En el vasto lienzo del Cosmos, la vida danza, una sinfonía de átomos y estrellas en trance. La Humanidad, un eslabón en esta coreografía, teje su destino entre los hilos de la Vía Láctea. Somos semillas cósmicas, dispersas al viento, navegando en naves de carne y hueso. La vida nos utiliza como sus mensajeros, para enviarnos a los confines estrellados. En la Tierra, brotamos como verdes hojas, absorbiendo la luz del sol, creciendo con pasión. Pero más allá, en los mundos distantes, a lo mejor la vida espera, agazapada en la oscuridad. ¿Qué propósito nos guía en esta odisea? ¿Por qué nosotros somos el vehículo elegido? Quizás seamos los portadores de la esperanza, los jardineros de la galaxia, sembrando vida. Nuestros cuerpos son barcos en un océano de estrellas, navegando hacia lo desconocido, hacia lo eterno. La Vida nos susurra secretos en el viento cósmico, y nosotros, como mariposas, extendemos nuestras alas. Así que sigamos danzando, seres humanos, bajo el manto de la noche estrellada. Expandámonos, reverdezcamos los mundos, y dejemos que la vida florezca en cada rincón. Pensemos que la vida utilizará a la Humanidad para expandirse por la galaxia es una metáfora poética para teñirla de su color favorito. Y como alguien dijo y que todo sea verde.
En el cuadro celeste de la noche eterna
donde las estrellas susurran historias de antaño,
la Humanidad, con ojos de curiosidad y alma de fuego,
se lanza al abrazo del Cosmos, vasto y extraño.
Con naves forjadas de sueños y acero,
surcan los hijos de la Tierra hacia el vacío sin fin,
dejando atrás nuestro azul hogar primigenio,
en busca de respuestas, en busca del gran confín.
Oh, valientes viajeros del espacio infinito,
que entre asteroides y cometas danzan,
conquistando lunas, planetas, con ímpetu bendito,
en cada nuevo mundo, una esperanza lanzan.
La galaxia se despliega como un mapa dorado,
cada sistema, un verso en la epopeya estelar,
y en este poema cósmico, delicadamente hilado,
la Humanidad se erige, dispuesta a soñar.
Porque somos polvo de estrellas, y a ellas volvemos,
en la conquista del Universo, nuestro destino manifiesto,
con cada sol que saludamos, y en cada giro que emprendemos,
somos algo más que exploradores.
Seremos, al fin, el Universo en santo y seña.