martes, 1 de marzo de 2022

UNOS PUNTITOS caprichosamente REBELDES

   La puerta de la enfermería del ambulatorio malagueño del SAS que me correspondía por empadronamiento se hallaba entreabierta cuando llegó la hora de mi cita previa. Llamé con extrema suavidad ya que mi problema era muy delicado de tratar. Y la vi.

   Allí me esperaba la enfermera más guapa que he visto nunca. Comencé a sudar.

   Y a recordar.

 

   Un año antes empezaron mis problemas a la hora de miccionar. Me ha salido demasiado fino; de modo que escribiré orinar, para más señas.

   Un compañero de trabajo, con el que recorrí las vías del tren durante un par de semanas, y las instalaciones de paso, en un mantenimiento preventivo, observó como yo tardaba mucho tiempo en orinar y como me hurgaba mi parte más íntima. Me comentó un par de detalles para confirmar, si coincidían, qué era lo que me sucedía.

   Confirmación aprobada: la piel que recubre el glande de mi pene se había estrechado y la cosa iba en aumento. Y lo fue durante un mes más. Las erecciones se convirtieron en un proceso doloroso. Me alegré de ser soltero. No podía ver ninguna escena erótica y muchísimo menos pornográfica. Ya eran dos procesos dolorosos encadenados.

  Tuve que ir a mi médica de cabecera a enseñarle la polla y después al especialista a enseñársela también. Como las visitas médicas van tan lentas se puede imaginar el tiempo transcurrido hasta la fecha de la operación. En efecto, FIMOSIS provocada por un exceso de azúcar en la sangre; y sí, me iban a recortar piel con un láser.

   Estuve seis meses sin eyacular. No era grave ya que la juventud hace bastante tiempo que me abandonó. Debo reconocer que la vida se tornó algo más triste.

   El día de la operación, cuando la ciudadanía española llevaba una semana confinada por culpa del COVID-19, el Universo lo confunda, me llevaron al quirófano. Ese día, después de operarme, cerrarían la sala hasta nuevo aviso: tres meses. Fui el último intervenido.

  Todo transcurrió rápido y eficaz, excepto un pequeño inciso que tiene que ver con la rebeldía de los puntos que me endiñaron, quince en total, y que debían desaparecer solos; o sea, caerse ellos solitos. ¿Por qué los llamó rebeldes? Porque no se cayeron.

   Transcurridos dos meses desde la operación los puntos seguían bien firmes recubiertos de piel y con toda la pinta de enquistarse. Bien, pues cita con la enfermería.

 

   Allí estaba ella, sentada. La enfermará modelo. Parecía sacada de un anuncio. Veintipocos años, melena morena ondulada y con los ojos verdes, o quizá eran rojos, labios carnosos, y una bata blanca impecable. Me miró con ilusión, creo que porque yo no tenía pinta de necesitar ninguna cura duradera. Entonces, ante su pregunta, tuve que narrarle qué es lo que yo hacía allí y qué tipo de cura necesitaba. Me miró a los ojos y se le erizó el pelo y su semblante cambió. Se puso tristísima de golpe. A la pobrecita sólo le faltó llorar de pensar que tenía que tocarle el pene, y durante un buen rato, a un tipo de la edad de su padre, por lo menos. Y yo de pensarlo lloré de verdad, pues padecí una erección imaginando mi miembro en sus manos. Entre los puntos, los calzoncillos y el pantalón sufrí un agobio y un dolor inmenso. Y ella sospechó lo que me ocurría.

   La enfermera salió huyendo de allí. La verdad es que sentí alivio al verla marchar. Hubiera sido imposible cualquier intervención sin tener que tocarme el pene y, en concatenación, yo me hubiera empalmado todo el rato. En fin, un desastre.

 

   Apareció, a los diez minutos, un enfermero. Nada más verlo cualquier vestigio de erección era impensable. El tío estaría a punto de jubilarse y era calvo, pero no del todo, y presentaba manchas por toda la cabeza y tenía un labio más oscuro que el otro. Ideal.

 

   Treinta minutos después salí del ambulatorio con gran felicidad. Después de que mi pene se hiciera amigo del enfermero. Pienso, porque ni yo mismo me lo he manoseado tanto en toda mi vida. Pero le debo estar agradecido por su exquisita profesionalidad.

   Durante los dos días siguientes tuve un cosquilleo muy agradable por la zona de los caprichosos puntos. Y al tercer día estaba curado del todo.

   Había que poner la maquinaria a punto. Había que probarlo. El miembro noble, digo.

 

  Esa noche, al amparo de las sábanas y con toallitas de papel muy a mano, imaginé a la espectacular enfermera tocándome y acariciándome. Y algún gesto algo más sexual.

   Al día siguiente cambié las sábanas. Hicieron el papel de las servilletitas que no  bastaron, ya que pude haber experimentado la eyaculación mas potente de todas.

   SALUD y SUERTE.