viernes, 3 de junio de 2022

LAS CENIZAS DEL TITO

Ese día me encontraba saboreando mi primera cerveza de la jornada, un Domingo sin ninguna obligación que no fuera ingerir una segunda y con toda seguridad la tercera, y a la espera de una estupenda tapa de hermosos caracoles cocinados al estilo callos en el Albaicín (sí, de esos que apenas engordan) cuando entró un muchacho que rondaría la treintena con una cara de preocupación más grande que la que se me puso a mí en aquella ocasión que me caí de la moto y se me veía el hueso del tobillo roto y todo lleno de sangre (podría haber buscado un ejemplo mejor, pero nos vamos a conformar con éste). El tipo preguntó que si el día anterior había estado en ese establecimiento. Por lo visto no recordaba nada y según sus propias palabras no tenía ni puñetera idea de lo que había hecho en las últimas horas antes de quedarse dormido en un banco del parquecillo cercano. Resultó que había sido el entierro del único tío suyo, su tito, al que habían incinerado y él se había hecho cargo de la urna con las cenizas para protegerla hasta que sus primos, los hijos del difunto, decidieran quién de ellos se la quedaría en casa permanentemente. Con probabilidad sería parte de la negociación de la herencia, ya que acababan de quedarse huérfanos. El tipo se pidió una cerveza de las que me gusta llamar resaquera y después me confirmó, debido a mi ánimo por charlar con desconocidos, que sí, en efecto, había extraviado, vamos que la había perdido, sí, la urna. El camarero dijo reconocerlo pero que no sabía nada de dicha urna. Vaya papelón que acarreaba el chaval. Con la borrachera había dejado a sus primos sin el último y quizá más importante recuerdo de su padre. Y si el fallecido tuvo el capricho de que sus cenizas fueran esparcidas en algún lugar se iba a quedar con las ganas, o eso, o volvería del más allá para cagarse en todos los muertos, excepto de él mismo claro, del tontolapolla de su sobrino. Pero ahí estaba yo, un hombre enrollao, y le ofrecí una solución. Que comprara otra urna y la llenara de algo parecido a las cenizas, y que existía un producto parecido a aquél que la funeraria introducía con las cenizas. Arenilla de gato con un toque de cemento. Y Santas Pascuas. Le dije que para los remordimientos de conciencia recordara alguna mala jugada que sus primos le hayan hecho. Basta con pensar un poco ya que los primos siempre te hacen algún feo que otro. Y el muchacho me abrazó y me invitó a la siguiente ronda. Como yo ya tenía el dinero distraído para mis tres cervezas pues lo solucioné bien sencillo, me tomaría una cuarta. Y Santas Pascuas. El tipo se fue a ejecutar mi plan. Y no lo volví a ver. Me quedé meditando qué caras se le quedarían a sus primos si les contara la verdad. Creo que si me hubiera pasado a mí no podría evitar la tentación de contárselo a algún primo mío que lo tenía atragantado. El final de esta historia no sé como continuaría. Quizá algún día me lo invente. Hasta entonces, pues.