lunes, 22 de septiembre de 2008

UN PIROPO CAPRICHOSO

Hace unos días tuve una de esas experiencias raras que jamás pensaría que te pueden suceder. A media mañana, hube de darme un paseo hasta unas dependencias del trabajo a recoger unos materiales poco pesados. Mi atuendo consistía en una ropa amarilla canario con franjas color aluminio brillo que repelen la luz nocturna y que nos proporcionan seguridad y, de paso, preservan nuestra ropa privada. Pues bien, el paseo requería atravesar unas cuantas calles muy transitadas. Decidí que no merecía la pena cambiarme para tal labor si después con toda probabilidad volvería a enfundarme la ropa de faena. Y ahí iba yo, resaltando entre la multitud bien vestida para cada ocasión. La indumentaria, dando la nota entre los peatones, me hizo recordar que con probabilidad pudiera ir de traje y corbata si no hubiera abandonado la universidad en su momento por mor de cierto trabajo. En fin, una meditación no del todo desagradable pues mirando a los ojos de la gente vi que por mucho que te cambies de ropa lo que hay en tu interior no te lo cambia ni el mejor modisto del mundo. Entonces escuché una voz con gran intensidad que exclamó: "¡Qué bien te queda ese traje tan amarillo, soldado!" Giré la cabeza por curiosidad, sí, eso es, temiéndome que algo inusual me iba a ocurrir, pues la voz era de un tipo treintañero, más o menos. Al clavarle mi mirada, insistió conmigo: ¡Tío bueno, macizo!" Él iba de copiloto en un coche con medio cuerpo fuera y con otro muchacho, el que conducía, de sus mismas formas y arrancaron a toda leche del semáforo en verde que yo tenía que cruzar después. Las demás personas que esperaban junto a mí me miraron y sonrieron. Algunas risitas me sonaron a coña, y me acordé del probable mariquita un momento para haberle dicho que me lo repitiera que no lo había escuchado bien del todo. En fin, no sé a qué vino eso ya que mi aspecto no era de lo más excitante, ni mucho menos. Por unos segundos comprendí a las mujeres cuando les decimos gilipolleces. Aunque reconozco que me fui sonriendo entre la multitud durante unos segundos.

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