Una
mujer contempla su rostro. El espejo le devuelve cincuenta años, el rímel
descarriado y la melena rogando ternura. Esta vez, ya son diez horas sin
recuerdo alguno. Al girar la cabeza y fijar la vista confirma el “degomitao”
usurpando la taza del váter.
Quiere realzar sus tetas, caídas y estriadas, con la mirada.
Pero, no puede.
Ay, aquellos hijos, no
natos, le susurran palabras guturales:
no bebas más, nos lo has prometido…
Ella solloza.
Luego, sale de la ducha temblorosa.
Ya dispuesta para partir hacia algún bar.
Y, esta noche, volverá a echar su último trago.