miércoles, 8 de octubre de 2008

UNA TARIFA CAPRICHOSA

Puerta de Atocha, Madrid; taquillas para expender billetes de tren, largo recorrido y AVE, allá por 2004. Me asignaron la última ventanilla del enorme mostrador que las arropaba a todas, la número 17, algo así, como responsable y vendedor. Por encima de mi cabeza llamaba la atención un letrero electrónico; con las letras formadas por puntos rojos luminosos movibles, como en un gran desfile alfabético de derecha a izquierda que expresaba: “TAQUILLA EN PRÁCTICAS”. De nuevo, yo ejercía otro de los trabajos que en la extinta RENFE podían realizarse de vez en cuando para los empleados inquietos; voluntarios, normalmente, como era el caso.
Entonces vi como ella venía. Había posibilidades de que se dirigiera hacia mi posición. Haría media hora larga que ningún viajero se había dignado acercárseme. A esta marcha no podría foguearme en la vida.
Si no han estado nunca en el vestíbulo de Atocha donde se despachan los billetes de tren para el resto de España desde la capital, imagínense seis o siete colas, en paralelo, con una media de treinta personas constantemente, para salida inmediata, y el resto, los de venta anticipada, siempre con alguien en cada una de las ventanillas, y bastante más de cien personas esperando turno. O es decir, puedes estar muchos, pero muchos minutos según el caso, desde que decides sacar billete hasta que te lo llevas por fin. Al parecer la muchacha decidió probar fortuna conmigo para ahorrarse cola en esta ocasión.
Qué pedazo de morena, unos vaqueros bien apretados reclamaron mi atención ipsofacto, una camiseta ajustada como una tuerca a su cuerpo resaltaba sus pechos en un escote que podría aparcar la bici. No está buena ni , sí, acércate, anda, dame trabajo preciosa. De sus labios, pintados con rojo sangre, surgieron las primeras palabras, que no escuché del todo porque mi atención se la llevaban sus ojos y su melena zahina, a medias.
- Quisiera descambiar un billete, ¿tú lo haces?
- ¿El qué hago?, jején.
- Tengo mucha prisa, -dijo ella-, y ninguna gana de cachondeo.
- Bien, déjame el billete y avanzamos la historia.
Era horroroso para mis nervios verla allí como apoyaba las tetas en el mostrador y se atusaba el pelo. Observé el billete que quería cambiar y la tarifa a la que estaba acogido. No me voy a enrollar, pero comunico que era una operación de lo más complicada para un novato (un billete de ida y vuelta en la que se quiere cambiar sólo un viaje, y con multitud de descuentos). Eso y que yo empezaba a no atinar nada de nada, cuando me percaté que quería encender un cigarrillo y comprobé que era militar.
- Oye, no se puede fumar. – Le dije con algo de sorna.
- Jóder. –Contestó y guardó el pitillo.
No veas cómo me clavó la mirada. Entonces, quise agradarla.
- De modo que eres militar, yo la hice la Mili en Cerro Muriano, un día me tuve que afeitar con gaseosa. Menudo calor y menuda sequía, ¡no veas tú!
- Mira, ¿puedes cambiármelo ya? Me tengo que ir.
Decidí centrarme en la operación informática a realizar. El paso era buscarle plaza en el nuevo destino antes de anular el viejo, porque de no ser así perderíamos la plaza ya adquirida y quizá no haya otra para el cambio. Que una mujer tan bella estuviera pendiente de todos mis movimientos me pilló a traición, y, en un lance, me equivoqué de ventana en la pantalla del ordenador. Y, sí, le anulé el billete en primer lugar y luego busqué plaza en la nueva ubicación, y sí, cómo no, no quedaba plaza alguna libre. Pero, qué desastre, su billete ya estaba anulado y perdería ambas plazas. Unas gotas frías de sudor aparecieron colgadas de mis cejas como por arte de magia.
- Oye, tengo que darte una mala noticia.
- Jóder, cómo lo sabía yo, si ya desde lejos te he visto la pinta.
- Te acabo de anular tu billete y no puedo ofrecerte otro.
- ¿Qué?, no me lo puedo creer.
- Te lo juro.
- ¿Pero tú eres gilipollas? – Espetó ella.
- Creo que sí. Pégame un tiro si quieres. Aquí al lado hay una parada de autobús, por si te viniera bien el horario.
- Desde luego, que me entran ganas. ¡Vaya un tío tonto!
Cogió el billete anulado y se marchó para atención al cliente, a los que yo ya había avisado del suceso. Mis compañeros tuvieron un gran problema que al final pudieron resolver. Yo me salvé de la quema por hallarme en prácticas.
Es una anécdota sin demasiadas pretensiones; pero que confirma lo que todos sabemos, o intuimos, casi a ciencia cierta.
SALUD.

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