Nuestros hechos dependen del
tiempo, en este Universo que sólo conocemos. Es el Tiempo la dimensión que rige
nuestras vidas y todo lo convierte en recuerdos. Recuerdos que dependen de
nuestra memoria. Memoria que es afectiva y no objetiva.
El objeto de la verdad es
discernir entre confusiones, aclarar los pensamientos, del hecho. Tenemos muy poco
tiempo para ello. Pues el suceso se transforma en recuerdo cuyos cimientos se
hunden bajo el paso del tiempo y su firme apisonadora.
Entonces, la verdad sólo es presente.
Desaparece entre las brumas de la mente. Lo demás se torna en percepciones
sobre lo consumado. “¿Diga usted la verdad?”; “no puedo, señoría, aquello ya
ocurrió. Puedo ofrecerle mi versión y no doy para más”. La justicia ya lo sabe:
la verdad sólo es presente. Pero este planteamiento no lo acoplamos a otros
hechos o conflictos. Creemos que nuestra verdad sobre el recuerdo es la justa.
Pero no es así, aquella verdad murió.
Vivimos a costa de sentir sobre
el recuerdo y no del propio recuerdo en sí. Quizá la palabra escrita o
memorizada de algún modo tecnológico nos ayude. Pero, ¿quién se preocupa de
dejar constancia de la verdad más cercana? Tampoco nos vamos a pasar la vida
grabándonos constantemente ya que no viviríamos la linealidad del tiempo…
Vaya, ahora ya no puedo
certificar con claridad si mi primera frase de arriba fue verdad.
¿Qué opinas?