domingo, 8 de febrero de 2009

ESPERANDO UN RESPIRO...

...cuatro mujeres atascadas.
Alrededor de las ocho de la tarde de un viernes cualquiera de otoño de un año cercano al 2000. El "Edificio de España de Madrid" se alza majestuoso, como siempre vigilando su calle por encima de la Gran Vía madrileña. La Plaza de España se prepara para la cuantía de citas que, como debe ser, con normalidad, bajo estos prismas cosmopolitas, va a recibir.
El Tráfico es de una afluencia abrumadora arriando con las pobladas aceras urbanísticas. El viernes suele ser el gran día en la que la marcha es la gran protagonista.
El vestíbulo de la Torre, el edificio de hormigón más alto de Madrid, resulta ser un ajetreado vaivén de trabajadores que tratan de tornarlo en abandono, sin éxito; alternándose con los otros que ya retornan con la ilusión -se puede deducir- de alguna atrayente cita. El paso presuroso va a delatar, de nuevo, las reuniones que cada cuál acarrea en compromiso. Los cuatro ascensores, trabajan constantemente en un baile sinuoso y una combinación de luces que van indicando la posición de cada uno de ellos. Es que “ni respiran". El viaje hasta arriba es largo y lento. La antigüedad de estos trastos mecánicos contribuye aún más a ello, sin duda.
Así lo sabía Amparo Cienfuegos. En buena cantidad de ocasiones los había utilizado. Es una persona que viaja a menudo y ese detalle la llevaba a subir multitud de veces a las oficinas de IBERIA para obtener los billetes que necesita en sus desplazamientos. Pero en esta ocasión subiría hasta el final, no obstante su cita va a ser en la terraza, sita en la última planta. Allí había quedado con uno de sus jefes, con el que mantiene una relación de varios años; como amantes esporádicos. Él, lamentablemente, estaba casado y elegían sitios dentro de la popularidad pública pero con la suficiente discreción para sus personas más conocidas, allegadas y demás cotillas. Ella es una buena secretaría, soltera y cuarentona, de muy buen ver.
Y el Viernes es un enviado de los dioses que a todos gusta de jalear.
"A ver si le gusta el modelo que me he comprado. Ya sabrá que lo he metido en los gastos fluctuantes... Bueno es igual, lo hecho, hecho está". Pensaba Amparo a la espera de la llegada de uno de los ascensores. Éstos se movían en un recorrido corto desde hacía un rato entre las oficinas intermedias. Lleva Antonia un conjunto de falda y chaqueta a juego, estrecho y de color rojo, del tinte parecido a su peinado. "Quizás me lleve a tomar una copa al JOY antes de ir al hotel, porque hoy me apetece mucho", se decía el rato de espera de una manera amena, aunque ya más que acostumbrada a éllas.
En ese momento se le acercó alguien por detrás. Amparo se giró. Tenía a un metro una mujer monumental.
Antonia Caramillo disfrutaba de un cuerpo excelente. Su buen dinerito le había costado. Ejerce de prostituta de lujo. Su cita también va a ser en la terraza mirador. Tenía planeado acercarse con su cliente a una de las habitaciones del hotel cercano. Le pensaba cobrar cien mil pesetas por atenderlo durante toda la noche. Había quedado a las ocho en punto. No resulta ser la hora demasiado importante ya que esperaría en el bar: "Qué se tome algo mientras", meditaba. Los pantalones ceñidos negros con una chaquetilla del mismo color ajustada y la melena morena suelta al viento la sitúan como una mujer que podría ser deseada por cualquier hombre en cualquier momento.
Por la puerta entra nuestra tercera protagonista: Susana Calmada de unos veinte años, poco más o menos. En los bancos del parque exterior junto a las estatuas de D. Quijote y Sancho Panza había quedado con varios de sus amigos y amigas. No recordaba con exactitud la hora de su cita. Estaba un poco colocada. Es habitual consumidora de hachís desde hacía un par de años. Irían a dar una vuelta por la zona céntrica de garitos, allá por Malasaña, a menos de quince minutos de allí. Al marcar el reloj de la Torre las ocho y ver, ella, que no aparecía ninguno de sus amigos se dio cuenta de que había cometido un estúpido error. Se había equivocado de hora. Sus compañeros de estudios deberían llegar más tarde. "Vaya marrón y ahora qué hago, tronKo, no veas, ¿¡No!?". Le faltaba todavía una hora para su cita. Empezó a cavilar, lo poco que su estado le permitía. Había consumido un porro por el camino y llevaba un colocón considerable. "!Ya sé!, voy a subir a la Torre y veo Madrid un rato, que hace mucho que no lo hago, ¡cómo mola!, con todas las luces que debe haber". Fue lo primero que se la pasó por la cabeza, cuando llegó a la altura del ascensor. Ahí, les dice a las mujeres que allí estaban aguardándolo:
- Oye tronKa, ¿Me das fuego?
Le dijo mientras miraba con fijeza a Amparo.
- No tengo señorita. ¿No pensará fumar adentro?
Contestó la aludida como ofendida.
- Me lo voy a fumar aquí de una calada sólo. !No te jode! ¿Tienes tú?
Se dirigió entonces a Antonia; propinándole una intensa mirada escudriñadora, de arriba a abajo.
- Sí toma, pero sólo si luego lo apagas. - Le replicó Antonia.
- Vaya país de reprimidas, bueno venga. - Finalizó Susana.
El ascensor llegó, por fin. Se abrieron las puertas y apareció una señora mayor, gorda y todo sudorosa, y con un enfado tremendo:
- ¿Quién ha sido la guapa que ha llamado al ascensor?, ¿¡Eh!, Eh!? No me ha dado tiempo a apretar el botón. Si yo iba para arriba. ¿¡Eh, Eh!? Este es el ascensor más lento del mundo. !Mecago en su padre!
Y se quedó balbuceando durante unos segundos, la pobre mujer.
Pasaron las tres hacia dentro del ascensor. Susana suelta una gran carcajada sardónica y fuma. Antonia pulsó el mando del último piso y Amparo pensaba: "vaya viajecito, y encima van todas hasta el final", viendo que nadie tocó ningún pulsador.
En efecto tenía razón la señora gorda. El ascensor subía lentísimo. Un parpadeo constante de la luz del techo indicaba que algo no funcionaba todo lo bien que debiera, para remate. El aire acondicionado estaría estropeado. Todas comprendieron al momento el enfado de la señora gorda, disculpándola en buena medida. En una camaradería sufridora muy próxima a todas ellas.
Antonia se quita la chaqueta al primer síntoma de calor. Iba muy maquillada y si comenzaba a sudar, aunque fuera un poquito, se le estropearía toda la cara. Dejó ver su esplendoroso pecho, realzado por uno de esos sostenes sexys. Amparo no pudo evitar pensar: "...vaya tetas, ¡qué envidia! Mira que las tiene empinadas la jodida. Seguro que las tiene operadas. Claro, ¡si no de qué! Ya con su edad las tendría caídas. A mí en esto no me pueden engañar. Si no fuera por el miedo que me da yo también me hubiera operado hace tiempo. Pero desde lo que le pasó a aquella muchacha no me fío..."
Se miraban las cuatro a salpicones. El calor empieza a ser insoportable.
"...y la niña esta no hace más que fumar. Cualquiera le dice algo, es capaz de hacer alguna locura. ¡Mira qué ojos que lleva! Parece un sapo..."
Seguía Amparo con sus meditaciones algo furibundas.
A Susana se le empieza a cambiar la cara. Entre el calor y el pedo que lleva el mareo iba a ser inminente. "¡Ay qué mala me estoy poniendo!, creo que voy a devolver. No veas como suda la gorda ésta". Pensaba a ráfagas, lo que podía la pobre chica entre balbuceos mentales.
El ascensor hizo un movimiento muy brusco, y arrancó otra vez, con el parpadeo de luces cada vez más pronunciado. Todas se balancearon y entrechocaron.
"Mira el vejestorio este, ¡cómo me mira! Se cree que no me doy cuenta. Se está muriendo de envidia. Seguro que va a algún sitio a ponerle los cuernos al marido. Yo para estás cosas tengo mucho ojo. Claro, se follará a otro vejestorio y la tendrá como una marquesa. Yo en cambio tengo que atenderlos a todos. ¡Qué suerte tienen algunas!”
Reflexiona -¿quién si no?-: Antonia
La señora gorda estaba a punto de reventar de calor. No podía articular palabra alguna: "Éstas no tienen problema. Están delgadas. Harán gimnasia y deportes de esos raros que ahora les ha dado por practicar. Si tuvieran que atender un marido y cuatro hijos ya veríamos el deporte que harían. Y ésta que pinta puta tiene. Será de las caras. No tiene nunca que fregar, ni nada. En la tele viven bien. Se van con los que quieren, les cobran y luego los echan. Éstas han entendido bien la vida. Y la otra, ya se le está cayendo hasta el rimel ¡Qué se fastidie! Y la niña gilipollas se está poniendo blanca"
Seguían mirándose todas de soslayo. El ascensor completamente lleno de humo se transformaba poco a poco en un pequeñísimo antro abarrotado de una gran amalgama desagradable olfativa. De súbito, la luz dejó de parpadear y se encendió otra pequeña de emergencia: "¡Lo qué faltaba!". Pensaron todas a la vez. El miedo iba a hacer su aparición en cualquier momento. Un fuerte traqueteo seguido de un tirón, otro traqueteo, y otro tirón, y finalmente una parada en seco: "¡AAAAAAAARRGHH!".
El grito fue unánime. Se abrazaron las cuatro en una “piña”. La gorda les dio arropo a las otras tres. Se mezclaron los olores y los sudores, pero se sintieron altamente protegidas: "¡Dios mío!", se oía constantemente, amén de otros rezos. Susana al ser la más pequeña quedó atrapada en el medio, que era lo que le faltaba ya a la apurada muchacha. Y de nuevo se encendieron las luces. El ascensor comenzó a subir de nuevo. Quedaban pocos pisos.
Se vieron todas las caras tan cerca que sus rasgos se deformaron en sus mentes.
Pegaron un salto hacia atrás todas a la par; despeinadas y maltrechas. Se separaron de un grácil salto; sólo aquélla que pudo. Cada una comenzó a peinarse y arreglarse a su manera. Las cuatro volvieron a su posición inicial. Susana, aliviada y recuperada, vio la falda de Amparo: "Vaya pota le he echado. A ver si no se da cuenta. Se me ha escapado". Pensó nerviosa.
"¡Cómo he podido abrazarme a este putón! Qué alta y guapa es. Seguro que cobra mucho. La niña esta parece que se ha recuperado", mascullaba Amparo.
"A ver si llego a tiempo. Vaya un olor me han dejado estas tías. Vaya viajecito" Pensaba Antonia comprobando su reloj.
La señora gorda resoplaba como una vieja locomotora.
Al fin llegó el ascensor a su destino. Las puertas se abrieron lentamente y entró una bocanada de aire fresco que les dio la vida a todas.
Salieron a "todo trapo", cada una para un lado, sin volver la vista.

1 comentario:

MANUELO dijo...

lO DE ESPERAR UN ESPIRO ES ALGO MÁS PROFUNDO QUE LA APERTURA DE LA PUERTA DEL ASCENSOR COMO SE HABRÁ PODIDO DEDUCIR... ¿NO?