A veces tengo la sensación de ser una res de lidia. Recibiendo capotazos de los políticos en campaña cuando me asimilo a esas tertulias mercenarias. Al no ser un animal (eso creo) me asusta mucho el apocalíptico puyazo final (el fin del Estado del Bienestar).
Las promesas electorales tienen algo de malvado. Se acuerdan ustedes de cuando éramos críos y oíamos: “que viene el coco (el hombre del saco) y te llevará como no obedezcas”. Les suena la amenaza ahora. “CUIDADO QUE VIENEN LOS MALOS”. “VÓTAME A MÍ”, al bueno.
Aquellos estímulos infantiles tienen sin duda algo de tiernos y románticos, y promovían que no cometiéramos errores. Todavía no nos habíamos convertido en ciudadanos libres, pero íbamos por el camino.
Cuando presto atención a los mítines electorales, de lo más falso en la condición humana, de la actualidad, la sensación del niño que está siendo engañado no se me aparta de la cabeza.
Romper en dos (promesas incumplidas electorales) la ilusión de miles de personas que basen su felicidad en alguna de dichas ofertas no cumplidas debería ser punitivo (cárcel) para el político que las proponga.
En definitiva, que me siento como una res de lidia (aunque algo manso, seguro) y ya no sé si los pases me los dan con la derecha, con la izquierda (el pase llamado natural que a mí es el que más me jode) o por todo el centro entre los mismos cuernos.
Aunque votaré. Moriré corneando.
SUERTE.
1 comentario:
Este escrito nunca cambia entre elección y elección. Qué pena.
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