumarían el acto, sobre unos cartones y apenas sin desnudarse. La penetración fue un desastre. Él eyaculó en un par de minutos.
Las dos próximas semanas repitieron la hazaña en otra ocasión. Comenzaron a disfrutar del sexo aún con la torpeza habitual de su edad. Empezaron a pasearse de la mano, aunque escondiéndose de los amigos.
Entonces ocurrió. “No me baja la regla; nano, es una mierda”, “vamos a esperar un poco”. Pasaron otras dos semanas sin practicar sexo, sólo besos. Ella estaba muy asustada. Tenía miedo de sus familiares. La palabra puta resonaba en su mente como ese dolor de cabeza traicionero que no te deja dormir. No tenían trabajo, los estudios no eran lo suyo. Iban a ser padres con apenas dieciocho años. El pánico invadió sus huesos como artritis recalcitrante. El miedo como parálisis cerebral. La incertidumbre les hacía resoplar.
Un mes después, confirmado el embarazo, una vecina enfermera de La Fe antigua les concertó cita con el psicólogo del hospital para tantear las posibilidades. Allí conocieron a otra joven que había abortado un par de años atrás. Ésa iba a ser una salida. El fruto engendrado en su acto sexual podría esperar. Más adelante con la situación social, laboral y familiar bien mejorada lo volverían a intentar de nuevo. Ese fue su consuelo. Ese sería su estigma.
Clara sufrió una intervención leve para desalojar el feto de su organismo. De su ser. De su vida. Un bofetón a la vida diría algún creacionista. Una decisión de vida expondría algún evolucionista. Para los ultracatólicos un asesinato. Para un ateo una opción mejorada de una probable vida frustrada y mal avenida. Para ellos dos: “hemos sido unos cobardes”.
Quizá debieron contar la verdad a sus adultos y que decidan ellos.
A la salida de la clínica abortista, que fue gratuita por ser ella menor de edad, él la esperaba con cierta tranquilidad. El problema había desaparecido. Josito descubrió que hacer el amor, follar, o como quiera que lo llamen es algo más que una machada y que exige una enorme responsabilidad. Los cuerpos se hacen promesas sin el permiso de la mente. Ahora debía seguir con ella hasta la consecución de una bonita historia de amor. Algo le conminaba a actuar con ternura. La abrazó e intentó besarla. “No me toques”

El secreto no podía continuar. Ya se sabe que contarlo alivia el alma y algún que otro pesar. De modo que se lo contaron a su mejor amigo y amiga respectivamente. Les dieron la razón y un gran consuelo de paso. Y con respecto a volver a acostarse, nada de nada. Ni el más mínimo indicio de sexo por parte de ella en días. Pero, ay, las dichosas hormonas, tan guerreras ellas, no los dejaban respirar con tranquilidad. Un día en el cine los besos se convirtieron en tocamientos y éstos en orgasmo. Se acostaron a las tres semanas en casa del amigo aprovechando la ausencia de sus padres. Eso sí, con la lección bien aprendida de la psicóloga. Hay que utilizar el preservativo siempre que no se pretenda la fertilización. “Sí, doctora, no se preocupe”, dijo él. “No es mi problema, sois vosotros los que deberíais tener mucho cuidado”
Clara y Josito vivieron un noviazgo muy aciago. Comenzaron a discutir poco antes de cumplir los seis meses desde el aborto. Los celos, siempre queriendo meter baza en los temas del amor. Los celos, incompatibles con una relación moderna y abierta. Los celos, acompañados de los reproches continuos. Las discusiones que llevan a un silencio atroz. ¿Hacer el amor con alguien al que le has enumerado todos sus defectos para ganar una discusión tras otra? Mal remedio. Imagínenselo, es fácil.
A la par, observaban como sus allegados trataban a sus parejas con complicidad. No como ellos. Y, por fin, el sexo dejó de ser el pegamento que los unía. Ya no sentían nada. Se corrían como autómatas. Y al terminar el acto sexual no tenían nada de lo que hablar ni discutir. Dejaron de salir juntos un par de veces para intentar una nueva reconciliación. Intento fallido.
Un año y medio después de hacer el amor por primera vez se despidieron de su noviazgo al fracasar en la tercera tentativa de reconciliación.
“Ojala hubiera salido bien, Clara”, “no puede ser, han pasado muchas cosas ya, Josito; cuando estoy contigo no soy yo”.
Adiós… adiós.

Veinte años después. La Fe nueva lleva pocos meses inaugurada. Son las fiestas del pueblo de la Fonteta de San Luis. El destino, tan juguetón, va a propiciar un reencuentro. No lo puede evitar, le gusta experimentar con los humanos. Y a nosotros, que tanto nos gusta fantasear con él, nos encanta.

Dos solteros alrededor de los cuarenta años cumplidos coinciden al visitar a sus respectivos padres. Siempre han sabido el uno del otro y, además, en los últimos tiempos no es la primera vez que se ven en persona aunque siempre tenían una pareja que comprometía una conversación nostálgica.
Las miradas son dulces, cálidas, profundas y acompañadas de una sonrisa sin enseñar los dientes. Dos besos apegados establecen el contacto. Clara y Josito se van a dar otra oportunidad. Le van a otorgar esa oportunidad al amor. Ahora son adultos, los dos tenían más que sopesada esa opción. Los padres casamenteros se encargaron de dejarles bien claro la soltería del otro.
Todo lo concibieron con demasiadas prisas. Ella se trasladó al piso de él a los dos días de hacer el amor en su coche esa misma, primera, noche.
No podían perder el tiempo. Buscar el embarazo. Qué magnífica idea. Sí, claro. Un hijo les uniría para siempre e iba a ser muy bien recibido y querido. Si el amor fracasa nunca lo haría la paternidad.
Reconstruir lo derruido. El ave Fénix que vuelve de sus cenizas.
Cinco semanas tardó la dicha. Ella estaba de nuevo embarazada de él. “Voy a ser madre, ahora sé por qué he estado esperando”, “yo también lo sé ahora, cielo”. ¿Era una ilusión infundada? Qué más da. Ambos resumieron sus vidas y olvidaron los años pasados alejados el uno del otro como una mala comida. Ahora, sí, van a ser valientes. No como aquella vez.
Informaron a sus más allegados e incluso a desconocidos con los que se topaban en cualquier lugar. Derrocharon pasión en la cama. Sin prejuicios, sin miedos, sin prisas.
Un día despejado propuso él: “demos un paseo por las cercanías donde me dijiste que te desvirgué, ¿te parece?”, “no sé, nunca he vuelto por allí”, “yo sí, una vez hace tiempo”. Buscaron el alivio al retornar a un lugar donde les hubiera resultado imposible profanar sin este nuevo embarazo.
Un mal paso. Se le cataloga después de haberlo dado. Antes siempre todos los pasos son buenos ya que los malos nos traicionan, no los esperamos, no los vislumbramos nunca. Aún sin ser temerarios no somos inmunes a tropezar en la vida, hasta en las acciones que tratamos con pulcritud.

Entonces deciden asomarse por una ventana sin cristales para recordar cogidos de la mano donde hicieron el amor por primera vez. Un mal paso. Clara pisa una tapa rota, cubierta de hierbas que la ocultaban, de una vieja arqueta telefónica situada en la acera que da al interior de ese añejo edifico. Clara sufre un golpe brusco y seco entre sus glúteos. Josito la ayuda a levantarse. Encuentran descanso en la repisa de la estación de ADIF cercana.
Ella nota el calorcillo de la sangre en su entrepierna. La mejor opción es dirigirse a urgencias del hospital La Fe nueva para que la examinen.

El feto se ha desprendido escucha él, con lágrimas resbalando por sus mejillas. Es el médico de urgencias que los atendió. Hay que ingresarla para practicarle un legrado. Otra vez. El pasado vuelve como un tsunami emocional.
“En aquella ocasión estaba vivo”, detallaría ella postrada en la cama dos días después. “No sé por qué te hice caso en ir a ese maldito sitio”, insistió.

Seis meses más adelante se separaron definitivamente.