lunes, 6 de marzo de 2023

UN PÓLIPO JUERGUISTA

Jueves, 23 de febrero de 2023.
La prueba de sangre oculta para prevención del cáncer de colon por edad salió positiva. Recibí el resultado por correo postal. Una misiva delicada en la que me requerían para acudir a la correspondiente enfermería del SAS en Málaga. También me animaban en el sentido de que podría no ser la fatídica enfermedad ya que la analítica para la mayoría de la gente que le da positiva; o es decir, que sale mala, no es cáncer.

Sí, claro, pero yo acababa de adquirir un  billete para la lotería negativa. Llámese acojone, por lo menos.

La enfermera me solicitó hora para la colonoscopia. Nunca me había hecho una. Me regaló la medicación para limpiar el intestino grueso y una cita para consulta médica que acarreaba una baja laboral de cuatro días. Alguien me dijo que me iba a tirar sentado en la taza del váter, con gran diarrea, dos días por lo menos debido a los sobres que debía ingerir. Así fue.

Tras veinticuatro horas de ayuno total y doce horas sin beber líquido alguno me persono en el hospital Virgen del Guadalhorce en las afueras de Málaga capital. Espero en la salita poco tiempo. Me recoge una asistenta, vestida de verde, y me conmina para que me desnude y me ponga la bata azul abierta del revés y las protecciones de pies, de boca y de cabello. Una vestimenta para la ocasión en la que se me empezaba a enfriar el culo por lo que pudiera venir. Se me ocurrió comentar que después me iba a poner dicho traje tan fresquito para coger mi moto que había dejado aparcada fuera. Eso sobró, deduje después.

Una vez tumbado en la camilla a la espera de la incursión en mi cuerpo; o es decir, una penetración, vamos, se acerca la anestesista con unos papeles para firmar que conllevan la necesidad de ir acompañado para poder operarme. He venido solo, le digo. Pues no le puedo anestesiar, contesta. A mí nadie me avisó de tal circunstancia, repliqué. ¿Pero por qué no ha venido acompañado como hace todo el mundo? Si le cuento la versión larga se va a echar a llorar, señorita. Entonces, tendremos que intervenir sin sedación y encima usted ha venido en moto. No la va a poder coger hoy. Pero, oiga, insisto, ¿me dolerá mucho? Sólo si encontráramos algo que haya que extirparle. Bien, me arriesgo, largué. No pensaba tirarme nuevamente otros dos días seguidos sin poder alejarme del cuarto de baño para nada en todo el rato, ni muchísimo menos.

Este analgésico se vende con receta médica, pero es tan potente que deriva en pacientes adictos. Un medicamento legal 100 veces más fuerte que la morfina y 50 veces más potente que la devastadora heroína. Así es el fentanilo, un opioide legal que puede derivar en pacientes adictos por su alto nivel de dependencia.

Las profesionales del evento, magníficas chicas, decidieron, siempre para ayudarme a no sufrir, inyectarme un gotero con fentanilo. Gracias, dije. Firmé la conformidad y les hice una especie de juramento que consistiría en dejar la moto allí aparcada y venir más adelante a por ella. No veas.

Una vez reclinado en la camilla en postura fetal y avisado del inicio de la intervención noté un frescor en mi recto pero nada de dolor. Me entró un pequeño sopor y me concentré para evadirme mentalmente de allí. Otra enfermera me preguntó de nuevo si tenía algún tipo de alergia o me sentaba mal algún medicamento y le contesté que sí que se la tenía a mi exmujer. Me reí y le aclaré que era broma que yo era soltero profesional.

Nuestro organismo, al menos el mío, debe de esconder toxinas de tiempos pasados por mala conducta alimentaria y excesos varios con sustancias dañinas que, engañosamente, creía que ayudaban a un bienestar; con el tiempo, falso. Bueno, pues alguna de ellas se asoció con el fentanilo, digo yo. Me entraron ganas de juerga.

Menos mal que la situación me frenaba.

Pasada una media hora me aparcaron en una esquina de la salita. Yo debía ser el último paciente ya que no había nadie más en la sala de espera cuando me avisaron. Me acoplaron detrás de una especie de sábana que parecía una cortina y la enfermera me comunicó varias cositas: debe esperar aquí a los resultados de su exploración y a que se pasen los efectos del analgésico y, aquí vino lo mejor, debido a los gases que se utilizan en la colonoscopia y que se han depositado en su colon no se reprima en soltar flatulencia, de verdad, cuanto antes las elimine antes saldrá de aquí. Vale, si me vienen las ganas lo haré. No se preocupe, le voy a decir un truco. Me puso de lado, con las piernas flexionadas, y con mi puño apretado presionando mi ombligo. Y se retiró.

El primer pedo lo dosifiqué. Todos sabemos flatulear en silencio. Tenemos dominio del orto. Lo hemos aprendido en los lugares públicos. Aunque es un poco coñazo y muy lento. Además, recordé que yo estaba solo en la habitación. Me animé, y ordené a mi cuerpo que fuera a plena potencia en esa labor. Sonaron tambores nipones.

¡Enfermera, enfermera, enfermera! Escuché a los dos minutos. Resulta que no estaba solo. ¡Enfermera, enfermera, enfermera! La voz femenina salía por detrás de la cortina. Una voz de mujer mayor. ¡Enfermera, enfermera, enfermera! Rápidamente se acerca una de las chicas de verde y me mira fijamente y me pregunta: ¿qué pasa? No lo sé, jajajeji, le habré dado, le habré dado, no sé... jijiji. La mujer se había despertado hacía rato y al intentar ponerse de pie se cayó. La enfermera la levantó y le preguntó que si yo me había movido del sitio y ella respondió que no, que yo estaba farfullando todo el rato y que nunca había escuchado pedos tan fuertes como los míos. Se ha roto, este tío.

La enfermera rió y nos propuso que nos calmáramos y me devolvió la sonrisa. Ella misma volvió con los resultados de mi colonoscopia.

Extirparon un pólipo (berrugita en forma de champiñón) alejado de un cáncer pero con biopsia para confirmar el diagnóstico. Fue una buena noticia. Me vestí, recogí el informe y me encaminé al exterior confirmándoles a todos, después de darles las gracias, que me marcharía en taxi. Presencié un día magnífico.

Por desgracia me quedé sin batería en el móvil justo cuando llamaba al servicio de taxi malagueño. Y no tenía cargador. Pero me encontraba muy bien y nada mareado. Para confirmarlo me exigí una prueba de alcoholemia que conocía muy bien. Tocamiento de nariz y andar sobre una línea continua pies tras pie. Sin problemas. En peores condiciones has conducido, chaval, me animé.

Conduje directo a casa para ponerme cómodo, despacito y con buena letra. Todo magnífico.

El humor acompaña especialmente bien en los momentos de tensión, drama e incertidumbre. 

Sobre todo cuando utilizas ese enfoque, después. Y esto lo aconsejo; de verdad, de la buena.