sábado, 2 de noviembre de 2019

MALDITOS PERROS

"Debo correr más que ellos. Esos asquerosos animales, llenos de pulgas, todos mugrientos. Debo llegar a mi árbol. Él me protegerá, como siempre.

  Otra vez me han pillado descuidado, traicioneros de mierda. Siempre en manada, como los bichos asquerosos que son. Debo correr aún más.
   La última vez llegaron a morderme. Son una avanzadilla. Los peores son los otros, los perros de cabeza y patas verdes, los que siempre vienen al final. Pero esta vez no me cogerán. Por lo menos no me cogerán vivo.
   Allí está mi árbol. Qué  bonito, fuerte  y grande es. Cómo lo quiero.
   Esta vez son ocho los que me acechan. Aquí están dando vueltas a mi árbol, ladrando como posesos. Son dos más que la última vez. Malditos perros cabrones salvajes. Ojalá los mataran a todos.
  Por fin estoy a salvo Aquí arriba no pueden morderme. Y cuando vengan los otros, los demonios verdes, los hijos de puta, saltaré sobre ellos y mataré al primero que pueda clavándole esta punta de rama en un ojo hasta verlo desangrarse y después a otro, !!!argggg!!!"
   --María, ¿a qué hora se ha subido al árbol está vez? 
   --Sobre las cuatro de la mañana, sargento. No hemos podido convencerlo y hemos tenido que llamarlos, como las dos últimas veces.
   "Hijos de puta,  perros verdes, ahora voy a saltar y os mataré..."
   El sargento ordena, mediante una señal, a su compañero de servicio para que rodee el tronco del árbol y se esconda. Después dice:
   --Baja ahora Rafael. Baja y te ayudo a matar a los perros, a todos.
    Rafael bajó del árbol con los ojos inyectados en sangre. Es un hombre delgado y bajito. Ha estado encaramado al árbol más de cinco horas.
   En cuanto puso los pies en el suelo es inmovilizado por el guardia civil escondido; con tal maestría que no pueda ni hacerle daño, ni ser dañado.
   Luego su madre lo agarra y lo mantiene abrazado para decir:
   --Hijo, cálmate, ya se han ido todos los perros, ya se han ido.
   Madre e hijo comienzan a andar, ambos con lágrimas en los ojos.
   El sargento espera en la entrada del cortijo a María para confirmar que todo está en orden y así proseguir con su ronda en el LAND ROVER.
   --Sargento, muchas gracias. Mi pobretico Rafael, con esos ataques de loco que le dan. Nunca va a olvidar que aquellos perros asilvestrados lo forzaron a correr por la noche y que se cayó golpeándose la cabeza y que estuvo a punto de morir. Se tiró dos meses en coma. Ahí en esa encina, cuando era un crío, se subía a leer. Se pasaba las horas muertas allí. Ahora ya no puede, mi pobre Rafaelico.
   La pareja de guardias civiles se subió al  coche.
   El sargento bajó la ventanilla del pasajero y dijo:
   --María, llámame las veces que quieras, hija, las que tú quieras. Adiós.