jueves, 4 de marzo de 2010

El machista, la feminista y el billar

Por aquellos días, principio de los años noventa, Manuelo solía ingerir un café irlandés (café solo, nata montada a mano, azúcar morena y güisqui quemado a raudales) en la Tetería de la Yaya, una especie de cafetería algo cutre cercana a su bareto, El AMARRAKO, en la calle Santus Espíritus del Foro, muy cerquilla del centro urbano de la capital, como cada noche sobre las once y siempre antes de currarse un buen puñado de horas nocturnas detrás de la barra, sirviendo bebidas, pinchando música y tomarse una copa detrás de otra para alternar con la clientela; aunque a veces para ello, o sea beber por beber, ya le bastaba a él solito.
Dentro del local de los vecinos solía estar situada una mesa camilla en una esquina, redonda y de al menos diez plazas que ocupaban por orden riguroso de llegada los amigotes de los dueños para relajarse, consumir y platicar sobre los detalles de la vida bien acompañados por unos cigarrillos de la risa que alegraban las conversaciones y las hacían más pasionales.
En ese momento, le tocó en sitio la silla de enfrente de una joven nueva en el corrillo que criticaba a los hombres sin parar. El aspecto de ella era de mujer treintañera, con pinta de hippy, algo gordita y muy guapa de cara aun sin maquillar. Tapaba sus ojos con unas gafas de vista con la moldura de colorines. Dijo nada más escuchar y dar el primer trago que ya estaba hasta los cojones de las feministas que trabajan más con la boca que con las manos. Ella replicó que él tenía pinta de machista y algo macarra (la vestimenta era la de un motorista roquero pues era su vehículo habitual) y que seguro que nunca ayudaría en casa a su mujer. No tengo mujer ni novia, guapa, ¿y tú?, espera no me lo digas, a que tampoco, no creo que haya alguien que te aguante. Prefiero estar sola que no con un tío que no me valore, y no sabéis dar amistad. Y qué entiendes tú por amistad: darte siempre la razón y que luego te cepilles a otro. Yo me acostaré con quién quiera, ¡mira éste! Pues claro, pero fóllate al que te dé esa amistad que tanto anhelas, nena. No, no se pueden mezclar las cosas. Ya, mira qué listilla, tú quieres tener un tío que te ponga el hombro para que le llores sobre otros tíos y después que te invite, pues llora tu solita. No tengo por qué llorar. Me alegro.
Estalló el silencio. Ambos fueron creadores de partidarios. Se levantó para pedir otro café irlandés y la amiga, la camarera, le espetó que no conocían a la muchacha casi de nada y que se había sentado allí porque estaba libre el sitio y, al parecer, conocía a otra compañera que estaba por venir. Le pidió otra cerveza para ella con la intención de invitarla. La aceptó bajo presión suya con la frase: “haya paz”. Al poco tiempo, insistió en que si en una pareja amiga surge el deseo sexual la amistad está condenada al fracaso; es decir, que ya tanto si se culmina el coito como si no la amistad irá apagándose, o uno de los dos sufrirá mucho; otro asunto, es que el deseo sexual no sea tan importante como para matar dicha amistad. Ella replicó que viéndolo así podría él tener algo de razón. Le propuso a la feminista (así comenzó a catalogarla y ella a Manuelo como el machista) que se marchara con él a su bareto que allí le pondría música y que cuando llegara su amiga fuera a buscarla allí, que se lo transmitirían los conocidos y que de ese modo seguirían con la discusión, que cada vez tenía más cachondeo y risas. ¿Sabes el sumum de un machista?: coger a una chica lesbiana y que al hacerle el amor se convierta en heterosexual. Pues la que se acueste contigo igual se convierte en lesbiana. Oye, ¿eres adivina?, una vez una me dejó por otra mujer, la muy puta. Más que puta parece inteligente. Tú tienes pinta de ser lista, chica, eso me lo parece, ¿te vienes a mi bar? y te pongo la música que quieras y bebes gratis si me das la razón de vez en cuando, eres muy simpática. Bueno, vale…
No se le ocurre otra cosa a la feminista que tirar de chupitos de Jack´s Daniels a la marcha de él y de algún cliente, con mezcla de algún porrito. Alguien propuso, a última hora, unas rayitas de farlopa y también cayeron.
Le dijo que la acercaría a casa si lo ayudaba a recoger el bar, y accedió. Pero entre fregonazo y escobazo la invitó a bailar, la famosa lambada, y después algo más sensual del tipo soul, y se besaron apasionadamente.
Acabaron fornicando encima de la mesa del billar, a medio desnudar los dos.
La amiga no apareció, y a última hora la feminista se quiso marchar en taxi.
Nunca más volvió a verla aunque le formulara la promesa de repetir la invitación y renovar el evento e intentar ser amigos.
El machista, la feminista y el billar… tralarí, tralará...

1 comentario:

MANUELO dijo...

Con el tiempo los recuerdos se van convirtiendo poco a poco en ficción.